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Columna
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Cesantías ilustrísimas

No sé si ya es primavera en ese centro comercial, pero desde luego las hojas no florecen en el mundo político (la política es otra cosa), acosado por la corrupción, la falta de creatividad y, sobre todo, la ausencia total de líderes creíbles, con los ojos bien abiertos, que miren al mundo desde la ventana de su casa en vez de bajar las persianas para que no entre el aire ni el sol. El riesgo de la corrupción es que la ciudadanía la mire con desdén y acabe produciendo una metástasis colectiva como un mal inevitable. Ya no hace falta mirar a las repúblicas bananeras o los Estados sin estado (tipo Somalia y tantos otros) para comprobar esa degeneración de la rebeldía a la que debería mover cada caso de corrupción. Basta con mirar ahí al lado, a Italia, para darse cuenta de que la corrupción cuando se instala en la cúspide del Estado acaba por envenenar la sangre de toda la sociedad.

No es que España vaya por ese camino, pero yo empezaría a poner algunos diques morales, aparte de los judiciales, para evitar que el enfermo vaya a peor. No lo estamos haciendo. Nada me ha dolido más que las explicaciones dadas por algunos a las ingentes cesantías cobradas por ex altos cargos de los anteriores gobiernos vascos, conocidas ahora. Su cobro fue legal. Aquí el problema es moral. Lo peor no es que ocurriera, sino cómo se justifica: "La función pública debe estar dirigida por los mejores y los mejores ganan más en la empresa privada". Luego, contratos blindados, cesantías cuantiosas y... vuelta a la empresa privada cuando cambie el signo del gobierno de turno que elijamos los ciudadanos. Mentira. El problema es que la función pública, para algunos, ha sustituido a la política (de las ideologías ya no hablo para no me llamen carca) y son muchos los que piensan que se ha convertido en una empresa en sí misma, adorada en su estabilidad por mucha gente. Un bien perseguible, ya sea por la vía funcionarial, ya por la libre designación. Dejo a un lado la erótica del poder.

Hace falta que se vuelva a creer en la política y por lo tanto en que la función pública no es hacer en lo público lo mismo que en el mundo privado. Porque es sensiblemente distinto y por ello exige actitudes distintas. Se dice muy a menudo que determinadas carteras deben tener un perfil político y otras, profesional. Siempre debe prevalecer el perfil político, lo cual no está reñido con sus conocimientos de la materia, sino lo contrario. El hecho de que algunos ministros o consejeros parezca que valen para todo, tiene que ver más con su actitud y aptitud políticas que con sus conocimientos profesionales. La cesantía en la función pública debe ser el trabajo bien hecho, la dignidad de lo emprendido y de lo conseguido. Por cierto, el lehendakari Ibarretxe (ya saben, título sin cargo) no hablaba de esto en su carta. ¿O la leí yo mal?

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