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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Agustín el Cacereño

Agustín Arias Solano, el Cacereño, es un cantante de flamenco de 60 años que vive en Sant Vicenç dels Horts, y es también un niño de 11 años criado en el campo de encinas y laderas y barrancos de Valdefuentes (Cáceres), que se arranca por Antonio Molina y por Joselito como quien arranca una mata con sus raíces. En los ojos menudos y azules de Agustín el Cacereño arde una infancia risueña y humilde de niño que canta villancicos en las calles de su pueblo a la caza del aguinaldo. El villancico, que no es un cante hondo, viene de lo más hondo de la lírica popular con sus burros cargados de chocolate. Agustín el Cacereño es ahora un trabajador prejubilado del ramo del metal, que ha dejado el cante para cuando se ha acabado la jornada de tubos, sopletes, reductores, oxígeno, pulidoras, molas y calderas, y entonces ha salido de la fábrica y ha quedado finalista en el concurso de Las Minas de La Unión, y le han galardonado con el Mejor Clasificado en el concurso del Yunque Flamenco de Santa Coloma de Gramenet.

Al oír hablar a Agustín el Cacereño uno piensa que la suerte es como un pájaro que se te pone en la mano y que no se deja coger. "Con 34 años participé en el concurso de televisión Gente Joven, pero no tuve suerte en la semifinal. Era domingo y también venía el cantante Francisco para presentar la canción que iba a llevar a la OTI; pero se retrasó mucho, y la gente del plató se cansó de esperar, y en cuanto empezó a jugar el Real Madrid allí no quedaron ni los de la orquesta de la televisión. Además, no había comida en todo Prado del Rey y el agua la bebíamos el guitarrista y yo de los grifos de los lavabos. A Madrid nos había llevado el suegro del guitarrista, que era taxista, y fue él quien tuvo que salir en su coche a por unos bocadillos. Cuando al fin me llegó el turno de cantar, ya estábamos deshechos". Agustín el Cacereño cuenta sus historias con una sonrisa ágil, como de brincar por el monte, pero en realidad está sentado a una mesita frente a la foto de bodas de sus padres. En ese retrato los novios van vestidos de negro campesino; la madre, con reja, mantilla y abanico; el padre, con camisa blanca. Agustín el Cacereño era el menor de seis hermanos, y se quedó sin madre a los 10 años, y sin padre a los 13. "Mi padre, Juanito Arias, cantaba muy bien por Manuel Vallejo, y mi madre, Pilar Solano, que cantaba por la Niña de la Puebla y por la Niña de los Peines, estaba emparentada con el maestro Juan Solano, que componía para Lola Flores". Un mes de julio, cuando Agustín tenía 11 años, se presentó en el pueblo el maestro Solano. Se enteró de su llegada Juanita Arias, una prima hermana de Agustín que trabajaba en la centralita telefónica, y en seguida mandó avisar a su tío y a su primo para que fuesen en busca del maestro. Agustín le cantó Una paloma blanca y El agua del avellano, y el hombre se quedó prendado de la voz del chiquillo, y le pidió al padre el consentimiento para llevárselo a Madrid, y le garantizó que en seis meses se lo devolvería hecho un artista. Pero el padre, con el resto de los hijos casados o trabajando fuera del pueblo, no quiso desprenderse del chico.

A finales de aquel año pasó por Valdefuentes una segunda oportunidad con su pájaro apretado en el puño. Eran las fiestas de Navidad, y a su edad Agustín ayudaba a su padre en las tareas de la siembra, la siega, la trilla, y de esta manera le ayudaba también a ir pasando las caedizas hojas del calendario. El caso es que esta vez llegó al pueblo don Florencio Cáceres, hombre al que se tenía por uno de los más ricos de Extremadura. Hizo alto don Florencio en una taberna, y allí se encontró a Agustín y a otros niños de pantalones remendados que iban con sus villancicos, zambombas, panderetas y almireces pidiéndole el aguinaldo a quien se lo quisiera dar. Le llamó la atención a don Florencio la voz de Agustín y le mandó que le cantase algo que no fuese de villancico, y así se arrancó el niño con La Tani y Soy un pobre monaguillo. Al terminar de escucharle, don Florencio le asomó a la calle, le señaló su Mercedes negro y le dijo que si se subía al coche le llevaría a Badajoz, le daría una buena ducha esa misma noche, y a la mañana siguiente, al levantarse, tendría a un lado un traje nuevo, y al otro lado unos zapatos sin estrenar y delante un desayuno de chocolate con churros, y que iría cada día al colegio, y que al salir tendría que estudiar tres o cuatro horas de cante, y que mientras estuviera con él le abriría una cartilla con cinco duros diarios. "Yo veía pajaritos por todas partes", exclama Agustín el Cacereño al contar esto. Se dio la circunstancia de que su padre había ido a comprar a otro pueblo y no volvía hasta el día siguiente. Don Florencio dijo entonces que regresaría otro día a la taberna en busca de una respuesta. Y de nuevo el padre no fue capaz de separarse del crío. Agustín llegó a Barcelona con 15 años y aquí fue cantante de twist y de rock and roll antes que de flamenco. Desde entonces Agustín el Cacereño ha llevado su cante a peñas, certámenes y concursos, y ha ganado un buen puñado de premios. Su próximo doble disco, que saldrá en noviembre, tiene título de villancico, Que reine la paz, y está dedicado a la memoria de sus padres.

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