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Obama roza la nominación demócrata

Victoria insuficiente de Clinton en Indiana frente a la del senador en Carolina del Norte

Antonio Caño

Barack Obama obtuvo esta madrugada una victoria, probablemente amplia, en el Estado de Carolina del Norte, lo que le devuelve consistentemente la etiqueta de favorito y, a falta tan sólo de seis primarias, prácticamente le garantiza la designación como candidato demócrata a las elecciones presidenciales de EE UU. Aunque los resultados parciales parecían anticipar, al mismo tiempo, una victoria de Hillary Clinton en Indiana, esta era por un margen más estrecho y aportaba un número menor a la cuenta final de delegados que se requieren para el triunfo definitivo.

Clinton pierde así su última gran oportunidad de sobrepasar a Obama en delegados o en el número general de votos en el conjunto de las primarias, los únicos argumentos reales y legales para pretender la nominación. Sólo un vuelco monumental de la tendencia actual, o un escándalo inesperado, podrían permitir a la ex primera dama revertir las cifras actuales en las pocas contiendas que aún restan, todas ellas en Estados más pequeños que en los que se competía ayer.

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Aunque Clinton puede encontrar en su aparente victoria en Indiana argumentos suficientes para seguir en la carrera con la esperanza de un descarrilamiento de su rival, también cabe la posibilidad de que, tras la victoria de Obama en Carolina del Norte, varios de los dirigentes del Partido Demócrata que ostentan la categoría de superdelegados comiencen a ponerse del lado del senador de Illinois para intentar poner fin cuanto antes a este desgastador proceso electoral.

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Las cadenas de televisión pronosticaron la victoria de Obama en Carolina del Norte a los pocos segundos de cerrarse los colegios electorales en ese Estado, lo que hace pensar que podría tratarse de un triunfo de mayores proporciones de lo previsto. Clinton conocía la trascendencia de los resultados en Carolina del Norte -uno de los grandes Estados del país- y había dedicado enormes esfuerzos para conseguir la victoria o, al menos, una derrota por la mínima diferencia.

El éxito de Obama parece asentado sobre la misma coalición de votantes negros, jóvenes, urbanos y de educación universitaria que le ha permitido antes triunfar en otros Estados del país. No parece haber arañado una porción significativa del grupo de electores mayores, blancos, rurales y mujeres que respaldan habitualmente a Hillary Clinton.

Esta división parece confirmarse, elección tras elección, como una realidad que representa una seria amenaza para el futuro de los demócratas de cara a las elecciones presidenciales. Aunque tanto Obama como Clinton han prometido que el Partido Demócrata se unirá en torno a quien sea designado candidato, en los últimos peldaños de esta larga campaña, cuando el duelo ha alcanzado mayor ferocidad, se hace difícil imaginar que los dos grandes contendientes sean capaces de olvidar sus manifiestas diferencias para hacer pasillo al vencedor y, sobre todo, que los millones de electores que les han respaldado estén dispuestos a volver a las urnas en noviembre para votar por el rival.

Según las encuestas, la campaña de Clinton, la que más energías ha consumido en la destrucción del oponente, es la que más perjuicios ha causado a la unidad. Un 40% de sus votantes en algunos Estados confiesa que no votarían por Obama en las presidenciales. Esa cifra se queda en un 25% cuando se les pregunta a los votantes de Obama.

Pero lo más grave no son estas cifras. Lo peor es la división política (incluso ideológica) que la campaña ha marcado. En primer lugar, por la introducción del factor racial. Lo hizo Bill Clinton en vísperas de las primarias de Carolina del Sur, las primeras en las que el voto negro era decisivo. El ex presidente relacionó el favoritismo de Obama con el color de su piel y vinculó para siempre ambas circunstancias. Desde entonces, Obama está ganando el 90% del voto negro (cerca de una cuarta parte del voto total de las primarias), pero ha perdido considerablemente su atractivo para el voto blanco, en el que ahora le cuesta superar el 40%. La polémica en torno al reverendo Jeremiah Wright vino a agudizar esto.

Como candidato negro, Obama se ha convertido, por supuesto, en el mayor foco de esperanza para la comunidad afroamericana desde Martin Luther King. Su derrota, sobre todo si ésta se produce como consecuencia de la decisión de los superdelegados (los notables no elegidos en las urnas), podría provocar un cisma insuperable entre los votantes negros y el Partido Demócrata.

El segundo factor de profunda división ha ocurrido, al desplazarse la campaña hacia los Estados industriales del Noreste y el Medio Oeste, como consecuencia del voto de los trabajadores y la clase media de las pequeñas ciudades. Hillary Clinton se convirtió de repente en una campeona de la clase obrera, una luchadora nata que bebía cerveza y whisky barato en bares mugrientos mientras jugaba al billar.

Por el contrario, un par de errores propios -principalmente, ese comentario sobre la desesperación que "engancha" a los obreros a las armas y a la religión- y algunas habilidades de los rivales, caracterizaron de repente a Obama como un elitista de Harvard incapaz de comprender los sufrimientos de los trabajadores ni de compartir sus valores. El capricho de la política consigue a veces que el hijo de una madre abandonada que tuvo que comer de la caridad pública parezca un elitista frente a la esposa de un ex presidente que ha presentado ingresos superiores a los 100 millones de dólares en su última declaración de Hacienda.

Esa no ha sido sólo una división de apariencias. Aunque parezca un poco contradictorio observado desde Europa, para ser consecuente con su papel de heroína proletaria, Clinton tuvo que poner en marcha una estrategia, mezcla de conservadurismo y populismo, que, en líneas generales, es la que cualquier candidato republicano hubiera usado contra Obama: destacar tus propias raíces religiosas y familiares, amenazar con "barrer del mapa" Irán para mostrar la tibieza de la política exterior del rival, cuestionar su patriotismo y prometer reducir los impuestos de la gasolina. Eso es lo que se ha visto en Ohio, Pensilvania, Carolina del Norte e Indiana.

Este asunto del impuesto de la gasolina ha sido el último gran debate. John McCain, el candidato republicano, había propuesto hacía varias semanas la eliminación durante los meses del verano de determinadas tasas sobre la gasolina. Clinton se sumó a ella recientemente. Obama, apoyado por la opinión de todos los economistas que se han pronunciado sobre el tema, se opuso. Esto ha sido para Clinton la última prueba de que el senador de Illinois no es sensible al esfuerzo de los que cada día pagan más por llenar el depósito de sus coches.

Todavía hay quien habla de una candidatura Obama-Clinton. Pero ahora suena a chiste.

Barack Obama espera para saludar a los trabajadores a la salida de una fábrica ayer en Indianápolis, Indiana.
Barack Obama espera para saludar a los trabajadores a la salida de una fábrica ayer en Indianápolis, Indiana.AFP

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