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El pederasta belga Dutroux responsabiliza de sus crímenes a una red mafiosa

Varios de los padres de las víctimas no asisten al proceso y lo tachan de pantomima

Gabriela Cañas

Fiel a su carácter frío y manipulador, el pederasta Marc Dutroux sembró ayer la polémica en Bélgica, en el primer día del juicio que se sigue contra él, al culpar de sus crímenes a una red mafiosa y dormitar relajadamente ante el tribunal. El juicio que se celebra en Arlon, al sur del país, durará cerca de tres meses y los padres de algunas de las víctimas demostraron su escasa confianza en el proceso negándose a acudir. Dutroux está acusado de secuestro, tortura y violación a seis niñas entre 1995 y 1996 y de haber dejado morir en cautiverio a cuatro de ellas.

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Ni el público ni los periodistas pudieron entrar en la sala de audiencias. En su lugar, la prensa pudo observar mediante tres pantallas fijas de circuito cerrado de televisión a los cuatro acusados -Marc Dutroux, su ex esposa Michelle Martin y sus dos presuntos cómplices, Michel Lelièvre y Michel Nihoul- sentados, aislados de la sala tras cristales blindados. Dutroux estaba aparentemente dormido, apoyada su cabeza en los brazos cruzados sobre la mesa. "Su actitud me enerva", declaró después la madre de An Marchal, una de las niñas muertas, que no pudo reprimir las lágrimas dentro de la sala.

Marc Dutroux lleva ocho años en la cárcel esperando este juicio. Tras su breve fuga de 1998, es uno de los presos más vigilados de Europa. Según sus abogados, sus carceleros encienden la luz cada siete minutos y medio para comprobar que ni se ha suicidado ni se ha vuelto a escapar. Su sueño puede ser, por tanto, debido a su cansancio, como alegó su abogado Xavier Magnée, pero también a su carácter calculador, propio de una especie de psicópata sobre el cual su propia madre había advertido a la policía en el pasado. En la puesta en escena, Dutroux, de 47 años y uno de los rostros más conocidos de su país, exigió también poder ocultar su cara a las cámaras, un capricho al que accedió el presidente de la sala.

Pero la polémica fundamental la sembró enviando una carta la noche del domingo a los medios belgas en la que asegura haber sido instrumentalizado por una red pederasta y acusando de mayores responsabilidades a los tres que junto a él comparecen como meros cómplices de los terribles crímenes que se le imputan. "La gente se empeña en creer que yo soy el centro de todo, pero se equivocan", dice la carta. "He hecho cosas de las cuales yo no soy el motor. He sido instrumentalizado por otros, que a su vez han sido instrumentalizados por otros".

Escándalo y escepticismo

Los abogados de las víctimas acogieron tales declaraciones con cierto escándalo y mucho escepticismo. Dutroux siempre ha hablado de una red mafiosa, pero nunca ha aportado datos sobre ella, asegurando que ello pondría en riesgo su vida. No obstante, los casi 2.000 periodistas acreditados esperan con expectación las declaraciones que pueda hacer mañana miércoles, cuando el presidente de la sala le someta al primer interrogatorio ante el jurado popular, formado ayer por seis hombres y seis mujeres.

El 68% de los belgas, según un sondeo publicado el pasado jueves, cree que Dutroux pertenecía a una red mafiosa que probablemente servía a gente poderosa, y nada de ello se va a dilucidar en este proceso, a pesar de la solidez de las sospechas. La investigación de una comisión parlamentaria concluyó que las autoridades judiciales y policiales cometieron gruesos errores en la búsqueda de las niñas desaparecidas. El primer juez instructor, Jean-Marc Connerotte, partidario de la hipótesis de la red, fue separado del caso y sustituido por Jacques Langlois, que inmediatamente decretó la ausencia de tal red.

Dutroux actuó con total impunidad durante un año a pesar de ser el principal sospechoso, estar estrechamente vigilado y encontrarse entonces en libertad condicional por secuestrar y violar a otra media docena de menores. En 2001, la justicia decidió abrir un sumario bis con todo indicio de criminalidad organizada al que irán a parar, por ejemplo, los análisis de semen y de cabellos encontrados en el zulo donde permanecieron las niñas.

Dutroux se expone a cadena perpetua, y sus tres cómplices, a penas de entre 15 y 30 años.

Michel Nihoul (izquierda) y Michel Lelièvre, supuestos cómplices de Dutroux, ayer en el tribunal de Arlon.
Michel Nihoul (izquierda) y Michel Lelièvre, supuestos cómplices de Dutroux, ayer en el tribunal de Arlon.REUTERS

Los horrores que conmovieron a los belgas

La desaparición de dos niñas de ocho años, Julie Lejeune y Mélissa Russo, en junio de 1995, fue el detonante. La sociedad belga vivía con cierta angustia el goteo de desapariciones y de violaciones de menores, pero los padres de Julie y Mélissa -clase media y alto nivel de instrucción- no estaban dispuestos a callar mansamente mientras la policía daba palos de ciego.

Julie y Mélissa vivieron encerradas en un zulo frío y húmedo de 3,34 metros de largo por 0,99 de ancho y 1,64 de altura, un zulo bien disimulado en el sótano de una de las múltiples casas en ruinas de Marc Dutroux. Allí, las niñas permanecían encadenadas y sufriendo, previsiblemente, numerosos abusos sexuales.

El principal sospechoso de este doble secuestro era Dutroux, entonces en libertad condicional por los mismos delitos, razón por la cual la gendarmería estableció una estrecha vigilancia, incapaz, sin embargo, de evitar el siguiente secuestro, el de otras dos jóvenes en agosto. Se trataba de An Marchal y Eefje Lambrecks, de 17 y 19 años respectivamente, cuyos constantes intentos de fuga movieron a Dutroux a deshacerse de ellas en pocas semanas. Ambas fueron enterradas, con evidentes síntomas de haber pasado hambre, en el jardín de uno de sus amigos, Bernard Weinstein, al que Dutroux mató también por las mismas fechas.

Entre diciembre de 1995 y marzo de 1996, Dutroux volvió a prisión por un ajuste de cuentas, lo que, según el pederasta, originó el abandono de Julie y Mélissa, a las que encontró moribundas en el zulo, privadas de comida y bebida suficiente, dado que su esposa, Michelle Martin, no se atrevía a bajar hasta su escondite. Las enterró en el jardín de otra de sus casas.

En mayo de 1996, cuando las cuatro secuestradas ya habían muerto, Dutroux secuestró a su quinta víctima: Sabine Dardenne, de 12 años. En julio violó a una joven eslovaca que pasaba las vacaciones en su casa, y en agosto raptó a Laetitia Delhez, de 15 años, a la que encerró junto a Sabine en el mismo zulo.

Sólo una prueba indiscutible dada por un amigo de Laetitia, casi el número completo de la matrícula del coche que Dutroux usó para su último rapto, llevó a la policía hasta el pederasta y sus compinches, logrando salvar la vida de Sabine (80 días de terrible secuestro) y de la propia Laetitia (seis días de secuestro). Ambas sufrieron abusos y vejaciones constantes.

La probada incompetencia judicial y policial belga en este caso ha generado en Bélgica la sospecha de que Dutroux disfrutó siempre de una incomprensible protección. Su fuga de apenas unas horas en 1998 originó, por fin, las dimisiones del jefe de la policía y los ministros de Justicia e Interior de la época. Todos los analistas coinciden en señalar que el caso Dutroux, seguido de la dioxina en los pollos, causó el hundimiento electoral de los democristianos, que perdieron el poder en 1999 y no lo han vuelto a recuperar.

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Sobre la firma

Gabriela Cañas
Llegó a EL PAIS en 1981 y ha sido jefa de Madrid y Sociedad y corresponsal en Bruselas y París. Ha presidido la Agencia EFE entre 2020 y 2023. El periodismo y la igualdad son sus prioridades.

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