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Columna
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Trompetas

Como si de la ciudad de Jericó se tratase, alrededor del proyecto de reforma del Estatut d'Autonomia de Cataluña ha comenzado a hacer sonar las trompetas una legión de políticos estridentes, comentaristas irritados e intelectuales reticentes. El problema es que Mariano Rajoy no es precisamente Josué, un líder carismático; que su tribu, la de la derecha española, pese a las apelaciones a un patriotismo rancio, está lejos de poder confundirse con el conjunto de la sociedad, y que si hay algún Jehová de la política resulta un dios más complejo y sutil, -más propenso a la negociación, digamos-, que el del Antiguo Testamento. Llamaba la atención, sobre todo en los primeros compases del asedio, que entre las tropas ruidosas del PP tocaran a rebato algunos notables líderes socialistas (con cartera ministerial en algún caso), y sorprende también la histeria de ciertos sectores que parecen negarse a revisar las rutinas mentales aquilatadas durante mucho tiempo. No es que el Jericó de la España plural sea invencible. Para encajar las aspiraciones nacionales de Cataluña, y después las de un País Vasco eventualmente pacificado, habrá muchas tensiones y crisis, mucho tira y afloja cuyo mejor ambiente no es el grotesco dramatismo de las trompetas bíblicas. Habrá ocasión de comprobarlo pronto en el debate de admisión a trámite de la reforma catalana. En todo caso, el panorama revela la oportunidad y el acierto de la previa reforma valenciana, puesta en cuestión por más de uno de los adalides del combate. De otro lado, se acentúa la división social al polarizar la esfera pública estrechando los límites, disolviendo los matices y minando los espacios de encuentro. Los valencianos conocemos cotidianamente esa táctica de partido, la de la exageración y el estruendo, que convierte los conflictos en guerras, las anécdotas en categorías y las discrepancias en ofensas. Con la reforma de los estatutos se juega España algo más que un modelo de modernización o de organización de su diversidad territorial. Tal como han puesto las cosas los de las trompetas (incluidos ciertos socialistas), el dilema es ahora el éxito civilizado de la democracia o la imposición triunfal del anatema.

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