La enigmática sonrisa etrusca
Visita a las tumbas de Tarquinia y Cerveteri, cerca de Roma
Ni la sonrisa de la Gioconda encierra tanto misterio como el rictus de los sarcófagos etruscos. Del "enigma etrusco" se hablaba ya entre los propios romanos, que eran, literalmente, sus nietos o bisnietos. Y es que incluso para ellos aquella cultura arcaizante resultaba extraña, al punto de hacerles pensar que procedía del Oriente. Desde hace décadas, Massimo Pallotino viene insistiendo en que la palabra clave para comprender a ese pueblo no es su procedencia, sino su formación: desde la prehistoria fueron incubándose núcleos autóctonos, que muestran perfiles definidos ya hacia el año 1000 antes de Cristo, y que cuatro siglos después se conforman como polis o ciudades-estado ligadas por una lengua (todavía opaca para nosotros), creencias y costumbres comunes.
La creencia en la vida de ultratumba debió de ser tan poderosa como en Egipto. Al menos todo lo que nos ha llegado (o casi) de aquella cultura procede de sus necrópolis. Miles y miles de tumbas, muchas decoradas con pinturas, ocupadas por sarcófagos de piedra o terracota, en los cuales, bajo la efigie del difunto, fielmente retratado, se ven a veces escenas cotidianas. Y es que el más allá no era para ellos la zanahoria para transitar el mundo, sino una añoranza de éste, un regusto de placeres tangibles y conocidos.
Algo, por cierto, que sabían apreciar. Desconocemos su propia literatura, así que no tenemos otras fuentes que estas necrópolis y los epítetos que les endosaron los latinos. Según éstos, los etruscos eran gordos y flojos (obesus, pinguis), crueles, corruptos, comilones, lujuriosos. Pero claro, hay que tener en cuenta que Catulo, Virgilio y compañía (lo mismo que las fuentes griegas) estaban hablando de los que eran (o habían sido) sus enemigos, aunque fueran a la vez sus antepasados. Esa ambivalencia de amor-odio se mantuvo tanto como los genes etruscos siguieron nutriendo el genio romano; algunas costumbres de los etruscos se mantuvieron prácticamente hasta el ocaso de la civilización romana, como es el caso de los arúspices o sacerdotes adivinos. Es más, el lituo o bastón terminado en espiral de los arúspices etruscos es el mismo báculo que aún siguen usando los obispos cristianos. Otro símbolo suyo adoptado por los romanos y que ha dado mucho juego es el fascio o haz de flechas que simbolizan la fuerza de la unidad.
Del antiguo mapa etrusco tenemos fotografías aéreas actuales. Gracias a los rayos infrarrojos se han podido fotografiar desde aviones miles de tumbas de las que en la superficie no se apreciaba rastro. En su máximo apogeo (hacia el siglo VI antes de Cristo), el territorio etrusco se extendía desde Roma, por el sur, hasta Bolonia o Milán por el norte, como bien recuerda José Luis Sampedro en su novela La sonrisa etrusca; ocupaban todo el litoral occidental y centro de Italia. Una cosa que suele olvidarse es que los etruscos fueron una potencia naval, que comerció por el Tirreno y el Mediterráneo y colonizó parte de la isla de Córcega; hasta que una derrota frente a los griegos (474 antes de Cristo) les hizo recluirse tierra adentro.
Vestigios etruscos afloran en forma desigual por todo ese territorio. Más de medio centenar de museos locales contienen colecciones importantes. Algunas son piezas excelentes, como la Quimera de Arezzo (que está en Florencia) o el Apolo de Veio (que está en Roma); ciudades como Volterra o Perugia han conservado puertas y muros. Pero el núcleo de máxima densidad etrusca se circunscribe a las lucomías (reinos) más antiguas y poderosas: Veio, Vulci, Caere (Cerveteri), Tuscania y Tarquinia.
Recinto arqueológico
En Tarquinia se han localizado más de 6.000 tumbas. Unas 200 están decoradas con frescos. Sólo se pueden visitar unas pocas, protegidas en un recinto arqueológico. Una caseta indica la entrada a cada tumba. Hay que descender por un corredor excavado en forma de cueva, hasta un habitáculo o tienda subterránea, donde estaban depositados los sarcófagos. Actualmente, una mampara de cristal impide el acceso, pero el visitante puede pulsar un interruptor y disfrutar de una adecuada iluminación. Los enterramientos pertenecen a varias épocas; sólo a partir del año 540 se empezaron a decorar con pinturas. Éstas muestran escenas de la vida diaria, caza, pesca, juegos atléticos, bailes, pero, sobre todo, banquetes, algo que habían copiado de los griegos.
Algunas figuras y escenas son de un efectismo asombroso, pese a su sencillez, y las hay que rozan lo subido de tono (como la tumba de la flagelación y otras oportunamente señaladas). Los colores son brillantes, de una paleta amplia. Pero la humedad ha hecho estragos, así que algunas tumbas han tenido que ser rescatadas y trasladadas a museos. Pueden verse algunas en el museo de Tarquinia, que ocupa el palacio Vittelleschi, un fastuoso edificio levantado por un cardenal, y que fue morada de papas. En el museo, además de tumbas y multitud de sarcófagos, hay objetos preciosos de los propios etruscos o mercados por ellos (de los griegos, sobre todo), y una pieza excepcional, unos caballos alados de terracota que adornaban el llamado Ara della Regina, a las afueras de Tarquinia. También a las afueras, Etruscópolis es una curiosidad, una especie de parque temático para chicos y grandes.
Cerveteri, al sur de Tarquinia, tiene tumbas muy diferentes. En la necrópolis de la Banditaccia, las tumbas aparecen dispuestas en un plano casi urbano, con barrios, calles y plazuelas. Y evidencian su presencia al exterior a través de un túmulo o cono de piedra bien labrada que sirve de acceso. En cada túmulo se enterraban los miembros de una misma gens o familia extensa. Pero la gama funeraria es amplia; no sólo hay enterramientos circulares, también cúbicos, y otros están tallados en la pared de roca con apuntes arquitectónicos (el único testimonio, en realidad, de su arquitectura residencial).
Cercana a Tarquinia y Cerveteri, Tuscania merece el desvío por las tumbas etruscas halladas en la impresionante colina de San Pedro, ahora deshabitada y musealizada, y que además de las tumbas contiene casas romanas y medievales, y las iglesias de San Pietro y Santa María. Pero sobre todo interesan los sarcófagos del Museo Nacional instalado en el antiguo convento de Santa María del Riposo. De nuevo rostros familiares, sonrientes, con un enigma en las comisuras cuya clave parece contagiada o diluida en la campiña risueña. Vienen a la memoria los versos de Vicenzo Cardelli, aquel paisano discípulo de Leopardi que murió en Roma en 1959 y dejó escrito, en admirable síntesis: "Qui rise l'etrusco, un giorno, coricato, cogli occhi a fior de terra, guardando la marina..." ("aquí sonrió el etrusco, un día, reclinado, con ojos a flor de tierra, contemplando la orilla del mar").
GUÍA PRÁCTICA
Cómo ir- Cerveteri se encuentra a 43 kilómetros del centro de Roma, y Tarquinia, a 89 kilómetros de la capital italiana.- Grimaldi-Ferries Prestige (912 04 42 20 y 935 02 81 63; www.grimaldi-ferries.com) cubre el trayecto entre Barcelona y Civitavecchia (a 20 kilómetros de Tarquinia). En butaca, 44 euros por persona y trayecto. Ida y vuelta dos personas en camarote y con un coche, 499 más tasas.Información- Turismo de Tarquinia (www.tarquinia.net).- Necrópoli Etrusca de Tarquinia (00 39 07 66 85 63 08).- Museo Arqueológico Nacional Etrusco de Tuscania (00 39 07 61 43 62 09). Profesor Moretti, 1.- www.comune.cerveteri.rm.it.- Reservas y servicios turísticos:www.comune.viterbo.ity www.tusciainforma.it
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