Pesadillas antes del sueño en el imaginario de Trias

Xavier Trias deberá buscar el consejo de su colega el doctor Eduard best-seller Estivill porque Barcelona no le deja dormir bien. Como mínimo, en la primera fase del proceso. Porque al principio de definir cómo la sueña sólo le asaltan pesadillas: Barcelona es un ensueño angustioso, que oprime y preocupa, y hasta causa enojo. Se le aparece la ciudad "decepcionada por el Fórum", o hundida en el Carmel, "colapsada por Cercanías", con un aeropuerto conflictivo y "marcada por el incivismo". La pesadilla parecía ayer reciente, como si la hubiera revivido hacía poco rato, emparentándose quizá con alguna otra alucinación de su infancia, la vivida en la confluencia entre Rambla Catalunya y Consell de Cent, justo donde ayer tenía el cara a cara.

La parte de proyecto, de esperanza, de objeto de deseo como esa manzana icono de su programa electoral está en parte, dijo, en la recuperación de la Barcelona del 92, la de la "gente orgullosa", "capital de Cataluña, que apuesta por la innovación".

Ya bien metido en la fase REM, donde los sueños son más elaborados, el cielo despejó y la ciudad se convirtió en referente en el trabajo ("más estable y amplio"); en la vivienda ("la gente no tiene que marcharse por no poder adquirirla"); en los servicios ("más y mejores"); en la seguridad ("donde nadie tiene miedo en las calles"). Y hasta pareció que llegaba el eco de Martin Luther King en las graderías del Lincoln Memorial cuando habló de "convivencia con la gente de fuera, un proyecto común, con hijos y nietos que progresen. Una ciudad no sólo para ver, sino para vivir. Y lo sueño siendo yo el alcalde, gobernando para todos". ¡Puf! Sueño acabado: el ver (veure) y vivir (viure) es exactamente el enunciado de uno de los 10 puntos de su programa. Lo debió hacer ex profeso porque Trias sabe que los sueños, por definición, no tienen probabilidad de realizarse. Mejor, igual pensó, la pesadilla de la realidad.