Epopeya española
Gemma Mengual y Andrea Fuentes ganan la medalla de plata con un ejercicio prodigioso puntuado con 9.9
Las nadadoras desarrollan el cuerpo para vivir sin sustentación. Andrea Fuentes asegura que, después de pasarse 15 años metida en el agua ocho horas al día, siete días a la semana, lo que más le cuesta es hacer ciertas faenas que para la mayoría son triviales: "No soporto ir de compras. Se me cansan los músculos que se usan para estar de pie".
Andrea Fuentes y Gemma Mengual no saben caminar sin esforzarse. Pero lo que hicieron ayer fue prodigioso. Hace falta tener muchos pulmones y mucho corazón para remar cabeza abajo durante cuatro minutos y producir un resultado armonioso y emocionante. Se precisan brazos fuertes como los de un cargador y sensibles como los de una bailarina de ballet. No es posible nadar una final de natación sincronizada y obtener una puntuación de 9.9 sin reunir una serie de atributos incomparable en el repertorio olímpico.
Desde Barcelona 2003, España es la única capaz de retar a las superdotadas rusas
Esto hicieron ayer Mengual y Fuentes en la piscina del Centro Acuático de Pekín. Desde que entraron al agua como dos arpones y empezaron a bailar como ninfas. Salvo una pequeña descoordinación, al principio, su rutina libre fue una exhibición de arte y poderío. Les valió una plata, muy cerca de la pareja de campeonas rusas, que debió exprimirse para salir adelante en el concurso más reñido que se recuerda en la historia de la sincronizada olímpica.
El tránsito de España por esta disciplina es una epopeya que se remonta a 1984, cuando los dúos se inscribieron en el programa en los Juegos de Los Ángeles. El equipo español acudió para dar testimonio de su propia participación. No había potencial para mucho más. Anna Tarrés, junto con Gisella Antich, fue una de las integrantes de aquel dúo. Ella dice que era el vivo reflejo del desarrollo de este deporte en España: "No podía ni levantar una pierna". Aprovechó el viaje para aproximarse a la alta competición y, cuando pudo, escaparse del campus de la UCLA e irse de marcha por Beverly Hills con los jugadores de baloncesto.
¿Qué más se podía hacer? Para sus adentros, Tarrés siempre lamentó no haber tenido una entrenadora como Anna Tarrés. Alguien capaz de rebelarse contra los prejuicios sociales que inspiraba un deporte demasiado femenino para ser considerado siquiera deporte por un sector de la opinión pública. Alguien con la suficiente audacia como para fundar un equipo de élite capaz de medirse a las estadounidenses, las japonesas y las rusas de igual a igual. Alguien que hiciera cosas impensables.
En 1987, Anna Tarrés empezó a entrenar en su club de Barcelona, el Kallipolis. En este pequeño reducto se había iniciado ella y ahí conocería a su nadadora fetiche. Gemma Mengual tenía nueve años cuando la entrenadora la vio moverse en el agua por primera vez. Lo hacía con una facilidad insospechada. Tenía el don de la gracia. "Era ligeramente despistada, igual que ahora", recordó ayer, al pensar en la chica que acababa de emocionarla al recibir la medalla. "Era feliz. Vivía el momento sin hacer grandes dramas. Y como era superior a las otras, ya despertaba envidias".
Anna Tarrés, la visionaria hiperactiva, y Gemma Mengual, el talento aglutinador, fundaron una sociedad rompedora. Las dos eran ambiciosas. Tal vez demasiado. No tardaron en encontrar resistencias federativas. Directivos incrédulos, mediocres, suspicaces. No importó. La entrenadora siguió empeñada en formar un equipo potente. En 2003, durante el Mundial de Natación de Barcelona, empezaron a recoger medallas. Desde entonces, España se ha convertido en una potencia. El único poder capaz de retar a la factoría de Rusia. La actuación de Mengual y Fuentes tuvo tal magnitud que obligó a Anastasia Davidova y Anastasia Ermakova a nadar bajo presión. La referencia de las superdotadas rusas ya no eran las estadounidenses ni las japonesas. Tampoco las chinas. Las rusas nadaban para derrotar a España.
Gemma Mengual y Andrea Fuentes interpretaron una coreografía marcada por la música de la ópera Requiem del fuego. Empezaron con un allegro vivace, haciendo una apnea de más de 30 segundos, con un empuje en el que Andrea tuvo que propulsar a Gemma fuera del agua, en una demostración de fuerza y control. En cada gramo de la final fueron depositando el resultado de años de trabajo en jornadas de ocho horas de agua durante siete días a la semana. En la segunda parte, se movieron por la superficie remando y tomando aire a ritmo de andante sostenido. Finalizaron agotando las reservas de oxígeno con la figura más rápida del torneo, batiendo brazos, manos, y piernas, cabeza abajo, con medio cuerpo sumergido. Con los músculos atenazados por la falta de oxígeno en la sangre. Remando a toda potencia y haciendo que lo necesario parezca un ejercicio de liberalidad, lleno de gracia. Sólo ellas saben por lo que han tenido que pasar. Una epopeya.
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