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EL FIN DE UNA ERA

El rostro de Palestina

Arafat ha sido el único líder que ha logrado aglutinar al pueblo palestino durante más de 30 años para crear un Estado independiente

El edificio de Fajani había quedado medio derruido después del bombardeo aéreo israelí pero, a escasos metros de las ruinas, surgía de un portal cercano un Yasir Arafat polvoriento aunque sonriente. "Soy como los gatos, tengo siete vidas", declaró a un equipo de televisión que pasaba por allí. La escena se desarrolló una mañana de agosto de 1982 en un Beirut controlado por la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y sus aliados libaneses, pero sitiado y bombardeado durante más de dos meses por el Tsahal (Ejército israelí) que, una vez más, fallaba en su intento de acabar con la vida del jefe palestino.

A lo largo de sus 75 años de vida, a Arafat han intentado asesinarle sus enemigos israelíes, algún que otro palestino ultrarradical y, por supuesto, Estados árabes como el sirio o el jordano. Mientras casi todos sus colaboradores, y sus íntimos amigos Abu Iyad y Abu Yihad, cayeron bajo las balas israelíes, él ha muerto en la cama de un hospital militar francés.

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"Arafat imaginaba que se moriría en Jerusalén como jefe de un Estado soberano"
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Nunca se lo hubiese esperado. "Más bien imaginaba que moriría en Jerusalén como jefe de un Estado palestino independiente y reconocido", asegura el israelí Amnon Kapeliuk, autor de la biografía Arafat, el irreductible.

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Aunque su vida era ya intrépida, Arafat empezó a correr grandes riesgos en la batalla de Karame, en marzo de 1968, cuando el Tsahal quiso escarmentar a los fedayin palestinos atrincherados en ese pueblo jordano después de que una mina matase a dos alumnas israelíes e hiriese a otras treinta.

En la operación de castigo resultaron muertos 128 palestinos pero, pese a su superioridad, los israelíes perdieron a 91 hombres y abandonaron sobre el terreno numerosas armas, según la OLP. Para más inri, no consiguieron capturar a Arafat. Aquello fue, para los palestinos, la victoria que consagró a un nuevo líder.

La confirmación interna de su poder vino a través de un comunicado de Al Fatah, el grupo palestino del que era fundador, que le nombró portavoz y encargado de la organización y la tesorería. La confirmación externa se la brindó la revista norteamericana Time, que le dedicó su portada. El mundo empezó a descubrir un nuevo rostro de la causa palestina.

Mohamed Abdel Rauf Arafat al Qudwa al Huseini era hasta entonces un desconocido para la opinión pública. Había nacido 39 años antes en El Cairo, según la mayoría de sus biógrafos, aunque él siempre insistió en que vino al mundo en Jerusalén. "No estoy seguro de que él mismo sepa dónde nació", afirmó John Wallach, autor de Arafat: In the eyes of the beholder (Arafat ante los ojos del espectador).

Aunque no fuera de Jerusalén, Arafat tenía pedigrí palestino de sobra. Su padre era de Gaza y su madre pertenecía a la célebre familia de Al Huseini, de la ciudad santa. Es allí donde su padre le mandó -"le abandonó", según Wallach- desde El Cairo, tras el fallecimiento de su madre. Creció pues junto a su familia materna.

Después de un frustrado intento de participar en la primera guerra contra Israel, en 1948, Arafat regresó a sus estudios de ingeniería en El Cairo, que compaginó con su actividad política.

Al Fatah no nació, sin embargo, en El Cairo. El régimen del presidente Gamal Abdel Nasser era demasiado autoritario para tolerar un grupo palestino que se escapase de su control. Fue fundado en 1957 en Kuwait, un emirato donde estaban afincados ricos palestinos y donde Arafat trabajaba en una empresa constructora.

Fue necesario que transcurriesen diez años más, algunos de ellos en la clandestinidad, para que la derrota árabe en la Guerra de los Seis Días acabara animando a Al Fatah a incorporarse a una OLP aletargada y demasiado sometida a las potencias árabes. Al Fatah no tardó en convertirse en la columna vertebral de un movimiento palestino en el que abundaban grupúsculos marxistas y camarillas a sueldo de los regímenes árabes. Nada más lógico que Arafat se hiciese con el control de la OLP y accediese a su presidencia en febrero de 1969.

Pese a todos sus errores, Arafat fue desde entonces el aglutinador de las diversas sensibilidades palestinas, el inspirador de la identidad palestina a la que, paso a paso, ha ido abriendo camino en la escena internacional al tiempo que admitía, a partir de 1988, el derecho a la existencia de Israel. También condenó entonces "cualquier forma de terrorismo".

Jordania era, a finales de los sesenta, la base de operaciones de los fedayin y la tierra donde el Tsahal lanzaba sus represalias. "Los palestinos se comportaban como si estuviesen en un país ocupado", asegura Said Aburish, un palestino autor de otra biografía, Arafat: From Defender to Dictator (Arafat, de campeón a dictador).

"Arafat habría podido imponer disciplina a sus partidarios", según Aburish. No lo hizo. El rey Hussein se consideró amenazado y ordenó a su Ejército beduino que acabase con la resistencia palestina. Fue el sangriento Septiembre Negro de 1970.

Derrotada, la dirección de la OLP y sus milicianos se trasladaron a Líbano, el único vecino de Israel dispuesto a acogerlos. "Los palestinos reanudaron pronto sus deplorables costumbres", prosigue Aburish. Crearon un Estado dentro del Estado, rompieron los frágiles equilibrios de un Líbano dominado por los cristianos y, en 1975, estalló la guerra civil.

Ariel Sharon, a la sazón ministro de Defensa, fue uno de los cerebros de la Operación bola de nieve con la que Israel invadió Líbano en 1982 para expulsar a la OLP, acabar con Arafat y fomentar un Estado cristiano aliado. En las tres primeras semanas de la quinta guerra de Oriente Próximo hubo más de 19.000 muertos.

Protegido por la Marina francesa Abu Amar -nombre de guerra de Arafat- salió de Beirut para exiliarse en Túnez, donde un diplomático español sirvió de enlace para discretos contactos con la CIA. Sin embargo, no había llegado aún la hora de la negociación. Su alineamiento con Sadam Husein en vísperas de la guerra del Golfo volvió incluso a colocarle entre los enemigos de Occidente.

Sólo después de la victoria contra Sadam arrancó en Madrid, en 1991, la primera conferencia de paz, pero sin que Arafat se sentase en la mesa. La verdadera negociación se desarrolló, no obstante, en secreto, en Oslo. Los acuerdos allí alcanzados desembocarían en el famoso apretón de manos, en Washington, en 1993, entre Arafat y su adversario israelí, Isaac Rabin.

El 1 de julio de 1994 Arafat regresó, tras 27 años de exilio, a una franja de Gaza que empezaba a gozar de autonomía, obtuvo el Nobel de la Paz y su popularidad quedó, poco después, ratificada en las urnas. Pero el sueño en el que vivía fue de corta duración. Sus conversaciones de Camp David con el primer ministro laborista Ehud Barak fracasaron en 2000, y con los jefes de Gobierno del Likud -Benjamín Netanyahu y Ariel Sharon- la relación fue a peor. El estancamiento del proceso de paz dio alas al terrorismo islamista, que Israel y EE UU le reprochaban no atajar. Ninguno de sus biógrafos, ni siquiera los más críticos, cree que pudiese hacerlo.

La represión contra sus detractores, la marginación de los responsables palestinos que vivieron bajo ocupación israelí y los desmanes de su Gobierno provocaron el declive de su aura. Al someterle a tres años de cerco en la Mukata, Israel le devolvió un cierto lustre.

SCIAMMARELLA

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