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Reportaje:MODA

'Cowboy' de diseño

Eugenia de la Torriente

Resulta sencillo caricaturizar a Ralph Lauren. Un chaval judío del Bronx que creció con la nariz pegada a los escaparates, deseando una vida que sus padres, inmigrantes rusos, no podían proporcionarle y soñando con ser Joe DiMaggio o Frank Sinatra. Un vendedor de corbatas que se creyó que, en efecto, América era la tierra prometida, un paraíso virgen e idealizado donde el valor del trabajo podía hacer rico a un hombre. Teniendo en cuenta que ese chico, que nació Ralph Lifshitz en 1939, ha conseguido crear un imperio mundial de 4.300 millones de dólares a base de que la gente comulgue con su fantasía personal, es posible que la caricatura sea simplista.

El humor, en todo caso, no resulta especialmente pertinente para comprender al personaje. No hay rastro de ironía, de cinismo o de mordacidad en su recreación de los estereotipos estadounidenses. Lauren ensalza, sin aristas, a los grandes mitos americanos: de la estética de los WASP (blancos protestantes anglosajones, en sus siglas en inglés) al cowboy solitario que recorre praderas, pasando por la tradición indígena y, por supuesto, los años dorados de Hollywood. Un universo que empezó con la ropa para hombre y que ha extendido a las mujeres, los niños, la decoración y hasta la pintura para paredes. Un mundo ideal al que se accede comprando sus productos. No se trata tanto de que Lauren eche de menos un tiempo y un estilo de vida como de que defienda que se puede vivir en él. Igual que Bruce Springsteen, a punto de los sesenta, sigue cantando sin sonrojo a las chicas y los coches, Lauren defiende con sus creaciones, sus campañas de publicidad y sus tiendas una quimera de autenticidad y vitalidad.

Si Richard Prince fotografía de nuevo los anuncios del hombre Marlboro para obligarnos a repensar las connotaciones simbólicas de un icono que ya hemos asimilado, Lauren se apropia de ese cliché con la candidez de un niño en busca de un héroe, que ni ve ni quiere ver más allá de la grandeza que le promete. Eso sí, cuenta con un inmejorable embajador para que la leyenda no parezca mera ficción: él mismo. La mejor prueba de que su cuento puede ser una realidad. En 1967, tras años de clases nocturnas y sucesivos empleos en empresas del negocio textil, decidió establecerse por su cuenta en una oficina del Empire State para comercializar las llamativas corbatas que su jefe se obstinaba en negarse a producir. Les puso una etiqueta netamente aspiracional, Polo, en honor de uno de los más sibaritas juegos de equipo. En sólo un año facturó más de 500.000 dólares y poco después exprimió al máximo el potencial de su referente, sacando a la calle las camisetas con cuello y botones que utilizaban los jinetes. Empezó a ganar mucho dinero y lo empleó en construirse una vida a la medida de la ilusión que vendía: un rancho en Colorado, una casa frente al mar en Long Island, un apartamento en la Quinta Avenida, una villa en Jamaica y una colección de coches antiguos.

Con la colaboración de Bruce Webber, un fotógrafo enamorado de lo natural y también empeñado en retratar la potencia muscular de una nación joven, todas esas residencias se convirtieron en mitificados escenarios donde representar la ilusión. Y Lauren, su mujer Ricky y sus tres hijos en algunos de sus más destacados actores. Al pasar las hojas del robusto tomo que él mismo ha editado para celebrar el 40º aniversario de su compañía, cuesta distinguir las instantáneas del álbum familiar de las campañas publicitarias. En todo caso, siempre son las imágenes las que mejor cuentan esta historia. Ralph Lauren las prefiere a las palabras, desde luego. Concede pocas entrevistas (ha rechazado dar una para este artículo) y el relato de su propia vida que ofrece en el libro es, cuando menos, escueto. Se detiene, una y otra vez, en los referentes sobre los que han construido su identidad estética (el cine, el Oeste, la música de Cole Porter, la tradición británica, lo deportivo, lo familiar...), pero pasa de forma muy superficial por su vida y su forma de ser. "Siempre me sentí cerca del cowboy, del renegado que simboliza. Finalmente, me compré una casa en Colorado y, en efecto, me convertí en uno".

Existe otra tentación, además de la caricatura, y es considerar a Ralph Lauren un mero vendedor, un empresario astuto. Es innegable que no hay en su trabajo el afán rupturista, ni siquiera innovador, que se presume en un creador. Pero, a través de la apropiación de códigos ya existentes (aunque, a menudo, imaginarios: no son reales los protagonistas de Frank Capra y la vida de los sujetos retratados por Edward Curtis no debía ser tan heroica como sus fotografías), Ralph Lauren ha creado algo que sí le es propio. Un estilo reconocible en todo el mundo, íntimamente ligado a sus peculiaridades y fantasías, que en algunos aspectos ha llegado a suplantar al auténtico mito estadounidense del que se alimenta.

"En los últimos diez o veinte años nadie ha influido tanto en nuestra forma de vivir. Por la elegancia atemporal de sus trajes, la originalidad de sus anuncios y el refinamiento de sus tiendas, Ralph Lauren ha insuflado a la creación americana nobleza y carácter propio", afirmó la actriz Audrey Hepburn al otorgarle el premio honorífico del Council of Fashion Designers of America (CFDA) en 1992. En el discurso, que reproduce el libro del aniversario, Hepburn llevó esta línea argumental aún más lejos. "Nos enseña una forma distinta de ver el mundo. Esta increíble capacidad ha hecho de él un fenómeno cultural".

La relación con el cine siempre fue productiva para el diseñador. La Paramount le dio libertad para que recreara a su gusto sus adorados años veinte en el vestuario de El Gran Gatsby (1974) y más tarde se encargó de un guardarropa que marcó época: el de Diane Keaton y Woody Allen en Annie Hall. Por cierto, que este director atesora una de las anécdotas que mejor explica la idiosincrasia de Ralph Lauren. La describe Michael Gross en una biografía no autorizada publicada en 2003 (Genuine authentic). Allen mandó una cinta de vídeo para felicitar al diseñador en la fiesta de su 60 cumpleaños. "Ralph siempre pensó que podía ser actor", contaba el cineasta. "Un día fuimos a comer y me dijo: 'Sácame en una película'. Le pregunté: '¿Como quién te ves?' 'Steve McQueen, Gary Cooper', respondió. 'Ralph, eres un judío bajito'. Y me dijo: 'No cuando estoy vestido".

Ralph Lauren par Ralph Lauren, publicado en francés por Editions du Chêne. Ralph Lauren: The inspiration of four decades, publicado en inglés por Rizzoli.

Ralph Laurent diseñó en 1974 el vestuario de la película <i>El Gran Gatsby,</i> dirigida por Jack Clayton. En la imagen, sus protagonistas, Robert Redford y Mia Farrow.
Ralph Laurent diseñó en 1974 el vestuario de la película El Gran Gatsby, dirigida por Jack Clayton. En la imagen, sus protagonistas, Robert Redford y Mia Farrow.AP

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