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Columna
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El miedo

Como siempre, Silvio Berlusconi ocupa la posición de vanguardia. Aprovechando una reunión de su Gobierno celebrada en Reggio Calabria sobre las mafias, ha pronunciado su sentencia: "Cuanto mayor es la reducción del número de inmigrantes, menos fuerzas vienen a engrosar las filas de los criminales". Y, como casi siempre, miente.

En Italia no se da una diferencia sensible entre las cifras de la criminalidad de los inmigrantes y de los autóctonos, siendo los inmigrantes los que cometen más delitos, pero es que una gran mayoría de los mismos corresponden a los inmigrantes ilegales que pasan a ser delincuentes por el simple hecho de encontrarse en esa situación ilegal. Pero lo que cuenta es el efecto de sus palabras sobre los italianos, a quienes Berlusconi promete el fin de la inseguridad, lo cual significa que la presencia de los inmigrantes genera inseguridad por su propensión a convertirse en criminales. Calumnia eficaz, como todas las suyas.

Los populares parecen percibir que existe un caladero de votos en la sensación de inseguridad

El incidente responde a una crisis de la mentalidad europea de dimensiones mucho más amplias. En su ensayo El miedo de los bárbaros, Tzvetan Todorov nos advierte de que el rasgo negativo que hoy caracteriza a los occidentales es el miedo. Miedo ante el ascenso económico imparable de las nuevas potencias orientales, ante una eventual crisis de la energía, ante esas rebeliones del mundo no occidental que desde el 11-S asumen la forma del terrorismo islámico. Y, añadiríamos, miedo ante esas masas de inmigrantes a las cuales sus clases capitalistas han recurrido para alimentar la gran onda de crecimiento del fin de siglo y que ahora dejan de ser útiles y se convierten en competidores desleales por recursos escasos. El civilizado pierde entonces su condición de tal, no reconociendo la plena humanidad del otro. Su miedo a los supuestos bárbaros le convierte en bárbaro.

El racismo implícito de los años dorados, el de Marta Ferrusola o Heribert Barrera en 2003, respaldado por Pujol y por Artur Mas, cuando los ilegales proporcionaban una utilísima mano de obra barata, encuentra ahora la ocasión de presentarse como defensa de los intereses de la propia sociedad y denuncia de un enemigo cuya condición de tal fuera antes infravalorada. El sentimiento de inseguridad ante el bienestar perdido sirve de fundamento al miedo hacia el otro, en calidad de chivo expiatorio; su calificación peyorativa actúa a modo de cortina que permite ocultar las responsabilidades propias en la crisis.

Lo sucedido en Vic muestra que un hecho aparentemente aislado puede servir de expresión y de detonador para que salga a la superficie la tendencia a soslayar los problemas de una situación difícil cargando las culpas sobre la existencia del otro. Es posible que ese Ayuntamiento hubiera desarrollado una buena labor de integración de inmigrantes, pero si tal era su línea de actuación, resulta difícil entender por qué de repente acuerda el incumplimiento de una norma esencial para proteger los derechos humanos de los inmigrantes, aunque éstos sean ilegales. Recordemos la presencia del fuerte partido racista e islamófobo en la comarca, la Plataforma per Catalunya, que en Vic tuvo su nacimiento y en 2007 alcanzó la quinta parte de los votos. El apoyo a la medida abortada de Duran i Lleida, así como de los municipios de CiU, es signo de un estado de opinión preocupante.

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No menos lo es la secuencia de reacciones que desde entonces vienen manifestándose en el PP. Nuestros populares parecen haber percibido que existe un caladero de votos en la antes aludida sensación de inseguridad que afecta también a capas sociales de la izquierda. El espíritu lepenista podría así nutrirse de propuestas restrictivas sobre los inmigrantes, que de paso llevan a una satanización sumaria de la política seguida por el PSOE en el tema. Y para que la salsa cobre consistencia, ahí está la alarma social creada por un par de desgraciados crímenes para poner sobre la mesa la propuesta de una cadena perpetua, revisable para que cuele, en contra de la letra y el espíritu de la Constitución. A su lado está la nueva derecha antiabortista de Rosa Díez. Sin olvidar que el tratamiento penal específico de los menores sea sólo una etapa antes de su ingreso en presidio si la pena da para ello. Desconfiemos, expulsemos, condenemos. Valdría la pena reponer el filme de Fritz Lang sobre el vampiro de Dusseldorf, ahora que conmemoramos casi a la vez hechos tales como la liberación de Auschwitz y el asesinato de Joseba Pagazaurtundua. El miedo es mal consejero, pero peor es la instrumentalización política del miedo.

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