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Columna
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De paz; no pacíficas

Andrés Ortega

España está haciendo un notable esfuerzo en operaciones militares internacionales, con dolorosos sacrificios como la muerte de seis militares en un atentado terrorista en el sur de Líbano. Las tropas españolas realizan estas misiones por solidaridad y por interés nacional e internacional. Pero en opinión de algunos aliados, este país no está logrando traducir este esfuerzo y sacrificio en influencia política. Plantearlo no es un acto egoísta, sino que permite, por ejemplo, ejercer con más peso en la OTAN la crítica (importante estos días entre los aliados) a los bombardeos con víctimas civiles en Afganistán por parte de fuerzas de la Operación Paz Duradera, diferente de la de la ISAF, de reconstrucción, llevada por la Alianza Atlántica.

Los tres escenarios donde España tiene más tropas son todos delicados: Kosovo, donde en semanas o meses (cuatro o seis) puede declararse la independencia; Líbano, donde además de interponerse entre Israel y Hezbolá, las fuerzas españolas (y las demás) tienen ahora que defenderse de ataques terroristas de grupos vinculados a Al Qaeda; y Afganistán, una guerra fallida en la que los bombardeos (no siempre norteamericanos) contra talibanes y militantes de Al Qaeda están matando a civiles, volviendo a la población en contra del contingente internacional y contribuyendo a su impopularidad local que se suma a la del propio presidente afgano, Hamid Karzai. ¿Puede España marcharse de estos tres escenarios? No, porque están en juego intereses generales, y en el caso de Afganistán, proyectos regionales de reconstrucción que no dependen sólo de los militares. En todo caso el debate interno a ras del suelo, si no más bajo, contribuye a debilitar la posición internacional de España.

¿Son guerras? Hay un intento de afirmarlo para equiparar estas actuaciones con la participación española en su día en la guerra de Irak. El mandato es muy diferente: la legitimidad que aportan resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas o, en el caso de Irak, la falta de resolución para la invasión. Otras posteriores lo que hicieron fue enmarcar la realidad de una ocupación (aunque ahora no lo sea formalmente). Pueden considerarse operaciones de paz, más no pacíficas. Más bien, como se ve, lo contrario, y por eso se envían fuerzas armadas. Justamente para evitar esta confusión, en los ejercicios de prevención de crisis de la OTAN y la Unión Europea se ha acuñado una nueva terminología para estos casos, en los que la comunidad internacional tiene que intervenir en conflictos con misiones que no son propiamente sólo de paz (mantenimiento o imposición) ni de guerra en el sentido clásico: se llaman operaciones para "generar estabilidad, seguridad, desarrollo, propiedad y establecimiento de instituciones con una integración de esfuerzos".

Puede parecer complicado, pero no lo es, cuando el reto verdadero no es sólo la paz o la guerra, frente a actores, a menudo, no convencionales ni estatales, que conllevan terrorismo e insurgencia, sino evitar que los Estados en los que se interviene acaben en fallidos. En Afganistán, el objetivo no es establecer una plena democracia, sino un país que funcione más o menos para que no exporte su inestabilidad (ni sus drogas). En Líbano hay otros objetivos, complicados debido a otros acontecimientos en una zona, que se han complicado con el aislamiento de la franja de Gaza bajo Hamás, y en donde los conflictos se interrelacionan.

En el fondo, salvo por razones jurídico-formales, importa poco que sean guerras o no, pues los retos no cambian por ello. Lo que se entiende menos es que porque hayan muerto seis militares españoles en Líbano, España retrase el envío de 50 instructores militares a Afganistán donde nuestra contribución militar ha pasado del 5º al 12º puesto debido a que otros países han incrementado la suya. O que se retrase la asunción rotatoria por España del Estado Mayor de la ISAF hasta después de las elecciones generales. Tampoco contribuye a la imagen de seriedad de España la decisión de Rodrigo Rato de abandonar su cargo al frente del FMI antes de tiempo. A España no le sobran en estos momentos puestos internacionales de relevancia ni de peso.

aortega@elpais.es

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