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Cambio en la Casa Blanca
Columna
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El viraje iraquí demócrata

No se trata de cinismo político, como el enunciado por nuestro viejo profesor, Enrique Tierno Galván, cuando dijo aquello de que "las promesas electorales están hechas para no ser cumplidas". Simplemente, se trata de pragmatismo. Y, hasta ahora, el presidente electo Barack Obama ha demostrado, desde su victoria electoral, que más que un ideólogo es un pragmático. Sus nombramientos así lo atestiguan. Su equipo económico está compuesto por clintonitas moderados, técnicos más que políticos, de capacidad probada en la Administración de Clinton, mucho más preocupados en la obtención de resultados que en la defensa de principios ideológicos, sean éstos intervencionistas en la línea keynesiana o liberal-conservadores de la escuela de Chicago. Y no hablemos de su equipo de seguridad nacional. Hillary Clinton, el general James Jones y Robert Gates, podrían haber sido perfectamente los elegidos por John McCain para dirigir los departamentos de Estado, Defensa y el Consejo de Seguridad Nacional, caso de haber triunfado la candidatura republicana el 4 de noviembre. Incluso el hombre más poderoso de Washington por su cercanía al presidente, el designado director del gabinete de la Casa Blanca, Rahm Emanuel, es más conocido, dentro del partido demócrata, más por su posibilismo que por su ortodoxia. Tan abrumador resulta el carácter centrista y la pertenencia al establishment de Washington de los miembros del gabinete y asesores elegidos por Obama que el ala izquierda del partido empieza a dar señales de inquietud y a preguntarse dónde está el cambio prometido. No han criticado en público todavía los nombramientos, a la espera de colocar algunos de sus hombres en el resto del gabinete pendiente de anunciar, pero su disgusto empieza a reflejarse en varios blogs demócratas.

El futuro presidente ha demostrado que más que un ideólogo, es un pragmático
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Irak será una de las primeras cuestiones que ponga a prueba la concordancia del discurso del candidato Obama con la del presidente Obama. Durante la campaña electoral, el entonces senador por Illinois prometió tajantemente "terminar la guerra de Irak" y empezar la retirada de las tropas del país inmediatamente después de su toma de posesión. De momento, el "inmediatamente" ya ha sido sustituido por un plazo de 16 meses. Eso sí, "responsable" y "flexible" de acuerdo con las necesidades de los mandos sobre el terreno. Y de la retirada total, hemos pasado a una parcial, que prevé el mantenimiento en el país de un contingente de entre 30.000 a 50.000 hombres, -que algunos expertos hacen ascender hasta los 70.000-, para proteger al personal civil estadounidense estacionado en Irak, para el entrenamiento de los militares y fuerzas de seguridad iraquíes y para combatir un eventual resurgimiento de la actividad terrorista. Una retirada que será planificada y supervisada, -¡ironías de la vida!-, por el secretario de Defensa, Gates, y por el jefe del comando central, general David Petraeus, responsable de las fuerzas estadounidenses en Oriente Próximo, ambos nombrados por George W. Bush en su segundo mandato. Precisamente, la nueva estrategia diseñada por Petraeus y Gates, radicalmente diferente a la diseñada por el cesado jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld, ha sido la responsable de la inesperada mejora de las condiciones en Irak, donde el terrorismo de franquicia Al Qaeda está prácticamente derrotado como organización, aunque aún colee en lugares específicos del país, principalmente en Mosul.

Y para complicar los planes del nuevo presidente para una retirada precipitada de las tropas estadounidenses, y por extensión de la coalición internacional, está Nuri al Maliki, primer ministro iraquí, democráticamente elegido y reconocido como tal por Naciones Unidas y el resto del mundo, que, contra viento y marea, ha conseguido, tras cerca de un año de forcejeo, que el Parlamento de Bagdad apruebe la pasada semana un acuerdo con Washington sobre la retirada total de los efectivos extranjeros. La diferencia con Obama es que Maliki pide que la retirada, escalonada, se prolongue hasta el 31 de diciembre de 2011. El acuerdo constituye un logro importante para la reafirmación de la soberanía iraquí. A partir del próximo verano, las tropas estadounidenses se retirarán de todas las ciudades iraquíes. Se niega a EE UU el uso de bases permanentes en Irak y se prohíbe a Washington utilizar territorio iraquí para lanzar ataques contra terceros países. Maliki, que sorprendió a propios y extraños este verano lanzando al Ejército regular iraquí contra las mesnadas del clérigo integrista Múqtada al Sáder en Basora y Bagdad, ha demostrado una vez más su independencia. No es otro quisling, -el títere nazi puesto por Hitler en Noruega durante la II Guerra Mundial-, sino un patriota dispuesto a defender la soberanía de su país. No es previsible que Obama se atreva a desairar a Maliki y cree un conflicto innecesario entre Washington y Bagdad en unos momentos explosivos como los actuales.

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