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Las cadenas de la pobreza

El G-8, los dirigentes de los ocho países más ricos del mundo, anuncian a bombo y platillo que anulan, con condiciones, la deuda de algunos de los países más pobres del planeta. ONGs y superestrellas de la canción, como Bono o Bob Geldof, consideran los 33.900 millones condonados como un paso en la dirección correcta para resolver los problemas de la pobreza mundial y convertirla en historia. No explican, sin embargo, la historia real de la pobreza; es decir, los mecanismos sociales y económicos que la agravan aunque los medios científicos y tecnológicos para erradicarla ya estén disponibles.

Tras la segunda guerra mundial las naciones ricas perdieron el control administrativo y militar de sus colonias, pero mantuvieron el control económico, especialmente a través del mecanismo de la deuda. Dieron préstamos a un alto interés, que en buena parte se gastaron en armas que ellos vendieron o acabaron en cuentas de bancos suizos a nombre de dictadores que ellas apoyaron. Obligaron a esos países devolver la deuda en monedas fuertes y la devaluación de las suyas aumentó una deuda que no se podía pagar con las exportaciones, porque caían los precios de las materias primas en los mercados mundiales.

En Costa de Marfil, tres grandes empresas controlan el 95% de la exportación y elaboración de cacao
Cabe preguntarse si el mayor problema es el terrorismo o un modelo de desarrollo incapaz de superar la pobreza

Cuando un país está en peligro de suspensión de pagos de su deuda, el Fondo Monetario Internacional interviene con los "paquetes de ajuste estructural", diseñados para reducir la deuda hasta un nivel "sostenible" a cambio de privatizaciones y recortes del gasto social. Además, la ayuda oficial al desarrollo, que prestan los Estados, obliga a comprar bienes y servicios a empresas transnacionales que se enriquecen generando más pobreza.

El mecanismo de la deuda garantiza así, a las naciones ricas, el acceso a unos recursos naturales en disminución, sostiene un flujo neto de dinero a los centros financieros a través de los intereses, fluctuación de las monedas y precios en los mercados mundiales, y les permite dictar términos comerciales internacionales, manteniendo a países enteros, ricos en recursos, en una dependencia casi colonial. Cuando estos mecanismos no son suficientes acuden directamente al uso de la fuerza.

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Algunos ejemplos ilustran lo que John Pilger expresa así: "En la actualidad, por cada dólar de ayuda a África, los bancos, instituciones y gobiernos occidentales sacan 3 dólares, sin tener en cuenta los beneficios repatriados por las corporaciones transnacionales". En Costa de Marfil tres empresas del G-8 controlan el 95% de la exportación y elaboración de cacao, principal recurso del país. Los beneficios de la empresa británica Unilever en África son un tercio más grandes que el PIB de Mozambique. Monsanto, empresa norteamericana conocida en el campo de la ingeniería genética, controla el 52% de las semillas de maíz de Suráfrica, un producto básico para su alimentación.

Hace 35 años, Naciones Unidas acordó que los países desarrollados entregaran el 0,7% del PIB para ayuda al desarrollo de los países pobres. Desde entonces, el porcentaje, en lugar de aumentar, se ha reducido al 0,2%. En 2000 todos los países de la ONU se comprometieron, nuevamente, a reducir la pobreza, el hambre, el analfabetismo y las enfermedades como el sida, y a promover un modelo de crecimiento ambientalmente sustentable.

Son compromisos incumplidos que contrastan con el incesante aumento de los gastos militares en todo el mundo, que alcanzan ya un billón de dólares, especialmente por la expansión del presupuesto militar norteamericano. Unas cifras lejanas de los 80.000 millones de dólares al año que, aportadas durante diez años, se calcula que proporcionarían a la población mundial servicios básicos, acceso al agua potable y una educación digna. Mientras tanto 600.000 personas mueren al año de sarampión, 1,3 millones de malaria, 1,6 millones de tuberculosis, 1,8 millones por diarrea, 2,5 millones por complicaciones en el parto, 2,8 millones por el sida, 4 millones por infecciones respiratorias. Muertes debidas a la falta de infraestructuras médicas y los altos precios de las medicinas.

Según el Banco Mundial, 2.800 millones de personas viven con menos de dos dólares diarios, 800 millones pasan hambre y 1.100 millones no tienen acceso al agua potable. Son cifras que contrastan con las de los ricos. En 2002, tan sólo las siete personas más ricas del mundo tenían activos cuyo valor era superior al PIB de los 49 países menos desarrollados, en los que viven 650 millones de personas.

No son por tanto factores externos, como el crecimiento poblacional, la corrupción o los errores políticos, los responsables de la pobreza, sino el actual modelo de desarrollo económico. No hay países pobres porque "aún no han alcanzado el nivel de desarrollo económico de los países ricos", sino porque el capitalismo se apropia de su riqueza o de su capacidad para crearla. La opulencia y la pobreza son caras de una misma moneda.

Cabe preguntarse, por tanto, si son los atentados terroristas o el actual modelo de desarrollo capitalista, incapaz de superar el drama de la pobreza y la desigualdad, el problema más grande del planeta Tierra, de la humanidad entera, de la historia de la civilización.

José Arturo Val del Olmo es abogado y sindicalista.

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