"Estuve detenida más de 50 veces"
"Estuve detenida más de cincuenta veces". Silvia Reyes llegó a Barcelona en 1973, con 20 años. "Hacía cuatro meses que había terminado el servicio militar y ya me había empezado a hormonar con productos que compraba en una farmacia", recuerda.
"Lo primero que hice fue buscar trabajo en hoteles, que era en lo que había trabajado en Las Palmas durante siete años. Pero cuando me veían tan femenina y tan guapa con mi nombre de hombre en el carné no me daban trabajo, ni siquiera de friegaplatos. Entonces no se sabía lo que era un transexual", afirma.
Durante el primer mes la detuvieron tres veces. Para una transexual, estar en la calle no era seguro, pero los bares de ambiente [gay] o los cines, tampoco. "Había muchas redadas. Nosotras lo teníamos peor que los homosexuales, que podían disimular más. A veces nos tenían hasta tres días sin comer, de pie, incomunicadas", explica.
Silvia no encontraba trabajo y las 5.000 pesetas que había llevado desde Canarias se le acababan. Fue la misma dueña de la pensión barata donde se alojaba la que le recomendó que saliera con sus amigas. "Hay travestis muy guapas, y a lo mejor te buscan trabajo en una whiskería", le dijo. Así empezó a hacer la carrera. Y llegaron más detenciones.
A finales de 1974 Silvia cayó en otra redada. "Me metieron en la cárcel Modelo de Barcelona por travesti. Allí lo pasé fatal. Luego fui a Carabanchel en Madrid. Éramos hasta 38 transexuales, y durante los traslados nos ponían en celdas aisladas, para evitar líos. Había presos que saltaban tapias de cinco metros para estar con nosotras", relata. Dos décadas de detenciones hacen que a Silvia le cueste ordenar los recuerdos. "En Badajoz estuve seis meses. Ahí estábamos todas juntas con los hombres y también con los ladrones. En Madrid me detuvieron otras dos veces", apunta.
Tras dar algunas vueltas, Silvia encontró trabajo en una sala de fiestas. "Yo no sabía bailar ni cantar, pero con 15 días de clases debuté. Me hice un vestuario, un nombre y viajé, actué y alterné". El dueño del local era el que respondía por ella y la sacaba de la cárcel cuando la encontraban haciendo la calle. "Lo dejé hace cinco años. Me siento vieja mentalmente, y le dije al jefe que había que dar paso a la juventud. Él se enfadó, porque había clientes que iban sólo a verme a mí", explica coqueta.
Ahora vive de lo que ganó en aquella época, y va a cursillos de informática por la mañana. "Me aburren mucho, pero algo tengo que hacer para no estar encerrada en casa", afirma.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.