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Columna
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El color con que se mira

¿Qué les pasaría hoy a los surrealistas, o a los dadaístas, si amanecieran por primera vez? Invocando la sensibilidad de los creyentes y según la geografía ¿los meterían en la cárcel o los degollarían? Dadas las previsibles escaramuzas entre confesiones, o entre éstas y los descreídos, habrá que hablar de religión sin por ello cultivar la teología. Es pues de reseñar que la editorial Pretextos de Valencia recién haya publicado en edición crítica dos fragmentos (bajo el título Luz y Sombra. Una vivencia(-sueño) nocturna y un fragmento epistolar), inéditos en absoluto hasta hace dos años, de L. Wittgenstein. Porque ese filósofo, cuya forma de pensar empapó el pasado siglo y aún el actual, dice cosas sobre la religión que vienen a cuento, aunque las escribiera en la década de los veinte. En esas estamos, vuelta a empezar.

Compara Wittgenstein el "ideal puro espiritual (lo religioso)" con la luz blanca, de forma que los ideales de las diferentes culturas serían como las luces de colores que se producen al traspasar aquélla cristales coloreados. El que vive únicamente a una de esas luces, sea la roja, pensará que ese color es esencial a la luz, incluso es probable que ni tan siquiera perciba que esa cualidad no es sino una "turbiedad" de la blanca. Así, el que se mueve en una de esas luces coloreadas no se mueve por el espacio, sino por la parte que un determinado color alumbra. Pronto llegará el momento en que quien por él deambula choque contra el límite de su espacio restringido. Ante tal choque Wittgenstein considera tres situaciones posibles. La del hombre que ni siquiera percibe que aquello con lo que choca es lo que lo limita y toma el golpe como si fuera no contra su límite, sino contra un objeto propio del ámbito que transita. Otros habrá que caigan en la cuenta que su luz no era realmente la luz, que ésta apenas puede vislumbrarse y que, en todo caso, ha de contentarse con la suya, ahora ya vista en su turbiedad antes ignota. De estos últimos afirma que caerán en el humor y la melancolía, estados de ánimo propios de la resignación. Y, por fin, habrá otros hombres que rompan el cristal y salgan "de su limitación a la libertad de lo abierto".

Wittgenstein era agnóstico, aunque afirmó, a la vez, que no podía sino ver todo desde un punto de vista religioso. En cualquier caso, pensaba que lo interesante era cómo un hombre se enfrentaba con el límite de la propia cultura "y, entonces, es ese enfrentamiento, su tipo + intensidad, lo que nos interesa de él, lo que nos conmueve de su obra". Pero cabe señalar -dado el objeto de la conferencia de Ratisbona y el auge de los fundamentalismos religiosos de toda estirpe- que no pensaba que la religión tuviera que ver con la razón. Lo cual no quiere decir que la considerara irracional, sólo ciertas actitudes las consideraba así.

Precisamente, pensaba que lo irracional era tratar a la religión según los parámetros de la razón. Afirmó que si alguien dice creer en el juicio final y otro asegura no creer tal cosa, el primero no está diciendo lo contrario que el segundo, simplemente cada uno está en posiciones o tiene puntos de vista diferentes. Porque no se entiende bien en qué consistiría dar razones para que uno de ellos cambiara de creencia: cualquier cosa que en el ámbito de las ciencias llamamos prueba no le influiría lo más mínimo. Así, a los creyentes que pretenden probar lo que creen se les puede tildar de inconsistentes porque no hay proporción entre lo que dicen creer y la debilidad del tipo de razones que aportan para justificarlo. Puede decirse entonces que los que así proceden son irracionales; pero no lo son los que, coherentemente, no tratan de probar lo que creen: "La religión dice: '¡Haz esto!'-'¡Piensa así!'- pero no puede fundamentarlo y cuando lo hace, repugna;... Más convincente sería decir: '¡Piensa así!- por extraño que te parezca'. O; '¿No quisieras hacer esto?- tan repugnante no es'".

Es decir, se trata de persuadir, no de probar ninguna verdad. ¡Ah, pero entonces hay que batirse el cobre en un ágora donde cualquier privilegio o imposición, más o menos violenta, sobra! Y en esas todos los creyentes debieran estar.

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