"La creatividad aumenta a los 50"
Kathleen Turner cuenta en un libro su vida y confiesa que ahora se siente libre de los estereotipos
El cine nos ha dejado grabada su imagen como mito sexual de los ochenta, pero Kathleen Turner no siente especial nostalgia de aquella época y asegura que, a sus 53 años, se siente liberada de estereotipos. "La creatividad aumenta a los 50", asegura la inolvidable protagonista de Fuego en el cuerpo, en sus recién publicadas memorias, un recorrido por sus avatares profesionales así como por los aspectos más dolorosos de su vida privada.
Ha superado una enfermedad de la que pudo acabar en una silla de ruedas
La publicación de Send yourself roses ha tenido amplio eco en el Reino Unido, en parte a raíz de la querella que el también actor Nicolas Cage interpuso contra Turner en la High Court londinense por "difamación, libelo y calumnia". Los recuerdos que la actriz retiene del rodaje de Peggy Sue se casó, que ambos coprotagonizaron en 1986 y a ella le mereció una designación al Oscar, no resultan especialmente amables con Cage, de quien se dice que causó un sinfín de problemas en el plató, acomplejado por el hecho de ser sobrino del director cinematográfico Francis Ford Coppola.
Turner le ha pedido disculpas por relatar en sus memorias que el actor fue arrestado por conducir ebrio y que robó un perro.
La actriz no se muestra más compasiva al retratar a otros galanes con los que ha compartido pantalla. De William Hurt dice que era un bebedor y un mujeriego; del cómico Steve Martin comenta que le sorprendió comprobar que era una de las personas menos divertidas que haya conocido, y a Burt Reynolds lo califica como una persona "sencillamente desagradable". La Turner adora en cambio a Michael Douglas, aunque admite que la estrella "es el mejor de los amigos y el peor de los enemigos".
Igual de implacable se muestra a la hora de describirse. Turner recuerda la etapa más dura de su vida: fueron los años noventa, década en la que empezó a ganar peso a causa de la medicación que tomaba para tratar una artritis reumática y, sobre todo, porque se aficionó al alcohol. Su reinado en el celuloide -que le procuró sendos Globos de Oro por Tras el corazón verde y El honor de los Prizzi- empezaba a apagarse, a la par que su transformación física y su bajo estado anímico. "He vivido tragedias personales, bebido sin control y superado una enfermedad de la que me dijeron que acabaría en una silla de ruedas", relata en el primer capítulo del libro, que decidió escribir "después de 30 años de estar en el negocio del celuloide".
Una sucesión de éxitos teatrales en Broadway y el West End londinense (El graduado, ¿Quién teme a Virginia Wolf?) le han permitido reinventarse como actriz en los últimos años, y hoy dice sentirse afortunada de pertenecer a "una generación de mujeres que tiene el control de su vida y de sus finanzas". El público, además, sigue reconociéndola, como puede comprobar cada vez que utiliza el metro de su ciudad, Nueva York.
Desde que hace dos años pusiera fin a dos decenios de matrimonio con el empresario Jay Weiss -de quien tiene una hija, hoy ya universitaria-, vive volcada en su trabajo, reniega de la tiranía de la imagen en Hollywood y alaba a los europeos, "que sí valoran a las mujeres con experiencia y con una trayectoria a sus espaldas".
En Londres le devuelven el piropo, proclamándola como una de las mejores actrices de la escena teatral actual.
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