Una chica triste y solitaria
Una biografía de Audrey Hepburn, firmada por Donald Spoto, recupera la figura de la actriz, convertida en símbolo de moda
Audrey Hepburn sigue de moda 13 años después de su muerte. Convertida en un icono del estilo, la imagen de la actriz, con sus enormes gafas, vestida de negro por Givenchi frente a los escaparates de Tiffany's, sobresale con fuerza en el firmamento de las estrellas, en un momento en el que se impone la estética de los años sesenta. Su bello rostro de ojos enormes se vende impreso en camisetas, bolsos y hasta cuadros para colgar junto al sofá, al lado de mitos como Marlon Brando o Lauren Bacall. Ahora, Donald Spoto, el controvertido y nada complaciente biógrafo de las estrellas, profundiza en la vida de la protagonista de Desayuno con diamantes a lo largo de casi 400 páginas. "Audrey representa la clase de elegancia que puede ser especialmente apreciada en la era de los vaqueros rotos. Su combinación de modestia y simplicidad es una combinación maravillosa en estos tiempos de celebridades vulgares y vacías", aseguró Spoto durante la promoción de Audrey Hepburn. La biografía (Lumen) en Estados Unidos.
"Era callada. No me gustaban las muñecas. Nunca me parecieron reales"
"De pequeña me enseñaron que era de mala educación llamar la atención"
Si, como dicen los psicólogos, en la infancia se oculta la clave de la vida de las personas, el caso de Audrey Hepburn (Bruselas, 1929-Suiza, 1993) parece de catálogo. Hija de Ella van Heemstra, baronesa victoriana hasta la médula, y de un padre aventurero y vividor que nunca llegó a tener un empleo fijo y que no le prestó la menor atención, Audrey Kathleen Ruston fue educada sin mimos. "De pequeña me enseñaron que era de mala educación llamar la atención y que jamás de los jamases debía ponerme en evidencia. Todavía me parece oír la voz de mi madre diciéndome 'sé puntual', 'no hables demasiado de ti misma", asegura la actriz en la biografía de Spoto.
Su padre, defensor de la extrema derecha -llegó a almorzar en Múnich con Hitler-, marcó el carácter de la niña. "Me convertí en una criatura melancólica y callada. No me gustaban las muñecas, nunca me parecieron reales". La tristeza y el desconcierto se apoderaron de la pequeña cuando descubrió que su padre les había abandonado para siempre. En Arnhem, al sur de Amsterdam, junto a sus abuelos maternos, sufrió los efectos de la guerra mundial. La artillería nazi se incautó de todo lo necesario para sostener su máquina de guerra, incluidas las cuentas bancarias, las joyas y todas las propiedades de su familia. Durante los cinco años que duró la ocupación soportaron, como miles de personas, una auténtica pesadilla. Audrey fue testigo de las deportaciones de las familias judías y de todo tipo de atrocidades, tanto ella como su madre colaboraron con la Resistencia.
A lo largo de todo el libro, Spoto da cuenta de las depresiones emocionales que afectaron a la artista a lo largo de su vida. La primera a los 16 años, poco después de finalizar la contienda. También en esa época inició su afición al tabaco y al chocolate. Ese mismo año se trasladó con su madre a Londres para proseguir sus estudios de danza, un sueño que abandonó para trabajar como modelo publicitaria y como actriz en comedias musicales, donde fue descubierta por William Wyler para rodar Vacaciones en Roma con Gregory Peck. Su trabajo le valió un Oscar a la mejor interpretación y una cascada de contratos. Su escaso pecho y su figura de muchacho, una excepción en una época en la que mandaba el físico tipo Marilyn Monroe o Elizabeth Taylor, llamó la atención desde el primer momento. Billy Wilder contó con ella para Sabrina, una película que marcó su imagen. Antes de iniciarse el rodaje, la propia Audrey se presentó en el taller de Givenchi en París en busca del vestuario para el filme. El modisto quedó impresionado por la joven, pero demasiado atareado para crearle el vestuario, la invitó a echar un vistazo a la colección por si encontraba algo interesante. Un traje de chaqueta de lana gris y un ceñido vestido blanco sin tirantes fueron suficientes para mostrar su elegancia.
Durante los 40 años que siguieron se mantuvo la devoción entre ambos. Givenchi llegó incluso a crear un perfume para ella, L'Interdit, diseñó el traje de bautismo de su hijo Sean y sufragó los gastos del avión que la trasladó moribunda de Estados Unidos a Suiza. "A diferencia de sus distinguidas colegas, no se comportaba como una estrella malcriada. Sabía cómo moldear su imagen", dijo el diseñador.
A los 31 años rodó el que sería su personaje más emblemático: Holly Golightly, protagonista de Desayuno con diamantes, basada en la novela de Truman Capote. La película acabó de convertirla en un icono de moda. Su imagen en el alféizar de la ventana cantando Moon river y tocando la guitarra atrajo a una nueva generación de espectadores y ha acabado por pasar a la posteridad. Luego llegarían éxitos como Historia de una monja, My fair lady o Dos en la carretera, pero los éxitos cinematográficos no acompañaron su vida sentimental. Mantuvo relaciones con Gregory Peck, William Holden, Ben Gazzara y Albert Finney y contrajo matrimonio con el actor Mel Ferrer y el psiquiatra Andrea Dotti, pero con ninguno alcanzó la estabilidad. Desde niña su mayor ilusión fue tener niños. Tras cinco abortos -"Me resultaron más dolorosos que cualquier otra cosa en la vida, incluida la desaparición de mi padre"- tuvo dos hijos. Los últimos años de su existencia los dedicó a tareas humanitarias con Unicef.
Con todo, las nuevas generaciones parecen reivindicar a la actriz más por su imagen que por sus logros profesionales. Su sensualidad no fue nunca notoria, ni algo que ella o sus jefes explotaran. En cierto sentido Audrey, sentencia su biógrafo, era como Campanilla (la de James Barrie, no la de Walt Disney): estaba envuelta en una especie de etéreo resplandor.
Babelia
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