Apogeo de Moscú
La representación de 'Espartaco' en el Teatro Real agita el desangelado panorama del ballet en la capital
El Teatro Real, el coliseo de la ópera en Madrid, ha servido de laboratorio para que la compañía rusa Bolshoi ponga en liza a sus nuevas promesas, algunas más consolidadas que otras. Probablemente faltaban algunos nombres señeros, pero no han defraudado.
El ballet, desde el punto de vista de lo acrobático, es también en gran parte atribuible a las escuelas ruso-soviéticas. Sus cotas se elevaron en tiempos de Messerer, Moiseiev, Ermolaiev, Lapauri y otros grandes hombres-grúa (dicho sin ningún ánimo peyorativo), partenaires capaces de todo y bailarinas dispuestas a ser lanzadas por los aires en busca del efecto receptor. Lavrovski primero y Grigorovich después refinaron esta tendencia, la dotaron de lirismo e influyeron en otros grandes como John Cranko o Kennett McMillan. En la obra Espartaco se da rienda suelta a las posibilidades del porteador, contando con que la obra cede el protagonismo al hombre por encima de la mujer solista; el coro, incluso, se vuelve viril.
Grigorovich estuvo a punto de dirigir una compañía de ballet en el Real
Según Grigorovich, en Espartaco el baile masculino trasciende su canon para hacerse rector de la escena, bajo influencias diversas, desde el folclore eslavo estilizado hasta las corrientes o ecos de la música occidental, entonces en apogeo. El segundo acto de la obra, el mejor, es un buen ejemplo, tanto desde el punto de vista musical como dramático. Pavel Dimitrichenko es un Espartaco fuerte pero frío. Anna Nikulina empezó débilmente hasta remontar al final.
María Alexandrova, en el personaje de Aegina, fue en gran medida la responsable de que la segunda función del Teatro Real fuera un éxito. Es una de las grandes de hoy. Y no es que los otros bailaran mal, sino que ella superó con creces la ejecución en sí misma de su papel de cortesana implacable, para acceder a una encarnación poderosa, de amplio dominio escénico.
Alexandrova es artista voluntariosa y flemática, cuyo claro virtuosismo gana peso por dos vías: su ajuste a la música y la asunción del papel a la manera de sus grandes predecesoras. Bolshoi tiene una pléyade de aeginas inmortales, desde Nina Timofieva en adelante. Alexandrova pertenece a ese rango mayor.
Tanto Ruslan Pronin, el día 5, como Denis Savin, el día 7, hicieron su papel del gladiador que debe morir en el combate con Espartaco con fuerza y ajustándose a una pantomima de evoluciones en esgrima; Grigorovich al final de las funciones los jaleó a los dos a que saludaran, como recordando desde su experiencia y magisterio que no hay papel pequeño para un buen actor o bailarín.
El Real ha rebosado entusiasmo estos días, se oían bravos y se palpaba la emoción ante el espectáculo, lo que hace recordar que una vez (ya hoy se puede contar) el propio Yuri Grigorovich estuvo a punto de dirigir una hipotética compañía de ballet del Real que nunca existió, y que al parecer, el capricho de los políticos de turno nos niega para siempre.
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