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En la huella de Jesús de Polanco

El autor evoca al fallecido presidente del Grupo PRISA, que, dice, supo siempre ir por delante, más preocupado de la labor bien hecha que de su imagen. Por ello, añade, no respondió a la calumnia de los que no saben competir lealmente

Con la muerte de Jesús de Polanco, su obra ha adquirido la magnitud de lo que perdura. Su excepcional visión estratégica ha dejado iluminado un trecho grande del inmediato devenir de PRISA, para que quien asume ahora las responsabilidades que él ejerció tan destacadamente afiance su propia manera de hacer las cosas, y lo haga, a la vez, innovando y con fidelidad a la grandeza de la herencia recibida. Se equivocaron quienes pensaron que, con su desaparición, PRISA iba a conocer instantes de debilidad o desorientación. Jesús de Polanco supo siempre ir por delante en todo, y ha dejado clara la huella inmediata de la andadura que él ya no podrá recorrer.

Pocos días antes de morir, en su última comparecencia pública, Jesús de Polanco recogía, en la Casa de Correos, el premio de periodismo Miguel Moya, otorgado por la Asociación de la Prensa. Comenzó su discurso, su último discurso, leído de pie, con voz clara y aún enérgica, dando un testimonio de nuestra amistad, para mí inolvidable, al que correspondo: Jesús ha sido, es, uno de mis mejores amigos, y además ha influido decisivamente en mi vida con sus enseñanzas y el ejemplo de su integridad. Luego añadió: "Descubro en la figura de Miguel Moya rasgos y valores que me resultan familiares, cercanos, muy vinculados a lo que ha sido mi personal relación con la historia del periodismo en España. Hizo honor a la visión política y cultural que expresaba su cabecera. El Liberal fue un periódico que asumió su papel en la modernización de España. Obviamente, el liderazgo social y la clarividencia política de don Miguel Moya no estuvieron exentos de las contrapartidas que parece inevitable recibir. También fue objeto de diatribas y calumnias. Se le dedicaron irrepetibles epítetos y una encarnizada campaña de boicot contra su periódico. Nada de esta inútil agitación queda hoy en la memoria de nuestro país, pero sí recordamos y agradecemos la influencia y el legado de un hombre que supo proteger al periodismo y a su periódico de los incorregibles enemigos de la libertad de prensa". Resulta evidente que Jesús de Polanco, al escribir estas palabras, se sentía identificado con aquel ilustre personaje de finales del siglo XIX, y que estaba pensando en sí mismo.

En efecto, durante años Jesús de Polanco también sufrió una permanente campaña de difamación, de medias verdades y calumnias enteras, a las que, quizás equivocadamente, no quiso responder, pues siempre se preocupó más de que su labor estuviera bien hecha que de su imagen, seguramente por estimar que la verdad se impondría por su propia fuerza. Jesús de Polanco se convirtió, para un sector de la opinión pública, en un personaje inventado. Son los artificios maniqueos de quienes no reconocen el mérito ajeno, no saben competir lealmente y no respetan el pluralismo social, careciendo de límites morales en la persecución de sus fines. Esta campaña prosiguió miserablemente hasta el mismo día de su entierro. Lograron que, para una parte de la ciudadanía, Jesús de Polanco fuera el principal y más odiado enemigo, la personificación de todos los males, gracias a la acción continuada de algunos medios, entre ellos la radio vinculada a la Iglesia, y de ciertos políticos. La infamia alcanzó su cumbre con el caso Sogecable: aún recuerdo las imágenes emitidas por la televisión pública presentando en sus informativos, una y otra vez, a Jesús de Polanco subiendo las escaleras de la Audiencia Nacional para declarar como imputado de una inexistente estafa multimillonaria, tras la noticia del abatimiento a tiros de unos gángsteres. El juez que instruyó la falsa causa fue finalmente condenado por prevaricación y escandalosamente indultado por el Gobierno que respaldó aquel infame montaje; ese mismo ex juez, a quien Jesús de Polanco perdonó el pago de la compensación económica que le impuso la sentencia condenatoria, aprovechó su muerte para escribir de nuevo insidiosamente contra él en la ultratumba.

Aquel episodio constituyó una de las más vergonzosas páginas de nuestra democracia. Recuerdo bien, en el momento más álgido del huracán que quiso terminar con la independencia de PRISA, cuando algunos le apuntaban a Jesús de Polanco la salida fácil de despedir a una reducidísima lista de periodistas "desafectos" al gobierno de Aznar, cómo decidió arriesgar su patrimonio para defender no sólo la libertad de expresión de los medios de PRISA, sino la libertad de todos, y la dignidad cívica. Su descomunal fortaleza le permitió salir indemne y afianzado ante tan poderosos enemigos: siguió pensando, diciendo y haciendo lo que como empresario y ciudadano consideró su deber. Y es esta actitud de independencia, como manifestó en la última Junta General de PRISA, la que le llevó a ser incomprendido frecuentemente por tirios y troyanos, porque en nuestra joven democracia la relación de prensa y poder precisa aún de un mayor rodaje. Pero lo más admirable, aquello que denota su fibra de gran hombre, es que tampoco entonces se dejó contaminar por el resentimiento, el deseo de desquite o el rencor. Y lo que escribió sobre Moya con él se cumplirá con creces: nada quedará de la inútil agitación que promovieron contra él, y su importantísimo legado perdurará.

La verdadera grandeza de un hombre, la entidad cierta de su calidad humana, se vislumbra cuando alcanzado el poder, la fortuna y la fama, sigue siendo él mismo y mantiene las relaciones personales de siempre, y sus mismos hábitos. Jesús de Polanco no mudó con el éxito, y lo tuvo inmenso. Se caracterizó por la llaneza de su trato, por su fácil accesibilidad, por continuar en lo esencial con la sobriedad de su vida anterior, por su capacidad de seguir escuchando y asumiendo opiniones discordantes, por el ejercicio de una extremada cortesía, por su generoso reconocimiento del mérito ajeno y por no transferir nunca a los demás las consecuencias de los errores propios, y por poseer, en grado sumo el don de la amistad. Impresiona comprobar la hondura de las relaciones afectivas que ha dejado, pues el hombre poderoso y afortunado no suele ser tan querido como lo fue Jesús de Polanco por quienes de trataron. La lucidez y la entereza con la que afrontó el trance de su muerte, y el coraje con el que se sobrepuso al dolor de su fatal enfermedad para cumplir hasta el último día con su vocación empresarial y su recto patriotismo, demuestran también la dimensión humana que caracterizó a Jesús de Polanco. Por eso su desaparición nos ha dejado a muchos, más solos, pero también sabemos que tenemos para siempre la sombra frondosa de su figura.

Gregorio Marañón y Bertrán de Lis es académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

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