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Reportaje:

La soledad del anciano de ciudad

Un estudio de Cáritas revela que la tristeza domina la vida de cuatro de cada 10 mayores de Tarragona

Enriqueta Torres -83 años y batín a cuadros contra el frío- pasa las tardes en su vivienda del casco viejo de Tarragona. La acompañan el tic tac del reloj de pared y su truco infalible para evitar que la casa se le caiga encima. "Siempre que me siento sola, me encierro en la habitación a hablar con mi esposo", susurra con los ojos entornados. Josep Romeu, su marido, falleció hace dos años tras seis décadas de matrimonio. "No he conocido a nadie más. Lo veo en todas partes", se alegra Enriqueta.

Hay soledad en el centro de Tarragona. Cuatro de cada 10 ancianos que habitan en el casco antiguo afirman sobrellevar la vida con una gran sensación de tristeza y depresión en algunos casos. Una de cada 10 personas mayores añade que se siente permanentemente desamparada, según se desprende del análisis de 200 entrevistas realizadas por Cáritas a mayores de 75 años que residen en la zona.

"Intentan protegerse porque perciben rechazo social", afirma un sociólogo

El casco antiguo de Tarragona, como el de otras tantas poblaciones, concentra una gran parte de la población de la tercera edad de la ciudad, que constituye alrededor del 20% de los tarraconenses, según datos del padrón municipal. Son mayoritariamente personas viudas, con hijos que apenas les frecuentan y con ausencia de relaciones, lo que alimenta una inactividad alarmante.

"Pues yo salgo a caminar cada día", comenta con voz cansada Luis Martell -77 años y una muleta que le sirve de sostén para la pierna izquierda-. Son las siete de la tarde y Luis resopla al remontar las cuestas que forman parte del paisaje de la zona alta de la ciudad. "Siempre aprovecho esta hora para tirar la basura y salir un poco de casa", explica antes de asegurar que no se siente solo: simplemente lo está. "Me casé, fui feliz, pero mi mujer murió y aquí sigo", suelta antes de desandar la decena de metros que median entre el contenedor y su portal. "La soledad nos llega a todos. Es ley de vida", refunfuña a la media vuelta y con timbre de profecía.

"Perder a la pareja vital supone un golpe de desesperanza del que no se libra nadie", explica Ángel Belzunegui, profesor de Sociología de la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona. "Pero la soledad que rodea a la tercera edad es un fenómeno en aumento. Estamos en una sociedad cada vez más urbana y productivista que tiende a marginar a los jubilados, algo que se da mucho menos en el ámbito rural", señala.

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El aislamiento se acentúa por la pérdida de protagonismo que los ancianos sufren en el seno de su núcleo familiar. "Tradicionalmente, los mayores solían tener peso en las decisiones familiares. Hoy sólo se les reclama para que cuiden de los nietos", se lamenta Belzunegui.

No es el problema de Ramon Soler, de 77 años, que está seguro de que la mejor decisión de sus vida fue renegar de sus hijos. "Vinieron a verme una vez para enviarme a un asilo. Querían quedarse con mi piso. Ni esperaron a que me muriera", afirma con crudeza. Sin sus hijos -dice tener tres ,pero añade que ya los ha olvidado a todos-, el centro de la ciudad le parece muy tranquilo. "Desangelado", puntualiza. Ramon vive ahora con su hermano, cinco años mayor que él, pero pasea solo. "Él apenas sale de casa. Un día sí, otro no, intento que me dé el aire. Es muy saludable salir de casa", asegura.

Los ancianos entrevistados por Cáritas cargan con una falta de actividades estimulantes que les conduce al aislamiento social, señala Teresa Jordán, coordinadora del estudio. "Intentan protegerse de lo que perciben como un rechazo social afirmando que ya no sirven para nada. Es una espiral perversa que les acaba consumiendo porque cuando intentan abrirse lo hacen de forma exagerada, sin opción a una relación normal. No saben relacionarse con normalidad", detalla el sociólogo Belzunegui.

Maria Teresa Roig, risueña mujer de 77 años, se lanza al cante cuando se le pregunta sobre sus amistades. "No le empujó... soñar de aventurero", tararea esta canción sobre san Francisco Javier, su santo predilecto. "¿Mis amigos? Me encanta ir a misa, pero con este frío no puedo salir", se justifica asomada a su balcón. "Por eso paso el día escribiendo mis memorias", grita mientras agita una ajada carpeta. "¿Las queréis leer?".

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