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Columna
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Gracias, amigo

¿Quién iba a decir dos años atrás que George W. Bush, reelegido, iba a hablar de la necesidad de una "Europa fuerte"? Ante la guerra de Irak, y con la ayuda instrumental de Blair y Aznar, logró dividir a Europa, entre la vieja y la nueva, de la que habló el hoy políticamente caduco Rumsfeld. Involuntariamente, Bush ha contribuido a unir estas Europas. No contra él, sino a pesar suyo. Su viaje a Bruselas ha sido la confirmación oficial de que Europa -esencialmente, pero no sólo la Unión Europea, pues es una compleja galaxia- cuenta hoy como poder político. Y es deseable que a partir de ahora, como señaló Bush, después de Schröder, se cree una nueva relación entre la UE y Norteamérica.

No es un brindis al sol. La UE está ahora en primera línea de las grandes decisiones estratégicas, se comenta en Bruselas, por donde ya pasan muchas de las relevantes para la agenda de Bush, como Ucrania o la proliferación con la iniciativa del Reino Unido, Francia y Alemania para lograr que Irán renuncie al arma nuclear y otras. En cuanto a Israel-Palestina, ya no se trata de que la UE presione sobre los palestinos y Washington sobre los israelíes para volver a encauzar el proceso de paz, sino de una presión común, aunque el dinero para la reconstrucción palestina saldrá esencialmente de las arcas europeas. Mientras, la UE ha dado pasos hacia Israel, por ejemplo, dejándole participar en el programa de sistema de satélites Galileo. También la cuestión de Siria y Líbano. Por supuesto, Irak, en el que la UE ha empezado a hacer un modesto esfuerzo de formación de jueces, fiscales y policías, muy en su línea de poder blando, pese a que no crea que haya solución a la vista. O China, ante la que los europeos, para ser tomados en serio por Pekín, no pueden sino levantar su embargo de venta de armas, a pesar de que moleste a EE UU por razones comerciales y de equilibrio estratégico con Taiwan. El encontronazo lo tendrán más los europeos con el Congreso que con la Administración americana. El nuevo gran problema que ha abierto Bush puede ahora ser cómo tratar a Putin, pues divide a los europeos: la visión franco-alemana no es la misma que la báltica.

La UE, por voluntad, necesidad, y mientras otros miraban hacia otra parte, se ha convertido en un polo diplomático. En parte por error, en parte porque las circunstancias han cambiado, la OTAN, a la vez que se ampliaba y se universalizaba en su alcance, se ha ido vaciando de contenido político. Como se ha visto con la visita de Bush, la OTAN no es ya el marco en el que sus miembros debaten de política, salvo en aquellos temas en los que la Alianza como tal está militarmente implicada, sea en los Balcanes (cada vez menos, y la UE cada vez más), en Afganistán o incrementalmente en Irak. Hoy por hoy, la OTAN ha perdido la batalla por su papel político, lo que no quita para que siga siendo importante.

No todos los círculos republicanos siguen la línea (empujada por la realista Condoleezza Rice) del nuevo Bush que, sin embargo, no ha ido tan lejos como para apoyar públicamente la ratificación de la Constitución europea. Desde una institución que está en el lado oscuro, como la Fundación Heritage, se recomendaba a Bush, antes de su viaje, que no pareciera que apoyaba la Euroconstitución, pues "entre los que lo hacen en París, Bruselas y Berlín, hay muchos de los críticos internacionales más severos del presidente (...), que se deleitan ante la perspectiva de que la única superpotencia del mundo baile al son de ellos". Claro que lo que buscaba un Bush que no dejó de hablar de la necesidad de "consenso" transatlántico era también embarcar a los europeos en su mesianismo, tan reñido con el pragmatismo. Bush ha cambiado de son. Hay que ver si se traduce en tener a raya a sus neoconservadores y en decisiones concretas. Para los europeos es también un reto: demostrar ahora que tienen la fortaleza que les atribuye Bush y que son capaces de trabajar entre ellos y con EE UU. Una forma es que la Constitución Europea sea ratificada por los 25. De lo contrario, la Unión perderá credibilidad. aortega@elpais.es

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