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Columna
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Señales de confusión

A falta de conocer las entretelas del proceso, a uno le gustaría poder recurrir a los síntomas para sacar conclusiones, aunque sólo fuera para provecho propio. Lo terrible del momento actual reside, sin embargo, en que no hay más síntoma inmediato que el barullo, en que los hechos, sean los que sean, son sólo pruebas de relatos previos a los que se amoldan, y en que han desaparecido los límites entre conjeturas y hechos, de modo que lo que ocurre se ha convertido en simple representación de deseos dispares. Unos quieren que esto siga adelante y concluya bien, y otros desean que esto fracase, y lo digo sin ánimo de atribuir a nadie intenciones malévolas. No, parto de la convicción, aunque pueda ser un a priori cándido, de que todo el mundo quiere que ETA desaparezca de una vez, de que nadie desea que ETA vuelva a matar. La discordia tiene que ver más con estrategias de poder y, sobre todo entre nuestros inteleshtuales, con posiciones de partida que, cabalgando entre los hechos, tratan de asegurar su acierto. Unos dijeron: ETA sólo dejará de matar a cambio de la independencia, luego cualquier intento de negociar con ella únicamente puede conducir a la rendición del Estado de derecho. E igual tienen razón. Otros dijeron: ETA ha reconocido su derrota y ha comprendido que tiene que incorporarse a la vida democrática de una forma más o menos honrosa. E igual tienen también razón. En lo que unos y otros pueden andar errados es en su empeño por acomodar los acontecimientos a sus posiciones de partida, porque, de la misma forma que pueden tener razón, pueden también estar equivocados. Lo que tenía que haberse desarrollado con discreción ha derivado en estruendo; inconvenientes de la falta de sintonía entre nuestros dos principales partidos, un hecho absoluto sobre cuya razón de ser tampoco nos pondremos de acuerdo, síntoma éste de que seguramente no podía haber ocurrido de otra forma.

Bien, nuestros dos principales partidos han hecho del proceso un motivo central de su pugna política y no veo probable que esta situación se reconduzca, aunque sería lo deseable. El Gobierno tendrá que seguir adelante con el proceso y sufrir las consecuencias de su fracaso o beneficiarse de su éxito si llega a buen puerto, y los populares tendrán que seguir oponiéndose a él, haciendo incluso lo posible para que fracase. Para que fracase, sí, y dejémonos de rodeos, ya que si están tan convencidos de que su puesta en marcha conduce a la ruptura de la unidad de España, a la rendición del Estado de derecho y a la muerte de la democracia, tienen la obligación de hacer lo posible para que fracase. Otra cosa es que tengan razón, y pudiera ser que sus augurios catastrofistas no fueran sino pretextos necesarios a sus deseos de oponerse y sus profecías no otra cosa que profecías autocumplientes, tarea para la que se suele tener que colaborar. Pero, vaya usted a saber, pues es difícil formarse un criterio cuando hasta los análisis forman parte del barullo y se realizan para engordar la bola. Buena muestra de ello la dan los tres profesores universitarios que han hecho público un documento sobre la mesa de partidos, en el que se confunden conjeturas y hechos, haciendo que los juicios de intención vayan a misa. Ateniéndose a sus criterios, ya me dirán cómo justifican el Pacto Antiterrorista -del que soy partidario y defensor-, al fin y al cabo una mesa extraparlamentaria entre nuestros dos primeros partidos -con la exclusión, por cierto, del resto de las fuerzas parlamentarias- y en el que se han tomado decisiones importantísimas, posteriormente ratificadas por el Parlamento. ¿Sería también antidemocrático?

Parece evidente, pues, que el denominado proceso de paz ha derivado hacia una pugna partidista cuyos objetivos apenas tienen que ver con la paz ni con la libertad, y que el presidente Zapatero tendrá que apechugar con la responsabilidad de haberse lanzado sólo a la piscina, sin haberse asegurado previamente el apoyo del PP. ¿Hizo bien, de todas formas, al aferrarse a lo que consideró una buena oportunidad para acabar con ETA? A estas alturas, sólo los resultados darán fe de su acierto o desacierto, aunque su soledad asediada no parece favorable a los buenos resultados. Sí parece propiciar la algarabía del mundo etarra, tan experto en rentabilizar la confusión y la disensión ajenas para acallar de esa forma la confusión propia. Pues tampoco en ese mundo están las cosas tan claras como pretenden dar a entender. Propensos a la ensoñación voluntarista y a desertar del principio de realidad al menor destello de la aurora, perciben un resquicio donde hace apenas unos meses sólo había convicción de fracaso. Hay que convencerles de que no lo hay.

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