Jugar al mus
Les confieso que soy un ignorante en el juego de cartas, sea cual sea la variedad. Jamás he conseguido estar ante una baraja más de quince minutos sin aburrirme o desconcentrarme. Prefería cubrir el ocio con algún trabajo manual, una conversación amistosa o un libro. La osadía de utilizar el mus me viene a la mente con el recuerdo del libro que publicó Mario Onaindía sobre los rasgos caracterológicos del problema vasco... y los vientos que corren en la política internacional.
Naturalmente, en pleno debate sobre el papel de Europa, abocados a la ratificación mediante referéndum de la Constitución, la situación de Oriente Próximo y Medio cobra la importancia de un problema estratégico para todos y, para nosotros, de un desafío de vecindad.
Siempre he pensado que el epicentro de la turbulencia sísmica de la región estaba y continúa estando en el territorio de Palestina, entre dos pueblos que tienen que convivir en un espacio reducido, cargado de historia y de acontecimientos sangrientos. Parece que estamos en un nuevo comienzo, aunque no sea un nuevo camino. La Unión Europea tiene que reforzar su papel, junto a Estados Unidos y a los vecinos árabes de ese pequeño espacio de tragedia.
Esto nos lleva a la relación mal llamada trasatlántica, porque sólo es parcialmente noratlántica, hasta que incluya a Iberoamérica desde el Río Grande a la Patagonia. Y también en este terreno hay atisbos de un nuevo comienzo tras los desencuentros en Medio Oriente.
La Unión Europea -ampliada- ya no es el hinterland de contención frente a la extinta Unión Soviética, pero se convertirá, inexorablemente, en el socio imprescindible si se quieren superar el unilateralismo y las acciones bélicas preventivas, para pasar a una política más eficiente en la lucha contra las amenazas del terrorismo internacional y de la proliferación de armas de destrucción masiva.
Se puede formular de manera positiva. La Unión Europea puede y debe contribuir a redefinir la política internacional frente a estas amenazas, y para encauzar hacia una política de paz y estabilidad a la región, contando con Naciones Unidas y coordinando esfuerzos con los países de la Liga Árabe y de la Conferencia Islámica más involucrados en la zona de conflicto.
Pero si parece que se avanza en una política multilateral, como muestra la visita a Europa de los responsables de la Administración de Bush, a la vez sigue trufada de órdagos amenazantes respecto a países como Irán, mientras se mantiene la prudencia diplomática respecto a Corea del Norte, que acaba de declarar que está en posesión del arma nuclear.
En una región tan convulsa lo que menos se necesita es el juego del mus, la escalada de palabras que de repente se convierten en tragedias difíciles de revertir. El terrible atentado de Beirut es una señal de alerta que nos retrotrae en un cuarto de siglo a la sangrienta guerra de Líbano. La centrifugación de acusaciones no llevará a ninguna parte. Averiguar la verdad puede contribuir a evitar una nueva catástrofe y fortalecer la lucha contra el terrorismo internacional.
Ciertamente, Siria debe retirarse de Líbano, pero este ejercicio debe ser válido para la región en su conjunto, con presencia de tropas extranjeras que encienden la caldera de la resistencia y de la violencia. La voz de Europa es imprescindible, con una política unida y coherente, con un peso que sólo tendrá si es capaz de poner los medios de que dispone al servicio de ese propósito.
A la tragedia iraquí no debe sumarse la iraní, porque si se descontrola el juego de los órdagos a la grande, ni siquiera un avance sensible en el conflicto israelo-palestino va a devolver un mínimo de estabilidad a la región.
Estuve en el país de los persas en diciembre pasado. Iba cargado con el recuerdo de la visita anterior, hace 25 años, junto a Olof Palme y Bruno Kreisky, en un frustrado intento de establecer una línea de diálogo con la nueva situación creada por la revolución islámica. Después vinieron años de guerra frente a la agresión de Sadam Husein y centenares de miles de muertos. En medio, el proceso típico de una revolución trufado de acontecimientos tan extraños como el Irangate.
Un cuarto de siglo más tarde, el 70% de los iraníes no tiene memoria de la época del sah. Sólo han conocido lo actual. El país sigue en poco más de 2.000 dólares de renta por habitante, con enormes recursos energéticos y mucha más población que su vecino iraquí. Comparten con la mayoría iraquí la misma versión del islam. Con un sistema difícil de comprender para nosotros, tuve la sensación de que buscaban el camino de las reformas y del entendimiento desde el respeto mutuo. También reforcé mi convicción del lugar estratégico que ocupan en la región.
La Unión Europea ha iniciado un proceso de diálogo como el que buscamos, infructuosamente, hace 25 años, incluyendo el tema más delicado sobre el tablero: la política nuclear. Es el camino adecuado y puede dar sus frutos en la generación de confianza y en la solución de contenciosos de enorme trascendencia para la paz. También para la paz en Irak. Para un avance consistente en la recuperación de su soberanía y de su integridad territorial.
Pero les citaba el juego del mus, desde mi ignorancia, porque, hablando de impresiones, no pude evitar la que me dominaba cuando se trataba del tema más delicado, es decir, el del uso de la energía nuclear: la disposición a elevar las apuestas cuando se reciben los órdagos. Ahora, cuando oigo las declaraciones que "no descartan" el uso de la fuerza, aquella impresión se confirma.
De nuevo pienso en Europa y en su papel para contribuir a soluciones pacíficas de las diferencias, para acercar posiciones y generar el clima de confianza que necesitan el Medio Oriente y el mundo. Conozco y reconozco el esfuerzo de Javier Solana en todos esos frentes, como responsable de ir construyendo una política exterior y de seguridad de la Unión Europea.
A tan pocas horas de una consulta sobre el Tratado Constitucional que posibilitaría avanzar por este camino, concluyo que, aunque sólo fuera por ir construyendo una política de paz y seguridad en la que los europeos pesaran en el escenario de la globalización como su población y su producto bruto, merecería la pena llenar las urnas de síes el domingo. Pero hay tantas cosas, además, en las que nos jugamos nuestro futuro como ciudadanos españoles y europeos, que resulta imprescindible pedir la participación y el sí.
Felipe González es ex presidente del Gobierno español.
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