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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Presiones cambiarias

Es razonable que a los ministros de Finanzas de la UE les preocupe la intensa apreciación del tipo de cambio del euro frente a las principales monedas, de forma particular frente al dólar y las monedas vinculadas con regímenes cambiarios no flexibles a la moneda norteamericana. El yuan chino es el caso más destacado: la competitividad de esa economía descansa en otros factores, pero la resistencia de sus autoridades a la apreciación de la moneda es uno de ellos.

El perjuicio a algunas economías europeas es evidente. En un momento de inestabilidad financiera inusual, de racionamiento crediticio y de encarecimiento de la financiación del sector privado,

es un serio inconveniente que también obstaculice la actividad una de las variables más importantes en la competitividad empresarial como es el precio del euro. El lado positivo es que un euro caro reduce el importe de las importaciones energéticas, intensivas en la mayoría de las economías europeas y de forma particular la española.

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La cuestión es saber cuáles han de ser las acciones que las autoridades económicas europeas han de adoptar para neutralizar los efectos adversos de ese comportamiento cambiario. De forma muy sensata, los ministros decidieron ayer pactar unas reglas, muy genéricas por cierto, para hacer frente a las crisis financieras transfronterizas, como la que estamos viviendo: aumentar la transparencia de los mercados, mejorar la coordinación entre los supervisores, acrecentar las exigencias a las agencias de calificación de riesgos. Pero lo que no hay que hacer es lo que ha sugerido el presidente francés, Nicolas Sarkozy: instar con declaraciones públicas al BCE a que intervenga directamente para evitar mayores apreciaciones del euro. Supone desconocer lo que puede hacer el BCE o, lo que es peor, socavar intencionadamente la autoridad de esa institución.

Forma parte de lo posible, aunque hoy por hoy poco deseable, que, excepcionalmente y con el consenso debido, se revisen los objetivos que orientan las actuaciones del BCE. Pero ahora el único fin de la política monetaria es la estabilidad de precios. Este fin puede compatibilizarse con el crecimiento económico o el del empleo, pero las formas en las que los franceses reclaman su revisión no son las adecuadas. Recuerdan la contestación permanente, hace dos décadas, al acuerdo del Sistema Monetario Europeo, o al anterior de la serpiente monetaria, cuando las cosas no les iban bien.

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