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Columna
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Griegos en Cibeles

Hace unos días, a la altura del metro Banco de España, oí una voz que decía: "¡Porque Gorgias y Protágoras...! Era sábado, y la una de la noche. No resistí la tentación de volver la cabeza. ¿Quién hablaba de tan egregios y corrosivos sofistas que parecían citados como para sulfurar al cardenal Rouco Varela? Gorgias, más que un filósofo, fue un magnífico publicista y Protágoras tenía tantas dificultades para creer en los dioses que los atenienses lo expulsaron de Atenas. Protágoras fue quien dijo aquello de que el madrileño es la medida de todas las cosas, de las que existen en cuanto que existen, y de las que no existen en cuanto que no existen. Es decir, hay que dejar a los dioses aparcados en el reino de los sueños humanos porque ése es su sitio y medir las cosas no en relación con la divinidad, sino teniendo como referente a los madrileños, que, como es sabido, dada la inmensa hospitalidad de Madrid, son todas las personas nacidas en cualquier punto del planeta. Y lo aclaro por instinto de conservación. Nada deseo menos que, por una bromilla madrileña, se me vengan encima los ejércitos de nuestras queridas comunidades autónomas.

Como la bíblica mujer de Lot, no resistí la tentación de mirar y volví la cabeza. Quien acababa de mencionar a Gorgias y Protágoras era un chico de unos veintitrés años que iba con otro chico joven. Y no pude oír más porque enfilaron las escaleras del metro y yo seguí rumbo al paseo de Recoletos. Me acordé al instante, claro, de los días en que, como todos mis compañeros de curso, tuve en la Universidad de Salamanca un examen oral del Gorgias, de Platón, que teníamos que traducir directamente al castellano del original griego. Algo, pues, en alguna medida equivalente a un examen oral de inglés en el que el alumno tuviera que traducir hoy sobre la marcha un texto de inglés medieval cargado de veneno léxico, morfológico y sintáctico. Quienes creen que el inglés no tiene ya misterios para ellos que intenten traducir este dulce texto: "Ic the thafaehte feo leanige, / ealdgestreonum, swa i caer dyde..." ("Y, si con vida sales, te daré, tras la lucha, / como antes hice, ricas preseas de mi padre"). Así lo traduce Marià Manent en su magnífica edición bilingüe de La poesía inglesa publicada por Janés Editor, el padre de la escritora Clara Janés.

Siguen los griegos triunfando en Madrid porque se ha estrenado la película Un toque de canela -en el original griego, Politikí cusina (Cocina política)-, del director Tasos Bulmetis. La cinta está arrasando en taquilla allá por donde pasa y ya se habla de que puede convertirse en el mayor éxito internacional del cine griego. Bulmetis nació en Constantinopla en 1957. Es, pues, paisano de Yanis Psijaris (1854-1929), a quien, con motivo del 150º aniversario de su nacimiento, han homenajeado, los días 2 y 3 de diciembre, el Departamento de Filología Griega y Lingüística Indoeuropea de la Universidad Complutense de Madrid y la Sociedad Hispánica de Estudios Neogriegos, en colaboración con la Embajada de Grecia en España. Ha coordinado el homenaje Penélope Stavrianopulu. ¿Quién fue Yanis Psijaris? Un lingüista con la sangre muy caliente y que, en consecuencia, no habría llegado a tener la inmensa relevancia que tuvo en Grecia si no hubiera sido mucho más que lingüista. Fue, además de egregio lingüista, un escritor que escribió versos, novelas, teatro y, sobre todo, un libro -Mi viaje- que les puso a los griegos las pilas de la lengua que había que escribir: la dimotikí o lengua vulgar y no la cavarévusa o lengua que es la que, a finales del siglo XIX, se utilizaba en la prosa. El verso se había modernizado en este terreno y Palamás y los llamados poetas de la Escuela Ateniense ya escribían en dimotikí. Simplificando un poco, la cazarévusa y la lengua vulgar eran, respectivamente, algo así como el latín y el castellano o lengua vulgar en tiempos del rey Alfonso X. La cavarézusa era la lengua -¡e incluso en 1880!- cosida a la teta del griego antiguo cuyo léxico, morfología y sintaxis intentaba calcar con delirio de hija incapaz de crecer por sí misma. El griego que creció y maduró fue la dimotikí o lengua vulgar, que se expresaba muy bien oralmente, pero que tenía el grave problema de no saber expresarse en la lengua escrita.

Como hoy habla la gente de Gorgias y Protágoras, dentro de 2.500 años los jóvenes hablarán de esa magnífica hornada de científicos que, en Guadalix de la Sierra, hacen sus experimentos para las cámaras de Gran Hermano.

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