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Reportaje:

Memoria del 'otro' bombardeo

Setenta años después, supervivientes del ataque que arrasó Durango evocan sus recuerdos de aquel 31 de marzo

José Manuel Azurmendi sigue viviendo a escasos 20 metros del lugar donde la mañana del 31 de marzo de 1937 nació por segunda vez. Había llegado tarde a misa de las ocho y media en la iglesia de los Jesuitas de Durango, y su mente de niño de nueve años decidió que no debía enfadar al cura interrumpiendo la ceremonia. Así que se sentó en el último banco, justo bajo la balconada del coro. Justo la única parte de la estructura superior del edificio que aguantó el impacto de las bombas. "Me salvó la txapela del coro", recuerda. "Vi un enorme resplandor y entonces hubo como una bola de fuego rojo en el techo y un enorme estruendo que llevé grabado aquí durante meses", añade mientras se señala la frente con el índice. La explosión y el posterior derrumbamiento mataron a unos 40 del medio centenar de feligreses que seguían la ceremonia.

Aviones italianos lanzaron 14.840 toneladas de bombas, causando 366 muertos y centenares de heridos

A poco más de 200 metros de allí, en el pórtico de la iglesia de Santa María, jugaban dos niñas de nueve años. "Mi madre me había comprado unas tabas, que es como si hoy te compran un coche, así que llamé a mi amiga Mariví para estrenarlas", relata quien fue una de aquellas niñas, Mariasun Bengoetxea. El juego se detuvo al sonar las alarmas. "Le dije '¡corre!', y las dos salimos corriendo". Sólo tenían que cruzar la calle para ponerse a salvo, pues sus familias tenían sendos negocios en los bajos del edificio contiguo a la iglesia. "Yo llegué a la puerta de la chocolatería de mis padres, me di la vuelta y la vi muerta en el suelo", rememora.

En esa primera pasada, los bombarderos italianos a las órdenes del general Mola tomaron como eje de su ataque la línea que une los dos templos, en dirección este-oeste y con el sol de cola. No fue más que el inicio de cuatro largas jornadas en las que los aviones arrojaron sobre la villa 14.840 toneladas de explosivos, causando 366 muertos y varios centenares de heridos en una población que rondaba los 9.000 habitantes.

Coincidiendo con el 70º aniversario de aquella tragedia, que se adelantó casi un mes al más recordado bombardeo de Gernika por la Legión Cóndor, un grupo de supervivientes se ha reunido a petición de este periódico. La cita se produce en una céntrica cafetería que ocupa el lugar de la antigua chocolatería de los Bengoetxea, en los bajos de un edificio picado aún por la viruela de la metralla. La propia Mariasun Bengoetxea ha bajado las escaleras que conducen al sótano del local. "Aquí nos metimos", señala al tiempo que muestra un pequeño almacén ahora ocupado por cajas de refrescos. "Estábamos mis padres y mis hermanos. Se movía el suelo y hubo un estruendo horroroso. Cuando salimos, sólo había llantos, casas caídas y gritos", dice.

Entre los fallecidos en el templo de los Jesuitas se encontraba la joven Icíar Belaustegigoitia. Sus hermanas Jone y Maitena, entonces de 18 y 14 años, respectivamente, esperaban noticias en el exterior del edificio. Ellas tuvieron la fortuna de ir a escuchar misa en la única iglesia que no resultó afectada por el ataque, la de Santa Ana. Alarmadas por la ausencia de su hermana, se acercaron al lugar donde suponían que se hgallaba. "Cuando vimos la fachada casi intacta, pensé que no habían bombardeado la iglesia", evoca la menor de las Belaustegigoitia.

La razón de aquella errónea impresión hay que buscarla en el tipo de explosivos empleados para el ataque, diseñados para estallar en el interior de los edificios sin dañar su exterior, según Jon Irazabal, director de la asociación cultural Gerediaga y autor de Durango, 31 de marzo de 1937, libro que resume sus investigaciones sobre el bombardeo. En la obra, este experto sostiene que el de Durango fue el primer bombardeo aéreo "planificado y ejecutado sistemáticamente" en Europa. "Hubo otros ataques aéreos antes, pero no con este grado de planificación, bombardeando y ametrallando a los supervivientes durante días. Pese a ello, Durango no tuvo el impacto internacional de Gernika", indica. El objetivo de aquella nueva táctica era "causar el desmoronamiento del frente provocando el pánico en la retaguardia".

En 1937, Paco Barreña era miembro del Batallón UGT-1 Fulgencio Mateos. Con 22 años, se había alistado voluntario y estaba destinado en Otxandiano. La mañana del 31, escuchó el ruido de explosiones que subía del valle. Tres días después, bajó a Durango con un permiso de 48 horas para visitar a su familia. "Las calles estaban desiertas. Llegué hasta la altura de Santa María y no tuve el valor de entrar en la iglesia. Nos entró miedo", reconoce.

Con 13 años, su hermano Alberto aún no estaba en edad militar y le puso al corriente de los acontecimientos. Él también había podido guarecerse en uno de los refugios. Tras las primeras pasadas de los bombarderos, su familia huyó a las campas que rodeaban la localidad. A las cinco de la tarde, los aviones regresaron. "Venían de los Intxortas. Al llegar a la altura de Abadiño, soltaban las bombas. Todo se ponía como de color de arcilla", apunta el menor de los Barreña. Escondido en un pinar, vio algo que aún no esperaba: "Ametrallaban a la gente que huía. Volaban tan bajo que les veíamos las caras. Una mujer iba corriendo y su hijo le dijo: 'Ama, diles que no disparen, que no quiero morir".

Este año, el aniversario del bombardeo va a ser recordado en Durango con una serie de actos que comenzaron el pasado viernes con el estreno del documental Durango: El bombardeo olvidado. Ayer se presentó otro audiovisual, titulado Martxoaren 31 gogoan ("El 31 de marzo en el recuerdo"), que analiza la visión de los jóvenes de la localidad sobre ese episodio de su historia. El programa de actividades, que incluye conferencias, exposiciones, conciertos y actuaciones teatrales, culminará con una ofrenda floral a las víctimas, que se realizará el día 31 a las 20.00 en el pórtico de Santa María.

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