_
_
_
_
Reportaje:

A solas contra el olvido

Un mes después del terremoto de Pakistán, la mayoría de las ONG anuncian su retirada de la zona

Ya no se ven mujeres llorando por las calles, ni cadáveres de niños desenterrados de sus escuelas. En Ballakot, el corazón de lo que fue un terremoto que inundó el 9 de octubre las primeras páginas de cientos de periódicos, apenas se ven periodistas. Pero la destrucción fue y es tan rotunda que parece un timo hablar de reconstruir edificios. Apenas se ven paredes en pie que se puedan reconstruir. Habría que retirar todas las ruinas y edificar de nuevo. Pero tampoco se ven escombreras en el epicentro. Y la mayoría de las ONG han anunciado su partida para antes de dos meses.

Polvo, humo, ropa vieja tirada y escombros por todos lados; ése es el panorama en Ballakot un mes después del seísmo. La mayoría de las víctimas cuentan con tiendas de campaña y comida. Pero las tiendas, advierten los militares, sólo son útiles a 900 metros sobre el nivel del mar, que es la altura de Ballakot. Y a los 2.000 y hasta 4.000 metros en que se encuentran muchas aldeas, las tiendas sirven de poco. Además, la gente de la montaña no quiere bajar a Ballakot.

"Al principio la gente se pasaba los días ante las ruinas de sus casas", afirma Marta Tryner
El teniente coronel Saeed asegura que se está perdiendo la batalla con el invierno

"Yo les pido a los de las aldeas: 'Por el amor de Dios, bajad antes de que sea tarde'. Pero ellos han vivido toda la vida ahí arriba, tienen su ganado allí, no quieren abandonar su tierra. Ahora estoy tratando de convencerles para que, por lo menos, se quede una persona en cada familia cuidando las propiedades, y el resto bajen a la ciudad", comenta el teniente coronel Saeed, responsable de la coordinación humanitaria en una de las cuatro zonas en que los militares han dividido la comarca de Ballakot para organizar la ayuda. Aún no se sabe cuál ha sido el número de muertos en la ciudad. Ni siquiera cuántos habitantes tiene o tenía. Hay enciclopedias que hablan de 7.000 y otras de 35.000. Los militares aseguran que entre la ciudad y las aldeas más próximas podían vivir unas 25.000 personas. Y en la comarca, 200.000. Ballakot es el pueblo de paso hacia los lagos y los ríos del valle de Kaghan, una de las zonas más turísticas de Pakistán. Ahora, cuando se atraviesa el pueblo y se vuelve la vista atrás desde lo alto de una colina sólo se ven escombros y tiendas de campaña.

A pesar de muchos países, como China o Jordania o los integrantes de la Unión Europea, han enviado ayuda económica y humana; a pesar de que se ven cientos de coches transitar por la carretera, y muchos de ellos van cargados de ropa y de mantas, el teniente coronel Saeed opina que se está perdiendo la batalla contra el invierno. Y se muestra muy pesimista con lo que se le avecina a la población y muy crítico con la labor de muchas ONG. "Han venido demasiados analistas. Y aquí lo que hace falta son refugios y ayuda concreta, no tantos análisis. Además, la mayoría de las ONG han venido sólo para lucir su cartel. No tienen ningún interés en coordinarse. Te encuentras a cuatro o cinco organizaciones atendiendo una aldea y después ves otras aldeas completamente desasistidas. En Ballakot están trabajando más de 70 ONG. Con que cada una de ellas se hubiese comprometido a atender las necesidades de una aldea, se habría solucionado buena parte del problema".

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

En la calle que vertebra la ciudad, la vida va ganándole poco a poco el pulso a la muerte. Cada día reemprende su actividad algún comerciante. No quedan puertas ni ventanas, pero las personas caminan como hormigas por los pedruscos, perdiéndole el respeto al manotazo del destino. "Al principio la gente se pasaba las horas y los días inmóvil ante las ruinas de sus casas y no permitía que nadie pisara sobre ellas", comenta Marta Tryner, médica coordinadora de la Cruz Roja española. "Yo no he visto grandes llantos, ni muchas lamentaciones, pero sí una pena muy profunda".

Sobre las ruinas de una casa, un chaval ha colocado su sillón de barbero y ha empezado a afeitar clientes. Su jarrito de agua a los pies, las navajas, la tijera y el peine sobre un cascote. El puente principal del pueblo ha quedado desviado un metro de sus soportes, como una rodilla desencajada. Da la impresión de que puede desplomarse en cualquier momento sobre un río cuyas aguas aún llevan el color del barro. Los militares han prohibido el paso de vehículos pesados. Pero los automóviles y los peatones no dejan de transitarlo. Se improvisan tiendas de verduras, de fruta, de carne sobre los techos de escuelas y comercios que ahora yacen al nivel del suelo. "Algunos hablan de una destrucción del 90%. Otros dicen que es del 95%. Pero yo sostengo que es del 100%", indica el teniente coronel Saeed. "Porque los pocos edificios que se ven en pie están llenos de grietas". Hay cientos de tiendas de campaña para acoger a quienes se quedaron sin viviendas. Decenas de ONG atienden a los enfermos. Una de ellas es la Cruz Roja de España. Marta Tryner coordina un equipo de 10 personas procedentes de varias ciudades de España. Cruz Roja será la única organización que se quedará seis meses a trabajar en la zona. El resto ya ha anunciado su partida para antes de los tres meses.

"Estamos tratando a unas 100 personas diarias. La mayoría vienen con infecciones respiratorias por el frío que hace por la noche; también llegan con diarrea, porque están acostumbrados a beber del río y de los manantiales de la montaña y, como ha habido varias réplicas, las aguas bajan contaminadas. Y también llegan muchos casos de liendres y piojos", indica Tryner.

Médicos y militares hablan del invierno como de un lobo que saltará en menos de dos semanas sobre Cachemira. Ocho horas después de que hayan quedado atrás el humo, el barro y el polvo de Ballakot, al sonarse la nariz, la mucosidad sale negra y espesa, como si el pueblo hiciera un último esfuerzo por no caer en el olvido.

La policía paquistaní, armada con largos bastones, cargó ayer contra un grupo de 200 supervivientes del pasado terremoto que protestaban contra su expulsión de un campo de refugiados. Los incidentes se produjeron en la localidad de Muzaffarabad, en la zona de Cachemira controlada por Pakistán.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_