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Columna
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Desidia

Desconocemos el lugar donde el furor de la tormenta, echando a perder las cosechas otoñales, descargará su granizo en la comarca. Y desconocemos por qué la fatalidad de un seísmo se cebó entre los escolares de Cachemira y no en cualquier región desértica de la tundra siberiana: "El espíritu de los hombres ignora el destino y la suerte futura", escribió Virgilio en la Eneida. Verdad, sin duda alguna, que la experiencia pone de manifiesto en puntuales casos luctuosos o catástrofes naturales. Aunque no deja de ser también verdad que la vigilancia, la preparación ante la desgracia y el trabajo preventivo en suma mitigan esas desgracias que depara el destino.

A vueltas con ese tipo de reflexiones andaba uno, mientras contemplaba la techumbre derrumbada del ala lateral izquierda de la iglesia parroquial de la Sagrada Familia en la capital de La Plana. A las diez y pico de la noche del domingo 9, el estruendo sobresaltó al vecindario. Pero no hubo víctimas ni heridos, ni lágrimas ni pérdidas irreparables, ni cuanta desgracia humana suele acompañar a este tipo de sucesos. A esas horas de la noche, cuando se desplomaron vigas y cascotes, los vecinos son escasos en la Ronda castellonense y sus calles aledañas: se trata de un distrito urbano donde todavía viven muchos labradores o donde se instaló, en una ciudad que crecía, una incipiente clase obrera hace ya bastantes décadas. Madrugan y no hubo desgracias. Las hubiera habido unas horas antes, cuando el vecindario celebraba junto al templo las fiestas de su raval, en honor de Sant Félix de Cantalici. A escasos centímetros del lugar del derrumbe amenizaba la fiesta en honor al santo un banda de música; unos metros más allá numerosos vecinos con el clavario principal del santo, con el edil municipal Antoni Porcar; un hombre del Bloc Naciolista Valencià, amante y fiel seguidor de cuanta tradición está relacionada con su pueblo y su barrio. Hubo buena fortuna y no pasó nada hasta temprano en la noche, y sin víctimas.

Hubo y hay, eso sí, daños patrimoniales en uno de los templos referentes de la ciudad. La iglesia de la Sagrada Familia no es monumento nacional; es la entrañable esglèsia dels frares castellonense, construida durante el primer empuje modernizador de la ciudad, a finales del XIX. Sobre la misma escribió el académico de Bellas Artes Sarthou Carreres: "Es de arquitectura original, proyectada por el arquitecto municipal Don Godofredo Ros de Ursinos. Consta de una elevada nave despejada, pero con pinturas muy impropias de la seriedad de un templo religioso". Palabras acertadas para un estilo híbrido entre neogótico, neoromántico, neomudéjar de tintes modernistas con la decoración como bandera. La estructura original del templo a la que se refiere Sarthou no se vio afectada por la desgracia del derrumbe: se derrumbó el lateral izquierdo que se le añadió hace unos 50 años: otro híbrido arquitrabado con falsas bóvedas que evitaron la destrucción en el interior de la iglesia, que acoge la capilla del Sagrario. Todo se puede reparar, y la ciudad y la comunidad creyente podrán recuperar, si se dispone de financiación, un templo que tiene un alto valor afectivo entre el vecindario.

Lo que no se podrá recuperar es la desidia y la negligencia del obispado en la gestión y conservación del templo. Los problemas en la estructura del templo se conocían desde bastante tiempo atrás, pero el báculo episcopal de Reig Pla estuvo más ocupado en la conservación de una férrea ortodoxia que interesado por estas "pequeñeces".

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