Elegía
Cuando, de pronto, en pleno éxito se le rompe el corazón a un joven al que has conocido de niño y has visto jugar y crecer en la playa, hacerse adolescente, llegar a la madurez y triunfar en su profesión, uno siente que la muerte esta vez te ha atacado también a ti por la espalda y en este lance se ha llevado con él la memoria de unas mañanas azules llenas de felicidad junto con los soles compartidos en los mares del verano. Éste es el pequeño homenaje que le debo a un amigo, Fran Goñi, joven abogado inteligente y sensible, muerto de repente. Era vástago de la familia del excelso doctor Jiménez, aquel médico discípulo de Ramón y Cajal, quien en compañía de Grande Covián enseñó a comer a los españoles en medio del hambre de posguerra. En todas las estelas funerarias griegas y romanas siempre se atribuía a la envidia de los dioses la muerte de un joven preclaro, por eso deseo que esta elegía sea una protesta formal contra el destino y que en ella conste todo cuanto hizo Fran en la vida para no merecer su infortunio. Cayó fulminado por un infarto el día 23 de diciembre; la suerte aún le dio la oportunidad de llegar vivo a las máquinas, a las que permaneció conectado durante veinte días aciagos en los que su corazón luchó arduamente contra la fatalidad latido a latido sin rendirse, pero al final la Dama no tuvo compasión ni con él ni con cuantos le queríamos. He cruzado estas fiestas de Navidad yendo y viniendo desde una clínica de Maternidad donde en la incubadora daban sus primeros vagidos a la vida dos mellizas prematuras y de allí a la planta de la UVI del hospital Gregorio Marañón en la que agonizaba este amigo arrebatado por la muerte cuando vivía en medio del fragor del éxito. En la Maternidad había muchachas recién abiertas rodeadas de flores cuyo perfume se unía en el nido al blando candor de la primera leche y en el hospital se hallaba siempre instalada en los rostros la ceniza del dolor con los ojos arañados por la vigilia y las lágrimas, las dos caras de Jano, el dios que cierra y abre las puertas. La tarde doraba los pinares de los montes de El Pardo cuando le dimos sepultura y por el cielo pasaban bandos de aves erradas por una falsa primavera. Crecerá junto a la memoria del joven Fran un laurel cuya sombra cubrirá su tumba y en ella podrían ser escritos estos versos: el que yace aquí, ahora cuerpo derrotado, fue antaño esclavo sólo de su amor a la vida. Y quienes más le amaron deberán rebelarse luchando de nuevo por el placer de cada día para recordarle siempre como él deseaba.
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