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Un paseo muy lastimoso

La parada de autobús más próxima a Alcalá-Meco obliga a andar un kilómetro

Juan Diego Quesada

La carretera no está pintada, es de doble sentido, no tiene aceras, así que andar por aquí, de camino a la cárcel de Alcalá-Meco, es el paseo lastimoso que tienen que hacer a diario los presos de tercer grado y los familiares de los que cumplen condena. El autobús les deja a un kilómetro de distancia, en la M-121, y tienen que andar a la fuerza por esta carretera que colinda con unos terrenos militares.

Llueva, nieve o haga 30 grados de calor como este mediodía, la carretera se llena de gente que va camino del penal. Una mujer con bolsas, un preso sin camiseta que acarrea una pesada mochila o una familia con un carrito de bebé y dos niños que corren en mitad del camino. Los coches tienen que ir esquivándolos. "Es una vergüenza. Si uno llega aquí es que es escoria y así nos tratan", cuenta un hombre que acaba de llegar de permiso. El viaje por esta carretera es de ida y vuelta. De la reclusión a la libertad.

Sólo hay un autobús que llega al penal tres veces al día por las mañanas

Existe una línea, la 232, que llega hasta la puerta de la cárcel, pero casi siempre va vacía. Sólo pasa tres veces al día (9.05, 10.50 y 12.05) y nadie quiere esperar. "Veo a las criaturas por mitad de la carretera y se me cae el alma", dice un conductor de esta línea que, al llegar a la cárcel, sólo recoge a la funcionaria de correos que reparte la correspondencia entre los internos.

Por eso, la línea común de los que visitan la cárcel es la 250, que pasa cada 25 minutos desde las seis de la mañana hasta las doce de la noche. La que deja en mitad de una carretera y por la que se tiene que atravesar el camino, inundado cuando llueve y transitado por potentes coches, que se dirigen a toda velocidad a la cárcel. La madre, el padre, dos niños de siete y nueve años, y un bebé, van camino del penal a encontrarse con un tío de la familia, encerrado por tráfico de drogas. Él lo ve como una metáfora de lo que es la sociedad. "A nosotros, a los desgraciados, los que tenemos a los nuestros encerrados, no nos cuida nadie. No se preocupan. Qué más da que vayamos por aquí como perros. No existimos", añade. ¿Y los niños qué dicen cuando ven a su tío ahí encerrado? "Les sirve de lección. Les digo, hijo, ve derecho o acabarás como un mierda aquí".

Desde que al lado de Madrid I, la cárcel de mujeres, y de Madrid II, la de hombres, se abriese el Centro de Internamiento Social (CIS), donde duermen los presos que están en tercer grado o semilibertad, la carretera se ha llenado de gente que se dirige a la prisión o a la parada del autobús. Eso ha desencadenado el problema. La dirección del CIS contactó con la empresa de autobuses para que aumentase la frecuencia de paso, pero esta replica que no es la encargada de diseñar la ruta. Un portavoz de la compañía reconoce: "es necesario ampliar el tránsito. Hay que atajar este problema". El Consorcio Regional de Transportes argumenta que no ha recibido ninguna queja oficial. Tras la llamada de este periódico asegura que estudiará la situación.

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En el camino van apareciendo los presos. Es el caso de un tipo de unos 30 años, de Carabanchel, que ha pasado 11 años entre rejas y que lleva varios meses en tercer grado. Cuando sale, coge el autobús hasta Alcalá y después el cercanías a Madrid. "Hasta en la cárcel hay clases. A los ricos, sus familias les visitan en cochazos y ellos también salen del talego en un cochazo. Nosotros vamos en autobús y para cogerlo hay que darse una buena caminata", explica. Después se carga la maleta al hombro y va derecho al penal. No saldrá hasta la próxima semana.

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

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