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A PIE DE PÁGINA

Heidegger y el correo electrónico

Luchar contra el correo electrónico sería un esfuerzo inútil, una batalla de antemano perdida. El e-mail no sólo ofrece unas ventajas prácticas impresionantes, incuestionables, sino que ejerce sobre muchos un atractivo especial, una suerte de fascinación -ésta sí más cuestionable- que se basa ante todo en el culto omnipresente a la velocidad, al ahorro de un tiempo para el que temo que muchas veces no se dispone de otra ocupación mejor. Esa obsesión por elegir en coche -y no digamos en taxi, donde a la obsesión de ahorrar tiempo se aúna la de ahorrar dinero- el trayecto más breve, como si a su término le aguardara a uno algo importantísimo cuando a su término no nos espera la mayor parte de las veces casi nada. Inútil argumentar que el camino que nos sugieren es más rápido, pero que no tenemos ninguna prisa y que el otro discurre por calles más hermosas o por encrucijadas más ricas en recuerdos. No llevar prisa, no tener interés en ganar tiempo, es algo fuera de lugar, una pura extravagancia.

"Escribir a máquina quita a la mano el rango que había ocupado en el ámbito de la palabra escrita y degrada la palabra a ser un medio de transporte"
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No me gusta, pues, el correo electrónico, me he resistido denodadamente -inútilmente, porque casi siempre es a la larga inútil resistirse a los progresos, indudables progresos de la modernidad- a utilizarlo, pero nunca he argumentado por escrito contra él, ni argumentado un rechazo que tiene más de visceral que de racional. Pero hoy he estado hojeando el Parménides, de Heidegger (en la estupenda traducción al catalán que hizo Manuel Carbonell para Quaderns Crema, aunque me consta existe otra edición en castellano publicada por Akal), y he tropezado con unos párrafos en los que habla, no del e-mail, claro, pero sí de la escritura a mano y la escritura a máquina, de las cartas manuscritas y las cartas mecanografiadas.

Dice Heidegger, en estas clases que dio el curso 1942-1943 en la Universidad de Friburgo, que la mano, unida a la palabra, es la característica esencial del hombre. "Sólo de la palabra y con la palabra ha nacido la mano. El hombre no tiene manos, sino que es la mano la que tiene íntimamente la esencia del hombre, porque la palabra, como ámbito esencial de la mano, es el fundamento esencial del hombre. La palabra, en cuanto aquello que se muestra a la mirada, es la palabra escrita, es decir, la escritura. Pero la palabra en cuanto escritura es el manuscrito". Que el hombre de su tiempo haya pasado a escribir a máquina sería para Heidegger una de las principales razones de la destrucción de la palabra. "La palabra ya no discurre a través de la mano que escribe y que propiamente actúa, sino a través de la impresión mecánica de la mano. La máquina de escribir sustrae la escritura del ámbito esencial de la mano, es decir, de la palabra. La propia palabra pasa a ser algo mecanografiado... Escribir a máquina quita a la mano el rango que había ocupado en el ámbito de la palabra escrita y degrada la palabra a ser un medio de transporte". Añade Heidegger que la escritura a máquina oculta la grafía de la mano que escribe y, por consiguiente, el carácter de la persona. "En la escritura a máquina", dice, "todos los hombres parecen iguales".

En cuanto a la correspondencia, Heidegger comenta que, si en los primeros tiempos una carta escrita a máquina se consideraba una incorrección, más adelante una carta escrita a mano, al dificultar una lectura rápida había pasado de moda y no era ya deseada por nadie. Actualmente, además de las cartas manuscritas y las escritas a máquina, tenemos las enviadas por e-mail. Las primeras en creciente desuso, las segundas en vías de extinción, las terceras dueñas del inmediato futuro. Todo sea en aras de la velocidad. Es más rápido escribir a máquina y leer lo escrito a máquina que escribir a mano y leer lo escrito a mano. El correo electrónico es un prodigio de celeridad en la comunicación escrita. Pero creo que, en contrapartida, va en detrimento de la palabra y sospecho que tal vez hubiera suscitado en Heidegger ciertos reparos. Creo que en general -de vez en cuando recibo por e-mail cartas espléndidas- se escribe peor y de forma menos reflexiva. Pero además, incluso en los e-mail escritos con esmero, algo se ha perdido. Si en la escritura a máquina los hombres parecen todos iguales, los e-mail lo son sin paliativos.

Conservo cantidad de cartas manuscritas. De gente famosa, de relaciones personales. Las cartas de Rafael Alberti con dibujos en color; las de Pablo Neruda en tinta verde y escritas algunas en papel con membrete de transatlántico; las de Álvaro Pombo, desbordadas por una caligrafía tan desmesurada como él; las de Carmen Martín Gaite, de letra elegante, grande, clarísima, sobre papel rosado, a veces adornadas con collages; las de Miguel Delibes, cada vez más difíciles de descifrar (¡pero qué placentero descifrarlas y cuánto las prefiero a las pocas que manda mecanografiadas!). Cartas de mis profesores y compañeros de colegio, de mis padres y de mis hijos, de mis grandes amores, de mis amigos de toda la vida. Todas, todas distintas. Incluso las de una misma persona cambian según la edad, la situación, el estado de ánimo. También guardo muchas cartas escritas a máquina. No han perdido por entero el toque personal. Queda la elección del papel, a veces con membrete impreso, la firma autografiada, algún añadido a mano, las correcciones, las erratas. En los e-mail no hay papel especial, no hay firma autógrafa, no hay casi erratas. Ni siquiera los ha tocado físicamente la persona que los envía. Asepsia total. Indigencia total. No conservo apenas ninguno.

Nunca me ha gustado el correo electrónico para la correspondencia privada, casi nunca es lo que tengo que escribir tan urgente, pero sólo hoy, gracias a Heidegger, me animo a escribir este réquiem por la escritura a mano, por las obsoletas, anticuadas, hermosas y personalísimas cartas manuscritas.

FERNANDO VICENTE
FERNANDO VICENTE

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