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ASTE NAGUSIA
Columna
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Viaje de vuelta

La Aste Nagusia nos emplaza en El Botxo con aire militante, pero hay que reconocer que antes y después de la castiza celebración el mundo también se mueve. La gente de Bilbao viaja en todas direcciones y ello sólo tiene un pequeño inconveniente: que vayas donde vayas siempre hay alguien de Bilbao.

Claro que para valorar debidamente la capacidad de la vizcainía para extenderse por el mundo nada como visitar esa sección de algunos periódicos en que los ciudadanos y las ciudadanas, los niños y las niñas, los empleados de la BBK y los prejubilados de Altos Hornos, se fotografían en los lugares más variopintos, en un remedo del principio de Andy Warhol que proclamaba cómo en esta sociedad todo ser humano tendrá sus quince minutos de gloria televisiva.

Los álbumes demuestran que somos insaciables, que nos vemos de punta a punta del planeta

En nuestro país eso aún no es del todo cierto, pero la gloria sí que alcanza a quince centímetros cuadrados de estraza periodística. La Aste Nagusia sigue siendo un evento multitudinario, pero eso no nos impide viajar y dejar luego constancia del periplo: certificamos nuestras incursiones por el mundo con fotos publicadas en la prensa local.

Los bilbaínos se muestran en toda su apoteosis vacacional. Han estado en La Rioja o en Mongolia Exterior, han estado en Medina de Pomar o en el Kilimanjaro. Ya sean las fiestas de Algorta o los ritos funerarios del Ganges, ya sea el campeonato de rana de Bakio o los lanzamientos de bumerán en las reservas aborígenes de Australia, la prensa certifica nuestra voluntad viajera, nuestra intensa inclinación por colonizar las playas de Laredo, de Cádiz o de la Patagonia. Sí: Terranova o Benidorm, los Andes o Santoña, el lago Baikal o la Laguna Negra, nada queda fuera de nuestro alcance.

Esta insólita capacidad ubicua da lugar a curiosas anécdotas que todos hemos experimentado alguna vez: circular por un mercadillo de Teherán y encontrarnos con un conocido de Santutxu; pedir socorro atrapados en el manglar indonesio y que acuda en nuestra ayuda un tipo de Basauri. Definitivamente, el planeta ya no es lo que era.

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Mi primo elorriano se quejaba de que no podía salir de casa sin encontrarse en cualquier lugar del mundo con un vecino de su pueblo. Me lo dijo hace muchos años, mientras caminábamos, en un tórrido atardecer, por los alrededores de la majestuosa catedral de Sevilla. Pero entonces calló, recompuso el gesto y se preparó para un saludo.

- Agur...

- Agur...

- ¿Lo ves? - proclamó, cariacontecido - Ése que he saludado era de Elorrio.

La Aste Nagusia nos reintegra a la ciudad, pero los álbumes fotográficos demuestran que somos insaciables, que nos vemos de punta a punta del planeta. Esta vocación viene de lejos. Constantinopla, Rascafría, Samarkanda, Casalarreina. Lugares para recordar. Valentín de Berrio Otxoa salió del pueblo de mis antepasados y acabó muriendo en Vietnam. Unamuno vino al mundo en la calle Ronda y enseñó durante largos años en, digamos, Salamanca. Pero nuestras singladuras planetarias ya no son demasiado excitantes: allá al fondo, en el horizonte de las fotos más exóticas, siempre asoma un paisano de Zorroza, un profesor de euskera, una funcionaria de la Diputación.

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