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Reportaje:El turismo a examen

¿Cómo trata Madrid a uno de sus 6 millones de visitantes?

La capital ofrece una 'web', quioscos informativos y una sede en obras. Una periodista de EL PAÍS pone a prueba los servicios municipales

Patricia Gosálvez

El Centro de Turismo está en obras. El servicio se ofrece bajo los soportales de la Plaza Mayor en un pasillo de unos 12 metros que parece un despacho de la película Brazil. No hay colorines ni logos, sí muchos papeles. Una sola mesa mira al público, su dueño lee el periódico y habla por teléfono, al fondo seis funcionarios charlan. Los simpáticos chicos de naranja que atienden fuera explican que hay que apuntarse dentro a la ruta guiada Madrilian uses, en inglés, para que los extranjeros conozcan nuestras costumbres.

El Ayuntamiento de Madrid se gastará este año 20 millones en turismo. Un 840% más que en 2002. Nueve millones se destinan a vender la marca Madrid. La directora de Turismo, Carmen Caramé dice que "resulta vital atender al visitante una vez está aquí". ¿Cómo trata la ciudad a uno de esos seis millones de turistas que Madrid recibe al año?

"El buen 'marketing' es accesibilidad, algo debe fallar aquí", dice un viajero
El grupo comenta que la hospitalidad compensa los atascos, las obras y el mal inglés

Diez minutos después de entrar, con un "te dejo que tengo un poco de lío", el hombre del teléfono atiende a la turista en cuestión, una periodista de EL PAÍS. Para ver juntos el folleto hay que acuclillarse a su lado, con el trasero ocupando la única vía de paso. Le acerca una silla y se arrejuntan para no estorbar. ¿Qué ventajas tiene la Madrid Card?, pregunta ella, a sabiendas de que la tarjeta gestionada por una empresa privada incluye, por 36 euros al día, las rutas guiadas, entradas a museos, el bus turístico o la entrada al zoo. "Buf... la tarjeta... si vas a ver muchas cosas... tú dime qué excursiones quieres". "Póngame tres. ¿Qué le debo?" [Son 13,50 euros]. "Nada, te invito yo". "¿Por paciente?, ¿por española?, ¿por mona?". "Porque de todas formas, con la tarjeta te iban a salir gratis...", responde el enigmático funcionario. La turista sale con la impresión de que si fuera guiri, ya habría aprendido un par de madrilian uses.

"Promocionamos la tarjeta porque es una oferta interesante", dice Caramé, "pero la recomendación depende del caso, si la empujásemos demasiado, nos acusarían de intentar colocarla". ¿A qué vino la invitación del funcionario? "Hemos dado orden de que extremen el celo y las atenciones. Las obras son incómodas... hay que ser cuidadoso para que el visitante no quede descontento". Es innegable que el turista que no paga es un turista contento, pero ¿no sería mejor no hacer obra en verano? La directora defiende que la estacionalidad del turismo en Madrid es más otoñal que en el resto de España, así que hasta el 15 de septiembre, la oficina seguirá siendo un pasillo.

La primera visita de todo turista moderno es Google. Basta con teclear las palabras "Madrid" y "turismo" en casi cualquier idioma para dar con www.esmadrid.com, la página del ayuntamiento. Si se teclea sólo "Madrid", o "visita Madrid", la web municipal se pierde entre guías comerciales de la ciudad, homenajes al Real Madrid, y algún competidor, como el sitio municipal de Madrid, Iowa. La web de Madrid, España, recibió 275.336 usuarios únicos sólo en junio (el centro de Turismo en seis meses de 2005 atendió a 205.418 personas). La página es vistosa, fácil de usar y está en seis idiomas. Naomi y Rafael Tzoubari, médica e ingeniero de 52 años, han venido desde Montreal con folios impresos de esta web bajo el brazo. "La información venía muy bien detallada, aunque la web oficial me salió como séptima opción, después de varias compañías privadas". En la web cuesta encontrar un teléfono. El del centro de turismo (91 588 16 36) comunica. Mejor llamar al 010. Si se prueba en inglés (el 44,16 % de los turistas son extranjeros, el mayor grupo, estadounidenses), ponen en espera, pero al final se da con lo que suena como un entusiasta chico de naranja. Estos jóvenes tienen cinco quioscos: dos en la T4, y tres en Cibeles, Callao y Felipe II. Al más visitado, el de Callao, de junio a diciembre de 2005 se asomaron 44.632 personas. La turista tipo pide planes para dos días. Tres chicas la cargan de folletos y propuestas. No se achantan con las cuestiones intrincadas: ¿un japonés romántico? Recomiendan y buscan los teléfonos en la Guía del ocio. Se acerca una inglesa preguntando por una peluquería baratita y discuten si Spejo's es mejor que Marco Aldani. Todo es turismo.

El día termina probando las famosas rutas de Descubre Madrid. En dos de ellas, repiten los mismos cinco turistas. La pareja de Montreal, otra de Los Ángeles y la periodista. Los grupos no pasan de ocho personas. "En la de Londres o París", comenta Rafael Tzoubari, "se llegan a juntar 50. El buen marketing es visibilidad y accesibilidad, algo debe fallar en Madrid". Con las rutas no hay queja, si acaso el nivel de inglés de los guías, comprensible pero algo prosaico. Ejemplo: Alfonso XIII pasa a ser el XXX, thirtieth, en vez de thirteenth.

Las rutas son uno de los orgullos del Patronato, junto a las nuevas placas informativas en japonés. "Queremos un turismo para todos", dice Caramé, esgrimando que hay rutas en cinco idiomas, para discapacitados físicos, ciegos y personas sordas. Estas últimas se ofrecen en no más de siete fechas al año y en ningún caso después del 24 de junio. ¿Porque no en verano? Respuesta surrealista del 010: por el calor.

La ruta Madrilian uses hace turismo de lo cotidiano. Entra en la cocina de Botín y en la bodega de Casa Labra, "donde Hemingway se emborrachaba con Luis Miguel Dominguín", dice el guía. Virginia y Casey, de Los Ángeles, se lo han pasado pipa tras dos horas de pateo: "¡Y qué barato!" (3,20 euros). Antes de despedirse el grupo compara ampollas y comenta que la hospitalidad de los madrileños compensa los atascos, las obras y el bajo nivel de inglés general. "La bienvenida a los turistas es una labor integral, del Ayuntamiento pero también de los hoteleros, los taxistas y la gente de a pie", dice Carmen Caramé. "En una ciudad donde los visitantes procuran el 10 % del PIB, dar una buena imagen nos conviene a todos". Resulta que no sólo todo es turismo, además Turismo somos todos.

Circo en el estadio Bernabéu

A juzgar por la parada de la Puerta del Sol, los autobuses turísticos Madrid Visión, propiedad de una empresa privada, están haciendo su agosto en julio. Cuando llega el vehículo, más de 30 japoneses con gorras a juego se quedan fuera, esperando otros veinte minutos al siguiente en una parada no señalizada. El señor del quiosco de prensa que vende los billetes dice que es "más o menos delante del McDonald's".

En el segundo piso, la vista es chula, aunque rota por las obras y atronada por los atascos. El sol asesina. En los cascos, incluidos en el precio (14,50 euros por un día), suena la Verbena de la Paloma mezclada con frases como "Madrid es sus gentes", o "los monumentos marcan la historia de la ciudad y la de toda España". Llegando a Atocha, unos mexicanos se preguntan si será allí donde estallaron las bombas el 11 de marzo. La grabación en ocho idiomas responde que el AVE tarda dos horas y media en hacer Madrid- Sevilla.

Asad y Said Mokhtari, primos, iraníes de 27 y 28 años, llevan dos días viajando por Madrid en este autobús. Se enteraron de su existencia en uno de los puntos de información del Ayuntamiento: "Nos ofrecieron también el bono turista del metro y el autobús normal (un día, 3,50), pero nos hacía más ilusión ver la calle". Antes de viajar a Barcelona a firmar un contrato de exportación del "mejor langostino del mundo", querían hacer compras en Madrid, en Turismo también les informaron de las tiendas, "de lo más barato a lo más superfashion". "La gente es simpatiquísima; compensa el hecho de que la mayoría no habla inglés. En Gran Bretaña, todos hablan inglés pero son muy antipáticos", dice Said.

No todo el mundo pregunta. Hay muchos viajeros que prefieren ir por libre. El nuevo tour nocturno del estadio Santiago Bernabéu, que incluye copa y espectáculo flamenco circense de casi una hora, por 30 euros, se promociona en la web y en los folletos del patronato de Turismo, pero Bruno Galvao se enteró en la misma puerta. "Como todos los brasileños, soy futbolero, tenía que ver dónde juegan Ronaldo y Cecinho. Es caro, pero merece la pena", explica. Estudia medicina, tiene 22 años y acaba de hacerse una foto con dos compañeros como si fuesen jugadores saliendo al campo desde el vestuario. Dentro, la pieza estrella del "mira cómo viven los futbolistas" es un jacuzzi redondo donde por lo menos caben cinco.

En el banquillo, Dani, un niño madrileño cuya ilusión es ver dónde se cambia Guti, comenta la comodidad de los sillones. "No sé cómo la gente se queja de no jugar", dice su padre.

Un panel informa de que además de blanditos, cuando hay partido, los sillones están "calefactados". La entrada, sin copa ni show, cuesta 15 euros, pero se hace en solitario, siguiendo un recorrido marcado. "Lo suyo es que hubiese un guía", dicen David y Alberto, unos getafenses a los que les han tocado las entradas en Radio Marca. "Por lo menos los seguratas son enrollados", dicen, refiriéndose a los guardias de seguridad que terminan haciendo doblete como guías y respondiendo a las dudas de los visitantes.

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

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