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LA NUESTRA
Columna
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El opio, el opio

La información se conoció la semana pasada: aumenta de manera notable la inversión publicitaria en los canales temáticos de televisión a costa de la que se hace en la televisión en abierto. Parece que hay una importante fuga de espectadores (y no sólo de ellos, también de los lectores de prensa) de la televisión en abierto a ofertas especializadas y sin sorpresas como la contraprogramación o la improvisación. Los responsables de televisiones públicas que se han reunido esta semana en Madrid lo saben bien y dicen que esta nueva coyuntura hace más perentoria la necesidad de que la televisión pública cumpla una auténtica función de servicio público, para lo cual son a su vez imprescindibles tanto la independencia respecto del poder político como la existencia de Consejos Audiovisuales que asuman su función con menos pasividad. El caso de la discusión, que vuelve a retomarse ahora, del Estatuto de la RTVA es un buen ejemplo de que nada de esto es fácil de conseguir. Y algo llama la atención en esto.

Llama la atención que persista la obsesión por el control de un instrumento que, como es el caso de la televisión convencional, parece que va a tardar menos de lo que se esperaba en ser algo completamente residual. Desde que hace cincuenta años empezó la televisión en España, ninguno de los que la han tenido bajo su autoridad ha dejado de pensar en ella como un instrumento de control o de beneficio político: bien porque, antes de la democracia, se censuraba la información, bien porque, ya en democracia, se creía ciegamente que la televisión servía para ganar elecciones, el caso es que al medio se le atribuía un poder prácticamente ilimitado que lo convertía en objeto de una codicia desesperada. La pregunta es: ¿va a ser verdad que ahora que la televisión pública ha perdido esos pretendidos valores taumatúrgicos se va a ver condenada a servir sólo productos indigentes, en vez de asumir por fin el compromiso de ser el servicio público y social que siempre se dijo que debía ser?

Lo que tenemos a la vista no da para hacerse demasiadas ilusiones. Los canales públicos españoles nunca han renunciado a competir con los canales privados, comerciales, y para ello no han tenido más remedio que asumir los criterios propios de estos. Naturalmente, tienen una zona reservada en su programación para productos que un canal comercial difícilmente emitiría. En Canal Sur está claro cuáles son esos programas, y también está claro cómo van retrocediendo en el horario hasta límites que no se entienden: el debate de Mejor lo hablamos, dedicado este último jueves a la violencia de género y su tratamiento en televisión, empezó ¡a las 23.45! Sin embargo, y para volver al domingo, lo que teníamos a las 22 horas en CSTV era Tierra de nadie, en el que se habló con toda seriedad de la existencia de unos "campos telúricos" en los que ocurren no sé qué cosas. Pura charlatanería, superchería y eso que en tiempos se llamó "opio del pueblo". ¿Vamos a dedicar la televisión de todos a eso que ya hacen otros? Ese domingo, a esa misma hora, Iker Jiménez daba en Cuatro un reportaje sobre El Satanás de Logroño: sencillamente imbatible.

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