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Reportaje:

"Los chulos aún amenazan a mi familia"

Una víctima de trata de mujeres relata el acoso de los traficantes a su entorno

Mónica Ceberio Belaza

"Esta gente no tiene piedad. Pueden matarte y cortarte en pedacitos. A mí no me van a dejar en paz por más años que pasen. Un rumano nunca olvida". Lucía denunció en 2003 a los dos amigos que la habían traído a España desde Rumanía engañada, con 16 años, para colocarla en un prostíbulo, y al jefecillo de la banda. A este último lo condenaron a tres años de cárcel, que ya ha cumplido. Los otros dos huyeron a su país natal y llevan desde entonces atemorizando a su familia. Quieren encontrar a Lucía y que "pague su deuda". En Rumanía, están libres y tranquilos. Impunes. "¿Cómo voy a olvidar el pasado cuando es también mi presente y mi futuro?", se pregunta Lucía. "Casi me alegro de que mi madre haya muerto, para que no lo padezca".

La mujer denunció a los proxenetas, rumanos como ella, hace ya seis años

Llegó a España en 2002 con 16 años. Es rubia y guapísima. Vino desde Rumanía con una amiga de 19 años y con dos chicos treintañeros. Los conocía bastante. "Había estado muchas veces en la casa de uno de ellos, con su madre y parecía todo muy normal", recuerda. Les propusieron emigrar. El hermano de uno de ellos estaba ya en España y, supuestamente, le iban bien las cosas. "Nos dijeron que nos buscaría trabajo en casas y que podríamos pagar poco a poco el viaje", dice Lucía.

Los cuatro amigos atravesaron Europa. Fueron hasta Alemania en coche. Allí cogieron un tren a Francia, y después otro hacia una ciudad castellana. "En Alemania nos quitaron los pasaportes", recuerda. "Debí sospechar". Una vez en el destino fueron a casa del hermano. Resultó que vivía en una chabola. Traficaba con cocaína y colocaba mujeres en burdeles. A ellas las llevaron a un prostíbulo de carretera, en mitad de ninguna parte. Lucía tuvo suerte. Al ser menor, el encargado no la puso a trabajar. Antes le tenían que procurar un pasaporte falso en el que constara como mayor de edad. La falsificación cost+aba 600 euros, y pensaban financiarlo con lo que ganara la otra chica. "Pero ella no ganaba mucho", recuerda Lucía. "No sé si porque era fea o qué, no tenía clientes. Le daban unas palizas increíbles. La amenazaban con romperle la cara si no sacaba más dinero".

No habían pasado ni tres días cuando ella intentó largarse. Probó a escalar un muro que daba a la calle. "Pero salió un gorila de los que vigilaban y me dijo que de ahí no podría escaparme nunca". Otro día se topó con un señor en la recepción. Estaba solo, esperando a un amigo que había subido a las habitaciones con una chica. Con su escasísimo español le dijo que era menor y que no quería estar allí. Él llamó a la Guardia Civil. "El encargado vino a avisarme de que habían llegado unos agentes. Me avisó de que si decía algo llamaría a los rumanos. Me entró miedo y dije que no pasaba nada. Pero me guardé en el sujetador el número de teléfono del hombre que me había ayudado. Doblé mucho el papelito, porque si lo encontraban me mataban".

Los traficantes la sacaron del prostíbulo. "Era virgen. Me violaron y me pegaron. Como les daba problemas, quisieron venderme a un proxeneta que trabajaba en Italia. Mientras tanto, no me dejaban nunca sola. Por el día robábamos comida en los supermercados. Dormíamos en el parque o en unas escaleras. Ellos bebían, me obligaban a mantener relaciones sexuales con los dos. En una ocasión me llevaron con el portero de un prostíbulo y me dejaron en su casa para que me acostara con él. Probablemente pagaron alguna deuda conmigo".

Un día, por casualidad, perdió de vista a sus chulos, y ellos a Lucía. Aprovechó para escapar. "Fui corriendo a la estación y me subí en un tren sin dinero ni documentación. Tenía la cara llena de hematomas y cuatro costillas salidas por los golpes. Llamé al hombre que me ayudó en el burdel. Me fue a recoger, pagó mi billete y me alojó durante dos semanas".

Denunció a sus chulos. La comunidad autónoma la tuteló y la llevó a un centro de menores. Vivió un tiempo en la residencia de una ONG y consiguió su permiso de trabajo. A los que la engañaron, violaron y pegaron no les pasó gran cosa. El hermano que vivía en España fue juzgado y condenado a tres años y medio de cárcel. Los otros dos huyeron a Rumanía. "Se presentaron en casa de mi madre y la amenazaron. Ella fue a la policía pero le dijeron que como no la habían pegado no se podía hacer nada. Cuando murió, mis primos se mudaron a su casa, y ahora les molestan a ellos. Ayer me llamó mi prima llorando porque un calvo se había presentado allí, buscándome. Mi familia vive aterrorizada. No les dejan en paz a pesar de que han pasado ya seis años".

Cuando Lucía va a Rumanía no puede ir a la casa familiar. Duerme en otro sitio y nunca camina sola. En la ciudad española en la que vive sabe que está más segura, pero no consigue quitarse el miedo de encima. "Hay una orden de busca y captura y no pueden entrar en España, pero es difícil quitarte la sensación de peligro. He estado con ellos y sé que no tienen corazón". No usa Facebook, ni ninguna otra red social. Nada que pueda permitir que la encuentren. No quiere que aparezca ninguna ciudad en este reportaje y Lucía es un nombre ficticio. Prefiere que no se nombre a los traficantes ni al prostíbulo.

Las secuelas aún están ahí. Aparte del miedo, Lucía tuvo durante años una complicada relación con el sexo. "Un chico me dejó porque no quería acostarme con él. No me atreví a contarle toda la historia. A mi novio actual se lo acabé diciendo para que me entendiera, pero no me gusta contar mi pasado".

Lucía piensa seguir viviendo en España. Ha sido auxiliar de enfermería, pero su gran objetivo es ser policía. "Quisiera que encerraran a todos estos cabrones".

Miedo en el país de origen

Las amenazas de los traficantes de mujeres se extienden muchas veces a las familias de las víctimas en Brasil, Nigeria, Rumanía, Paraguay... Cuando son países con instituciones débiles, la protección que se les ofrece es escasa, y ésa es la razón de que las mujeres se resistan a denunciar en España. En el caso de Rumanía, miembro de la Unión Europea desde 2007, la situación ha mejorado algo recientemente con la euroorden de detención: un juez español puede pedir directamente a uno rumano que detenga a una persona que ha cometido un delito en España. Pero si los traficantes pertenecen a una red mafiosa amplia, la detención no soluciona el problema.

Otra dificultad con los rumanos -uno de los mayores exportadores de mujeres- es que no se les puede condenar como traficantes desde que forman parte de la UE. La trata ahora mismo no es un delito específico. Hay un tipo penal de tráfico de inmigrantes con una agravante si la finalidad es la explotación sexual. Los rumanos no atraviesan fronteras, así que no hay tráfico. Esto se va a solventar, supuestamente, con una próxima reforma legal.

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Sobre la firma

Mónica Ceberio Belaza
Reportera y coordinadora de proyectos especiales. Ex directora adjunta de EL PAÍS. Especializada en temas sociales, contó en exclusiva los encuentros entre presos de ETA y sus víctimas. Premio Ortega y Gasset 2014 por 'En la calle, una historia de desahucios' y del Ministerio de Igualdad en 2009 por la serie sobre trata ‘La esclavitud invisible’.

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