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Columna
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América Latina 2006

Podemos afirmar que América Latina existe por dos características que concurren en los países hispano-hablantes. Tienen el español como lengua principal, y alcanzan, con una matizada nota al pie de Chile, cotas tremebundas de iniquidad social. Lo decía el secretario general de la OEA, José Miguel Insulza: "América Latina no es la parte más pobre del mundo, pero sí la más injusta". Y eso explica desde el peronismo de hace medio siglo hasta el chavismo, siglo XXI, pasando por el castrismo, así como es decisivo para cimentar dos líderes de signo político tan dispar como el propio presidente venezolano, Hugo Chávez Frías, y su homólogo colombiano, Álvaro Uribe Vélez.

¿Por qué América Latina es también la parte del mundo con mayor inseguridad ciudadana?; ¿el único continente donde hasta hace algunos años medraba la insurgencia armada, y aún perdura en Colombia?; ¿donde los gobernantes y las administraciones, en general, son más corruptas?; ¿donde, sólo superada por el África negra, hay más países con una tasa inmanejable de pobreza absoluta, y la riqueza extrema se concentra en menor número de manos?; ¿donde, al menos en Occidente, mayores son los índices de analfabetismo, y la precariedad de lo, que en Europa se llamaría, formación profesional?

No puede haber una respuesta general, ni única. Está el factor tiempo. Sólo han transcurrido 200 años desde las independencias y apenas medio milenio desde la llegada de los españoles. Europa ha tardado por lo menos el doble en convertirse en el continente básicamente bien ordenado y altamente predecible que es hoy. Está el factor herencia. España dejó mucho de lo que era -no la más depurada marcha hacia la democracia- en la génesis de lo latinoamericano. Está el factor heterogeneidad. Seguramente es más fácil fabricar una gran nación unida si prevalece, intelectual y materialmente una sola materia prima, como el blanco, anglosajón y protestante de Estados Unidos, que si hay que trabajar con lo gravemente disímil en cultura y raza, y, si vence el pentecostalismo, se sumará la religión.

Este rosario de acusaciones contra los Estados latinoamericanos, herederos pero también continuadores de la Colonia, se halla en la base de los populismos menos elegantes de nuestro tiempo, así como también de los neoliberalismos más indiferentes a la suerte del ser humano.

A Chávez se lo han trabajado a pulso todos los regímenes anteriores y, especialmente, a partir del guzmanato (Antonio Guzmán), que fue crudamente modernizador en el último tercio del siglo XIX, como lo sería, paralelamente en el tiempo, el porfiriato de México. El líder venezolano tiene hoy un doble progenitor: el primero por méritos propios, porque es el primer jefe de Estado venezolano que hace algo tangible para mejorar la suerte de los pobres urbanos; y el segundo, sobrevenido, se llama Carlos Andrés Pérez, que desempeñó su última presidencia a comienzos de los noventa, se decía social demócrata, el petróleo le pasó por entre los dedos sin que Venezuela se enterara más que viendo nuevos ricos en la tele, y hoy vive, añoso, en Miami.

La génesis de Uribe en Colombia tiene similar pedigrí. Un establecimiento espeso y oligárquico como el canalé; un porcentaje de blancos -casi todos españoles- lo bastante alto como para creer que podían mandar sin pactar con otras razas; ninguna riqueza como el océano de crudo venezolano, que resultó ser modernizador porque atraía inmigración cualificada. Y todo ello como convergente en la aparición del movimiento guerrillero más exitoso de la historia de América Latina, las FARC, ayer, sociales, y hoy drogadictas. Tras el fracaso de fórmulas diversas para combatirlas, desde el apaciguamiento al soborno, había de surgir el hombre providencial, pero que no fuera un dictador, Álvaro Uribe, que ha comenzado, sin embargo, su segundo mandato, como dicen en los toros, con división de opiniones, cuando el primero fue casi aclamatorio.

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América Latina es cualquier cosa menos un éxito y España no puede dejar de tener alguna responsabilidad en ello, sobre todo si se mira al indio, al negro, y al mestizo. Pero, que dejen, por favor, los criollos de exculparse acusando a España, cuando ocurre que ellos son los españoles.

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