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Reportaje:Al compás en Málaga y Cádiz

El centro de la galaxia tablao

Estrella Morente deslumbra al público de la Bienal de Flamenco de Málaga con un recital desnudo de artificios junto al mar

Fernando J. Pérez

El programa de mano lo advertía bien clarito: "El artista se reserva el derecho a cambiar el repertorio". Estrella Morente no cambió el repertorio anunciado para su recital del pasado jueves en la playa malagueña de El Palo, pero le dio tal meneo a su contenido que los profanos -y este cronista avisa que lo es, y mucho- se encontraban con tangos gitanos cuando pensaban que escuchaban alegrías y tarantas mineras donde el lujoso panfleto anunciaba granaínas. Por suerte, una mano amiga enderezó el entuerto: la cantaora granadina había hecho un guiño cabalístico al número siete, que marca el destino de la segunda Bienal Málaga en Flamenco, y había comenzado su actuación junto al mar por la pieza número siete. A partir de allí, el programa de mano sólo sirvió para abanicarse.

Y tal vez fuera mejor así. Sin la muleta del papel sólo quedaba sentarse y sentir, sin tratar de entender. El recital, dicen los que saben, se inició con una introducción por bulerías y alegrías a cargo del cuerpo musical, encabezado por el tocaor Montoyita y el compás de la familia Morente-Carbonell. Cuestión de calentar el ambiente ante la salida de Estrella Morente. La hija de Enrique Morente -presente en la platea- apareció en escena con un sencillo vestido blanco y desde el primer tango, que arrancó sentada y terminó bailando, se convirtió en el centro de la galaxia tablao. Todo giraba alrededor de ella: en un primer círculo los músicos, en un segundo círculo el público de pago, y en un tercer círculo, los seguidores y curiosos que se acercaron detrás del escenario sin pagar y a quienes Estrella no condenó a las tinieblas exteriores.

La puesta en escena, con todos los artistas de riguroso blanco y el Mediterráneo saltando de fondo, anunciaba por donde iba a discurrir el recital: flamenco libre de artificios de una artista que, dicen, transita con naturalidad entre lo esencial y lo mestizo. Los tangos dieron paso a una soleá por bulerías en cuyo final la voz, siempre poderosa, le raspó un poco. Al ritmo de tarantas mineras y otros cantes de Levante fue cayendo la noche y Estrella tiró de abanico para cerrar la primera parte del espectáculo, donde desconcertaron los continuos viajes de la artista desde el tablao hacia el camerino.

La segunda mitad del recital, con la noche cerrada y el olor de los espetos de sardinas que comenzaba a invadir la playa, fue de menos a más, y el público lo agradeció. Después de unas Bulerías de Córdoba la Llana que arrancaron olés entre las sillas, llegó el turno de Oye y de Volver. La recreación flamenca del tango de Carlos Gardel, mientras jugaba con un mantón negro en forma de red como si fuera un capote que le daba una presencia insoslayable, hizo levantarse a todo el público de sus asientos.

El primer recital del ciclo Sólo apto para menores, dedicado por la Bienal a los nacidos después de 1980, terminó con un recuerdo a capela a las voces femeninas del flamenco y una salida rumbera de toda la familia Morente Carbonell. Una hermosa iniciación al flamenco sin programa.

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Sobre la firma

Fernando J. Pérez
Es redactor y editor en la sección de España, con especialización en tribunales. Desde 2006 trabaja en EL PAÍS, primero en la delegación de Málaga y, desde 2013, en la redacción central. Es licenciado en Traducción y en Comunicación Audiovisual, y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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