El enredo vasco
La discusión tiene los mismos tintes que el día antes de la votación, entreverada por una campaña consignista e irresponsable contra Zapatero en el tema más grave de nuestra democracia: la lucha contra el terrorismo. Y ésta es la tesis que sostienen algunos analistas y responsables políticos para los que el pronunciamiento de los ciudadanos parece tan irrelevante como lo fuera el del 14 de marzo de 2004. Sin embargo, en aspectos sustanciales de la gobernabilidad de Euskadi las cosas son diferentes, aunque no sean fáciles de administrar.
Las expectativas del nacionalismo gobernante en la coalición de PNV-EA, portadores del plan Ibarretxe, se han visto frustradas por el electorado que no ha querido refrendar esta política. La congelación de la posición de Izquierda Unida poco o nada ayuda al propósito de los nacionalistas.
Además, un partido legalizado por el Gobierno del PP, el Comunista de las Tierras Vascas, se queda con la mayor parte del voto de Batasuna en su mejor momento electoral (aquel de la tregua indefinida de ETA en el otoño de 1998).
El Partido Socialista, el de mayor arraigo histórico en la comunidad, se ha colocado como segunda fuerza, y el PP, que había ocupado esa plaza hace cuatro años, no ha mantenido su voto, a pesar de la buena campaña personal de la candidata presentada, quebrando cualquier expectativa de superar en escaños al tripartito gobernante.
Si no queremos perder la memoria, conviene recordar que los dirigentes del PP atribuyeron el fracaso de su estrategia, en la anterior elección, al descenso del PSE, porque ellos, ¿cómo no?, estaban en posesión de la verdad y habían cumplido su objetivo. Hoy, arremeten contra Zapatero para ocultar su fracaso. Claro que si hubieran sostenido su voto con un mensaje sensato, ahora tendríamos un escenario político radicalmente distinto.
En el fondo, en ese fondo de los que piensan que nada ha cambiado, sigue estando el pacto de Lizarra o Estella, trasmutado por Ibarretxe en su propio plan que los epígonos políticos de ETA no han endosado, buscando su propio espacio y que el Parlamento español, cumpliendo con sus obligaciones constitucionales, había rechazado.
Aquel pacto, fraguado en los primeros nueve meses de 1998 entre los nacionalistas en el Gobierno de Euskadi y los batasunos al servicio de ETA, sirvió de base para la tregua de ETA, y ésta para que el Gobierno de Aznar los llamara desde Lima (Perú) a la negociación como Movimiento Nacional de Liberación Vasco. Este apelativo, sólo empleado por los que pretendían legitimar la violencia, fue adoptado por el entonces presidente del Gobierno atacado por el síndrome del Premio Nobel de la Paz. Entonces, el PNV era socio parlamentario del Gobierno de Aznar, que afirmaba no tener conocimiento alguno de la tregua pactada hasta el mismo día en que se hizo pública.
Advertí en mayo de 1998, cuando ya sabía que existía la negociación y que habían decidido sacar a Ardanza de la jugada, sobre los riesgos que se nos venían encima. Informé pormenorizadamente a los responsables de mi partido y éstos, a su vez, a los responsables del Ministerio del Interior, que hicieron caso omiso. Pues bien, el comportamiento de los socialistas bajo la dirección de Almunia fue impecable con el Gobierno que se deslizó hacia una negociación con los violentos de imposible salida, porque la base sobre la que se planteó era ese pacto de Lizarra o Estella, es decir, una negociación con precio político.
La aventura acabó con la salvaje ruptura de la tregua en diciembre de 1999 y el cambio radical de estrategia del Gobierno del PP. Ni en la primera de las decisiones, ni en la segunda, el Gobierno de Aznar recibió otra cosa de la oposición socialista que cooperación y discreción ante el fenómeno del terrorismo. Esto continuó y se reforzó cuando, teniendo mayoría absoluta el PP, José Luis Rodríguez Zapatero propone la firma de un pacto contra el terrorismo, que menosprecian los dirigentes del PP con burlas y sarcasmos continuos hasta que comprenden que la opinión pública estaba a favor del mismo.
¿Cómo explicar el comportamiento actual de los dirigentes del PP en la oposición? ¿Es posible que no hayan aprendido nada de la experiencia de estos años en la relación Gobierno y oposición frente a la amenaza del terror? Imposible olvidar la frase de Aznar, cuando se hizo cargo del PP, afirmando que nada, ni siquiera la lucha antiterrorista, escapaba de la oposición al Gobierno, o su intento de desviar la manifestación popular por el asesinato de Tomás y Valiente contra el Gobierno que presidía yo.
En lo que no ha cambiado el escenario vasco es precisamente en que sólo es posible dialogar en el marco de las reglas de juego. Es decir, en el de la Constitución y el Estatuto. Por añadidura, en que es imposible legitimar la violencia y el terror con ninguna cesión política. Pero esto era válido antes de las elecciones y lo es después, aunque el resultado hubiera sido el esperado por los nacionalistas.
Cuando se habla de diálogo y negociación sin condiciones, hay que entender que no nos imponen romper las reglas válidas para todos, porque ésa es la condición inaceptable por excelencia en democracia. Así, sostener un inexistente, por ilegal, derecho de autodeterminación en que se base la negociación, simplemente la inhabilita, la hace imposible para todo el que respete la Constitución que nos garantiza la convivencia en democracia.
Claro que ahora la candidatura de Ibarretxe no sale con el apoyo del tripartito con el que venía gobernando, ni su plan ha sido refrendado, como pretendía, por el electorado, aunque el fondo del problema no hubiera cambiado para las Cortes Generales y el Gobierno de la nación, porque no es un problema de mayorías en un territorio, si el resultado hubiera favorecido al nacionalismo.
Pero, separándose dramáticamente de su electorado de centro y centro-derecha, podría entregarse en manos del Partido Comunista de las Tierras Vascas sumando 29 más 9, pero con un coste incalculable para su futuro y sin el resultado imposible de sacar adelante su fenecido plan. Además, si estas siglas respondieran a los designios de Batasuna y ETA, como es posible, la decisión de apoyar a Ibarretxe daría al traste con su reconversión estratégica que intenta recuperar el espacio político perdido tras la ruptura de la tregua y la ilegalización de Batasuna.
El escenario emergente de las elecciones vascas es mejor que el precedente para los que creemos en las reglas de juego de la democracia, pero la gestión de la nueva situación es complicada y debe hacerse sin ninguna precipitación. Como dice Ibarretxe, ellos son la primera fuerza y tienen la obligación de tomar la iniciativa. Si se recoloca en el marco de las reglas de juego establecidas, rotas por el plan anterior de mal simulada ruptura de las mismas, el horizonte del diálogo se abrirá. Si fracasa, en la Constitución y el Estatuto están las fórmulas para resolver el gobierno.
Felipe González es ex presidente del Gobierno español.
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