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Columna
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Partitocracia

¿Partidos? No, enteros, contestaría el guasón. Pero en esas estamos y no se conoce ninguna alternativa mejor. Por lo menos que sea viable. Adelanto que no quiero husmear en sus interioridades -esa democracia interna tan guay que tienen-, sino en su funcionamiento de cara al exterior. Puede que todos veamos lo que queremos ver, pero cuando lo hace un partido el efecto multiplicador es impresionante. Con la particularidad de que en el caso de los partidos las anteojeras son mucho más consistentes -pesa toda la ideología y toda la disciplina de partido- y mucho más interesadas, porque buscan el poder. La búsqueda del poder es su único objetivo y su única razón de ser, por lo que no sólo ven lo que quieren ver sino que hacen que los demás veamos lo que ellos quieren ver. Y se establece dentro del partido un circuito de retroalimentación fatal cuyo resultado es que cada vez se está más fuera de la realidad.

Empecemos por un par de muestras gastronómicas procedentes de dos países que se disputan la primacía en ese campo. Todos sabemos que en el Cantábrico no hay anchoas. Lo saben quienes las pescan, o sea quienes ya no las pescan, y lo saben los científicos. Pues bien, por oscuras razones electorales -nunca suelen ser oscuras, eso es lo mejor- el Gobierno francés (y detrás de todo gobierno hay por lo menos un partido) consigue imponer en la UE su versión de que sobre la anchoa no hay nada demostrado y para ello se inventan una campaña de pesca científica (los japoneses y compañía pescan así las ballenas riéndose de las moratorias) para... ¡vender el producto de la pesca! Negando de manera tan flagrante e interesada la realidad nos vamos a quedar sin anchoas. Lo menos que podía hacer el Gobierno francés era regalarnos los votos que saque para ver si los podemos guisar a la papillote

El ejemplo español de análisis interesado de la realidad -gastronómica- ya lo habrán adivinado, es el vino. De acuerdo, hay que combatir el consumo de alcohol por parte de los menores y hay que advertir de los peligros del exceso de consumo, pero no se puede imponer la voluntad propia a la de todos los ciudadanos debido a la imagen distorsionada de la realidad que el propio deseo ha fraguado: ¿qué tienen que ver los menores con los mayores de edad?

Aunque los ejemplos de percepción desenfocada por interés están mucho más claros en campos como el de los Estatutos. Si hubiesen constituido una necesidad esencial para los ciudadanos (sería conveniente que algunos repasasen la prensa del primer tercio del siglo XX para ver qué era sentir la necesidad de autonomía), ¿se hubieran producido las abstenciones del Estatuto de Cataluña -51%- y, peor aún, del de Andalucía, con el 60%? Los partidos se alzan en arúspices de la opinión pública mientras hacen todo lo posible por crearla, ya que es la única manera que tienen de ir afianzando y ampliando su caladero de votos. Bueno, la única no, porque tienen otra: vapulear al contrario para dar muestras de firmeza. Cada vez se habla menos de las ofertas de cada cuál y más de las taras que se observan en el otro. Resulta chistoso que ya no se discuta de ideas o de los temas que de verdad interesan a la gente (terrorismo, paro, vivienda, etc.) para no hacer... partidismo con ellos o dar una imagen... ¡partidista! Y donde ya uno se parte -sí, se queda partido- es cuando dicen que no hay que tocar esos temas (generalmente suelen ser esos más alguna crítica argumentada), porque crispan, como si debido a ello las masas anduvieran dándose de cabezazos contra la pared de pura crispación. Pero igual no tiene remedio, así que me conformaré con recordar unas líneas que el Nobel Pamuk extrae con gracejo de la prensa turca: "Como es bien sabido, el ayuntamiento iba a limpiar por completo Estambul de perros y asnos, y la policía de pordioseros y vagabundos. Pero no sólo no han cumplido, sino que ha aparecido una horda de falsos testigos". Es lo que tiene el partidismo, donde menos se espera salta la liebre o, como quien dice, el efecto descacharrantemente perverso.

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