El Sur dentro del Norte
Para instalarse en la histórica abadía de Santo Domingo de Silos, en el profundo corazón de la Castilla más profunda, Carmen Laffón, que arrastra consigo siempre la piel de su paisaje natal, desde Sevilla hasta donde el Guadalquivir se vuelca en el mar, se ha llevado a espuertas la tierra y sus frutos del rincón que utiliza como estudio en Sanlúcar de Barrameda. Un retazo de la viña de su huerto. Una metáfora. Una metáfora, que es bella por su poder de evocación, ciertamente, pero, sobre todo, porque está rehecha y pintada; replantada. De un tiempo a esta parte, Carmen Laffón (Sevilla, 1934), que lleva más de medio siglo de actividad artística, le ha dado por replicar tridimensionalmente las cosas y el ambiente para ella entrañables, que son las que se pierden entre los rincones íntimos del espacio habitado y los abiertos pasajes de luz a raudales; vamos, algo así, como los "cerca" y los "lejos". La denominación de "pintura de lejos" es una expresión castellana antigua, que se aplicaba para lo que después se llamó "paisaje" y "panorama", pero "pintura de cerca", aunque esté implícitamente sobrentendida en la anterior, es un término de mi invención, que aquí uso para describir la atención que Carmen Laffón dispensa a las cosas cotidianas olvidadas, cargadas de elocuente silencio y como a la espera de la mano que las acaricie, cual esa harpa mentada en los célebres versos de su paisano Bécquer.
CARMEN LAFFÓN EN SILOS. LA VIÑA
Abadía de Santo Domingo de Silos. Burgos
Hasta el 3 de mayo
Ambas querencias están presentes, fondo y forma, en la instalación que Carmen Laffón ha dispuesto en las salas de Silos, donde se nos muestran materialmente visibles, en escayola y bronce pintado, desde la mesa de trabajo de su taller en Sanlúcar, atestada con los enseres donde proyectaba lo que después ha realizado en la abadía burgalesa, hasta, claro, toda la parafernalia de las cepas que crecen sobre el muro de su jardín y las espuertas a rebosar de racimos de uvas. Junto a todo este material escultórico, al que ha barnizado con toques de pintura tenue, como cincelando el apagado resplandor de la luz, que se disuelve en tonalidades grisáceas y nacaradas, y que ha sido cuidadosamente dispuesto por ella a lo largo y a lo ancho del espacio dispuesto para la presente exposición, hay que añadir unos hermosísimos dibujos de carbón y témpera sobre madera, de tamaño natural, algunos bocetos dibujados sobre papel y un par de refinadísimos óleos; o sea: que ha abordado todas las dimensiones de la ilusión, pero al servicio de la realidad física e íntima por ella evocadas. El visitante puede entonces quedarse encantado con esta insólita recreación del cálido y feraz sur en los muros monacales de la fría y adusta Castilla, pero, a nada que piense, se percata de la compleja urdimbre conceptual y práctica que se trasluce en esta operación, que no es sólo la de una obra instalada, sino la trasposición de un mundo y una sensibilidad, ellos mismos portadores de luminosa calidez: la que irradia, desde hace más de medio siglo, y cada vez mejor, Carmen Laffón.
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