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Reportaje:

Miseria e ilusiones en el monte Gurugú

Los cientos de subsaharianos que viven junto a la frontera de Melilla comen lo que encuentran en un vertedero próximo

Alguien que viva en Melilla sólo tiene que cruzar la frontera de Beni Anzar y recorrer poco más de cinco kilómetros para llegar al monte Gurugú. Aquí, hasta hace poco, los vecinos de uno y otro lado de la frontera disfrutaban haciendo barbacoas los sábados y domingos. Las mesas de cemento siguen, igual que los columpios para que los niños jueguen. Pero la mayoría de los que vienen ahora no se quedan sólo un día. Algunos llevan en este lugar hasta dos años. Y encima sin comida y prácticamente sin agua. Son más de 200 inmigrantes indocumentados (700 según las autoridades españolas), que sobreviven escondidos con la esperanza de poder pasar algún día a territorio español. Entre miseria y sin perder la ilusión.

Disputan a los perros el despojo más sabroso, y el agua que beben de una fuente próxima les causa problemas estomacales
Cuentan que cada semana la policía marroquí aparece por sorpresa y que, tras golpearlos, les quitan la poca ropa y calzado que tienen
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"Coffee-Plays, Grille", se lee en un cartel de un restaurante situado a la orilla de la carretera que lleva al Gurugú. Tiene una terraza desde la que se pueden ver los hogares de los sin papeles llegados de todas partes de África. Casi no se nota que están. Se intuye el drama de su miseria cuando, al comienzo de la carretera que sube a la montaña, dos o tres subsaharianos hacen señas a los vehículos que pasan. Se echan las manos a la boca indicando que quieren comida y las juntan en señal de plegaria. Pero ni eso convence a la mayoría de los que pasan, que siguen de largo.

Erik, camerunés de 23 años, dice que "sólo aquellos que tienen buen corazón" les dan algo. Los hay que tienen un corazón distinto; los que les tiran piedras cuando pasan. Por eso, para tener comida segura, se dirigen a diario al vertedero de basura que hay a unos doscientos metros del lugar en el que se encuentran acampados.

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Allí llegan los camiones con la basura recogida en Beni Anzar, la localidad fronteriza con Melilla; la que no se les ha caído por la carretera, ya que circulan con la puerta trasera abierta.

Ellos celebran la llegada de estos suministros y no tardan en acudir a recogerlos en busca de algo que echarse a la boca. Sus siluetas llegan a confundirse con la basura que los rodea. Huele mal, está todo lleno de moscas, y los inmigrantes rivalizan con los perros por conseguir el despojo más sabroso. "Comemos basura", dice uno, y se le escapa la risa al oír cómo ha sonado lo que acaba de decir. Uno de los vecinos de la zona asegura que antes había aquí una población de monos, pero que ha desaparecido porque "se los han comido todos".

Más fácil lo tienen para conseguir algo de beber. Acuden a una fuente natural situada cerca de donde están instalados, aunque el agua no debe de estar en muy buenas condiciones, porque les causa problemas estomacales.

La mayoría de ellos, jóvenes de entre 20 y 30 años, ha intentado ya varias veces pasar la frontera. Algunos, como Eric, hasta tres. No ha tenido suerte, y siempre ha sido capturado por la Guardia Civil, que lo ha devuelto a Marruecos. Aún así, esta noche y las siguientes lo seguirá intentando. Quiere reunirse con su madre, que está en Francia. Y no hace más que pedir un teléfono para llamarla y decirle que pronto se reunirá con ella. Alguien le presta uno. Saca de su bolsillo una agenda con cientos de números garabateados y marca. Cuando descuelgan al otro lado él exclama: "Inma!", que es madre en árabe. Asegura, agradecido y quizá con alguna exageración,que llevaba tres años sin hablar con ella.

Los inmigrantes viven en el Gurugú a la intemperie. En una de las colinas del monte se aprecia una columna de pequeñas chabolas construidas con plásticos azules que cuelgan sobre palos de madera. Están repartidas en una extensión de unos cien metros de largo. Es ahí, bajo pinos y eucaliptos, donde se resguardan y donde tienen sus escasas pertenencias estos hombres procedentes en su mayoría de Senegal, Mali, Ghana, Camerún y Argelia. Aunque cada vez tienen menos objetos personales. Cuentan que cada semana la policía marroquí aparece por sorpresa en el lugar, y después de golpearlos, les quitan la poca ropa y calzado que tienen. Eso los más afortunados. Algunos de ellos son esposados "para enviarlos de vuelta a Argelia", que es por donde ha entrado a Marruecos la mayoría. Con todo, y con la poca ropa que tienen, no presentan un aspecto descuidado.

Cuando alguien pretende hablarles responden con cierto temor. Recelan. Si algo no les gusta, remiten a quien denominan el chairman, el líder del grupo. Tienen miedo de que quien se acerque a ellos para algo más que no sea darles comida pueda traerles más problemas de los que ya tienen. Por eso dicen que sin consultarlo antes con el chairman no pueden dar demasiados detalles de cómo viven.

Tienen miedo porque las veces que han hablado con algún periodista han sido seguidas de una intervención de la policía marroquí. Al final todos aceptan entrar en conversación. Y vuelven a echarse las manos a la boca para pedir algo de comer.

Abajo, a la entrada del monte, los marroquíes de la zona viven ajenos a lo que ocurre a pocos centenares de metros de sus casas. Sólo se dan cuenta de que tienen vecinos cuando les roban los huevos o las gallinas. El bajo nivel de vida de esta zona marroquí parece un lujo comparado con lo que soportan estos inmigrantes recluidos en el Gurugú.

Desde aquí se ve Melilla, el lugar en el que todos desearían estar. No tienen prácticamente información de qué es lo que pasa fuera del monte y se acaban de enterar de que la verja que separa Marruecos de la ciudad autónoma está siendo levantada tres metros más (tendrá seis en total en unas semanas). "Dificult now. Many Guardia Civil". Difícil ahora, mucha Guardia Civil, dice desde su boca sin dientes Adelkader, un argelino de 37 años que guarda en una bolsa la comida que acaba de recoger en el vertedero.

Inmigrantes que viven en el monte Gurugú, próximo a la frontera con Melilla, buscan comida en un vertedero cercano.
Inmigrantes que viven en el monte Gurugú, próximo a la frontera con Melilla, buscan comida en un vertedero cercano.O. T.

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