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Goles contra la depresión

Barça y Madrid se sacuden la tristeza por su eliminación en Europa con un partido vibrante

Àngels Piñol

Y el partido finalizó y la grada acabó salpicada de pañuelos blancos y con un grito de furia dirigido al árbitro: "¡Fuera, fuera, fuera!". El Camp Nou pasó de estar sumido en un espeso silencio a rugir cuando Messi empató en el último minuto, completando su noche más grande desde que está en el Barça.

Quedaba el tiempo del descuento y Ronaldinho inició una jugada mientras Diarra le hacía una carga. El público reclamó penalti excitado al ver que aún su equipo acariciaba el milagro. No fue así. Mientras la grada destilaba ira, los jugadores del Barça celebraron el empate entre abrazos. No era para menos. Estuvieron a un paso de hipotecar la Liga y atraparon un punto y al Sevilla, el líder, con un partido menos, de un zarpazo.

Frank Rijkaard, técnico del Barça, replicó el viernes a quienes decían que el partido se presentaba soso diciendo: "Esto sigue siendo un Barça-Madrid". Y tenía razón porque el Camp Nou vivió, de principio a fin, uno de los clásicos más vibrantes, intensos y enloquecidos de los últimos años. Forzados por su delicada situación, defenestrados ambos de Europa, Barça y Madrid jugaron a un ritmo frenético como si quisieran conjurar en 90 minutos todas sus miserias. Fue una noche de locos: tres goles en 13 minutos y cuatro en menos de media hora no se ven todos los días. Ni tampoco un empate en el último segundo de un clásico.

No hay vuelta de hoja: ya puede llegar el Liverpool con todo su encanto del fútbol inglés, el Milan o el Bayern que ningún equipo despierta tanta pasión, angustia y sed de victoria en el Camp Nou. No hubo mosaico ante los reds pero ayer la grada se pintó de azulgrana. No se vio en ese partido la pancarta Catalonia is not Spain que con puntualidad británica cuelgan de la grada las Juventudes de Convergència. Y ayer apareció peleándose contra el viento. Alguien tampoco olvidó colocar dos de apoyo a Motta, apartado del equipo. Pocas veces se reúnen en el palco el presidente de la Generalitat, José Montilla y el arzobispo de Barcelona, Lluis Martínez Sistachs. Tanto ruido había cuando sonó el himno culé que el saque de honor de Francisco González, presidente del BBVA, patrocinador de la Liga, pasó casi desapercibido.

Y la pelota empezó a rodar y el partido, seguido por casi un millar de periodistas, obligó a unos y otros a olvidarse del diván. El Madrid recibió en Múnich un gol a los 10 segundos y ayer se redimió con otra marca de récord: batió a Valdés a los cinco minutos. Le cuesta al Barça este año un mundo remontar un gol y Messi tardó seis en empatar. "¡Fuerza tío!", se leyó en su camiseta mientras celebraba su primer gol en cinco meses. Sólo pasaron dos minutos y Oleguer empezó su particular calvario al cometer penalti sobre Guti. Van Nistelrooy marcó. Todo a velocidad de partido de balonmano.

Messi volvió a empatar y Eto'o, aún tierno, falló lo que nunca falla ante Casillas. Luego Oleguer acabó expulsado. No faltó de nada: hubo lluvia de tarjetas, pañuelos y un grito rescatado del baúl de los recuerdos que hacía mucho -"¡Así, así gana el Madrid!"- que no se oía. Y luego mucho silencio con el gol de Sergio Ramos. Por haber, hasta saltó un espontáneo. Messi salvó al final al Barça besando el escudo y el Camp Nou enloqueció. Estarán los dos grandes fuera de Europa y en horas bajas, pero tenía razón Rijkaard. Bienvenidos al clásico.

Ronaldinho cae por una falta de Sergio Ramos
Ronaldinho cae por una falta de Sergio RamosEFE

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