"¡Cómo ha cambiado España!"
Oscar Robertson, leyenda de la NBA, recuerda sus clases a la selección en los años sesenta
"¡Joven! ¡Venga aquí! Mire, éste es mi escolta del año 67. Éste es el que me llevó por Vitoria, Madrid y San Sebastián. Él fue quien me llevó a entrenarme con la selección española. Con él fui a ver a esos jugadores, a hablar de detalles del juego, de trucos, de las cosas del baloncesto. Escuche... ¡Cómo han cambiado las cosas en España!". Quien habla así no es un cualquiera. Oscar Robertson se llama. The Big O, le dicen. Un hombre que alucinó al mundo: campeón de la NBA en 1971 con los Bucks de Milwaukee, Robertson es el único jugador con una media de triple doble (30,8 puntos, 11,4 asistencias y 12,5 rebotes por partido) durante toda una temporada. Fue en los años sesenta, cuando llevó a Estados Unidos hasta el oro en los Juegos de Roma, y cuando la federación española le pagó un viaje durante un verano para que se reuniera con la preselección de Antonio Díaz Miguel que luego disputaría el Campeonato de Europa. ¿Por qué Robertson? "Porque era el número uno. El Kobe Bryant de entonces", contesta Juan Tamames, el presidente del Canoe, que le escoltó durante el viaje.
"¿Por qué triunfa ahora? Porque hay tíos más grandes y atléticos"
Robertson, de 70 años, pasó por Madrid en septiembre y se quedó "asombrado". Ésta es la España que él conoció en los 60: con la excepción de Emiliano Rodríguez, ningún base de esa selección llegaba a 1,80 metros. En toda la Liga, según los jugadores de entonces, sólo Alfonso Martínez "y cuatro más" podían machacar el aro. Y nunca nadie había visto hacer cosas como las que hacía Robertson, que se entrenó tres veces con la española, concentrada en Vitoria; que dio una exhibición en el frontón Fiestalegre y otra en el gimnasio Maravillas, de Madrid, antes de que le regalaran una bolsa de Adidas y un Rolex, y que, en medio, ordenó que se encontrara un coche con aire acondicionado (tuvo que ser el de Anselmo López, presidente de la federación: esos lujos no abundaban entonces) para viajar por carretera a San Sebastián, donde se solazó comiendo en Juanito Kojua y en el hotel Monte Igueldo con el argumento de una exhibición en el frontón Urumea.
Ésta es la España que se encontró Robertson cuando volvió en septiembre para ser admitido en el Salón de la Fama de la FIBA, con sede en Madrid: la selección es campeona europea y mundial, además de plata olímpica. Seis de sus integrantes juegan o han jugado en la NBA. Y hay un chico de 18 años, Ricky Rubio, por el que suspiran todos los equipos que buscan un base que cumpla con el estereotipo que inauguró Robertson: atlético, duro y creativo.
"Las cosas son muy diferentes ahora", admite la leyenda estadounidense, mejor jugador de la NBA en 1964, cuando jugaba en Cincinnati. "Ha ocurrido, simplemente, porque España tiene mejores jugadores. En la pintura, hay tíos más grandes, más atléticos, que juegan muy bien por dentro", prosigue; "hay también buenos bases. España ha recorrido un camino largo. Un camino muy, muy largo. Es fantástico".
¿Qué es lo que hacía Robertson en aquellos clinics? "Pues enseñaba, fundamentalmente, el dribling", recuerda Tamames; "era un base de 1,96 metros mientras que los nuestros eran muy bajitos. Enseñaba cosas de tiro en suspensión. De bote con la cabeza alta. Pasar y correr siempre. Cómo jugar uno contra uno... Pese a su exceso de peso, deslumbró. ¡Si es que daba pases por detrás de la espalda!".
Robertson es hoy un orondo ex jugador acompañado por su esposa y sus hijas. Cuando inventó, por ejemplo, el fadeaway jump shot, el tiro con salto hacia atrás que popularizó Michael Jordan, era distinto, claro. "Tenía capacidades técnicas de cuando era un niño, de cuando era bajito, de un jugador de menor estatura. ¡Crecí y las mantuve!", recuerda sobre el impacto que causó en la NBA un base de más de 1,90.
Algo parecido le ha pasado al baloncesto español desde aquel verano de los sesenta. Ha dado el estirón y ya no hay quien lo pare.
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