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Reportaje:

Luces y sombras de la 'perestroika'

Los rusos aprueban, 20 años después, las reformas de Gorbachov

Pilar Bonet

"Pueden colgarme, si quieren, pero que no sea junto a Borís Yeltsin". El ex presidente de la URSS Mijaíl Gorbachov bromeaba así en uno de los actos conmemorativos de su llegada al poder, un día como hoy, hace 20 años, para sustituir a Konstantín Chernienko, el último representante de la gerontocracia soviética. Quienes le habían conocido a lo largo de su carrera coincidían en que el nuevo secretario general del Partido Comunista de la URSS se distinguía de la mayoría de sus camaradas en el Politburó por su lenguaje vivo y su curiosidad por el mundo. Sin embargo, nadie, ni siquiera Gorbachov, podía prever las consecuencias de la perestroika, el proceso de reformas que se prolongó desde 1985 a 1991.

La libertad y la pérdida del miedo son los méritos que se le reconocen hoy a Gorbachov
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Gorbachov puede estar tranquilo, al menos según las encuestas del Instituto de Investigaciones Sociales. Un 46% de los rusos (frente a un 40% en 1995) cree que debía haber empezado la perestroika, índice que llega al 53% entre los que tienen entre 31 y 40 años. Los encuestados valoran, por este orden, la retirada de Afganistán, el fin de la guerra fría, de la carrera armamentista y del enfrentamiento con Occidente y la rehabilitación de las víctimas del terror estalinista.

La actitud más negativa la provocan el empleo del Ejército contra los independentistas en las antiguas repúblicas soviéticas, la invasión de las películas occidentales, la música rock y las publicaciones eróticas, y la elección de Yeltsin como presidente de Rusia, en 1991. Los mayores logros son la libertad para viajar y expresarse, el fin de las persecuciones por razones religiosas y un mayor papel de la Iglesia. La pérdida de la estabilidad, la decadencia moral y la desprotección e inseguridad por el futuro son los mayores fallos.

La encuesta, que fue presentada por Gorbachov, no indica cómo los rusos relacionan a éste con la desintegración del URSS. Con todo, son más positivos hacia el mismo Gorbachov (36%) que hacia sus reformas (28%). El ex presidente soviético confiesa haber cometido errores, como no haber enviado a Yeltsin de embajador y no haber sustraído unos cuantos millones del presupuesto militar para las necesidades de la población.

El proyecto de Gorbachov, entendido como el rechazo de un sistema que a fines del siglo XX no daba más de sí, se fue concretando en la liberación de los prisioneros políticos, la glásnost o apertura informativa, y unas elecciones parlamentarias que fueron ya parcialmente libres en 1989. La libertad y la pérdida del miedo son dos de los méritos que propios y extraños reconocen hoy al padre de la perestroika.

En 1990, la escasez era crónica y para los rusos las disquisiciones de Gorbachov resultaban insufriblemente alejadas de la realidad. El éxito del que gozaba en Occidente por haber puesto fin a la doctrina Bréznev (la soberanía limitada de los países del este de Europa), dejado a su aire a los aliados del Pacto de Varsovia y apadrinando la caída del muro de Berlín y la reunificación de Alemania, ahondaba incluso la fisura entre el líder y sus conciudadanos.

El equipo inicial de la perestroika estaba ya escindido para 1987. Los conservadores trataron de frenar a Gorbachov, pero la intentona de golpe de 1991 acabó poniendo el destino de la URSS en manos de Borís Yeltsin y los otros líderes republicanos, que aprovecharon la perestroika para independizarse.

"La perestroika se interrumpió", repite Gorbachov, que, como político, está quemado (en las presidenciales de 1996 obtuvo el 0,51%). La democratización por él comenzada no sólo no ha concluido, sino que ha experimentado retrocesos. Algunas de las puertas que abrió han vuelto a cerrarse bajo Vladímir Putin. Gorbachov procura no criticar a Putin, aunque en su entorno aseguran que está dolido porque éste afirmó hace poco que la democratización comenzó hace 14 años. Gorbachov concentra sus críticas en el Gobierno e incluso acepta que el dilema entre conservadores y liberales vivido por él se reproduce en cierto modo hoy. "Se libraron de mí. No debemos dejar que se libren de Putin".

La estupidez a que llegaba el sistema soviético es difícil de imaginar. Contaba el poeta Yevgueni Yevtushenko que para viajar al extranjero los rusos debían superar las absurdas preguntas de la "comisión de viajes", formada por avinagrados funcionarios del PCUS y del KGB. Recientemente, el poeta visitó una escuela moscovita y preguntó a los alumnos si sabían qué era la "comisión de viajes". Una niña levantó la mano: "Son unos señores que viajan mucho". En veinte años el mundo ha cambiado, y Rusia con él.

El último presidente de la URSS, Mijaíl Gorbachov.
El último presidente de la URSS, Mijaíl Gorbachov.RICARDO GUTIÉRREZ

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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