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Reportaje:TEATRO

Picasso y el arte degenerado

Javier Vallejo

El dramaturgo Jeffrey Hatcher imagina un encuentro entre Picasso y una crítica de arte nazi en el París ocupado. José Sacristán y Ana Labordeta protagonizan la obra en Málaga.

En el París ocupado falta azúcar y chocolate, el café es un sucedáneo a base de cebada y los restaurantes sólo sirven carne tres días por semana. Todo escasea, pero a Picasso no le va mal. A menudo come en Le Catalan, donde se siguen sirviendo menús de los de antes de la guerra: bien untada, la Policía hace la vista gorda. El pintor se ha mudado a su amplísimo taller del palacete de la Rue des Grands-Augustins, donde anda caliente gracias a la tonelada de carbón mensual que le procuran los buenos oficios de un amigo. También consigue, nadie sabe cómo, bronce para fundir sus esculturas en un momento en el que los alemanes rapiñan las de las plazas públicas para hacer balas. Los nazis no le permiten exponer: lo han incluido en su lista de artistas degenerados, pero no le molestan, ni siquiera cuando, variado el rumbo de la guerra, buscan resistentes hasta debajo de las piedras. En la relación de arrestados y deportados en febrero de 1944 figura Max Jacob. Cocteau redacta un manifiesto pidiendo su liberación. Picasso, amigo de ambos, rehúsa firmarlo. Pero volvamos atrás: otoño de 1941. Picasso, a punto de cumplir los sesenta, separado de Olga Koklova, ex bailarina de Los Ballets Rusos, tiene dos amantes: Marie-Thérèse Walter, madre de su hija Maya, y Dora Maar, artista apasionada de la que está empezando a saturarse. Para que no se encuentren, y para que no le encuentren en brazos de alguna admiradora, hace equilibrios vodevilescos: vive solo y no les permite que le visiten por sorpresa. Con Marie-Thérèse y Maya se ve jueves y domingos. Dora es su modelo habitual. Suele comer con ella a diario en Le Catalan, que le queda a un paso. Cada una se cree su preferida. Con este panorama biográfico de fondo, el autor estadounidense Jeffrey Hatcher ha compuesto Un picasso, obra que se estrena el 30 de enero en el Festival Internacional de Teatro de Málaga, con José Sacristán y Ana Labordeta como protagonistas. Es una ficción trufada de datos biográficos y de intriga, al estilo de Variaciones enigmáticas, de Eric-Emmanuel Schmitt, o del Uuuuh! de Ricard Gázquez.

Al subir el telón, Picasso desciende a un sótano repleto de lienzos girados contra la pared. Estaba comiendo tranquilamente en Le Catalan cuando dos hombres enfundados en gabardinas le pidieron que los acompañese. Tras él, baja Miss Fischer, atractiva funcionaria del Ministerio de Cultura alemán, además de crítica de arte. Desea saber si tres autorretratos suyos confiscados a coleccionistas judíos son auténticos. En París abundan las falsificaciones. Goebbels ha encargado una gran colectiva con obras incautadas, y quiere que haya alguna del artista malagueño. El pintor reconoce la autenticidad de las que Miss Fischer le muestra, y le pregunta: "¿Quién más participa en la exposición?". Miró, Ernst, Klee, Léger... sólo artistas degenerados: "Al cabo de tres semanas, haremos una pira monumental con lo expuesto", asegura ella. Picasso quiere salvar sus cuadros. Dice que son falsos. Lo jurará donde haga falta, y la dejará en ridículo. Miss Fischer confiesa que le admira, y le explica: "Si no consigo lo que quieren mis superiores, tendrá usted que vérselas con hombres de uniforme". Al pintor no le queda más remedio que negociar.

Un picasso. Málaga. Teatro Cervantes. 30 y 31 de enero.

José Sacristán y Ana Labordeta, en 'Un picasso'.
José Sacristán y Ana Labordeta, en 'Un picasso'.

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Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

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