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Columna
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Sin preguntas

Hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad como canta el personaje de don Hilarión en La verbena de la Paloma. Así se explica, por ejemplo, que las preguntas de los periodistas hayan dejado de tener sentido y que Mariano Rajoy, el candidato del Partido Popular a la presidencia del Gobierno para las elecciones del próximo 14 de marzo, haya decidido que hasta ese día de las urnas va a abstenerse de responder las cuestiones que le sean planteadas. Vamos pues a una campaña sin preguntas que es una modalidad inédita muy reveladora. A los electores debe bastarles con sintonizar los telediarios de Alfredo Urdaci donde se administrarán las dosis convenientes de adhesión al PP y de repulsa a los competidores, en especial al Partido Socialista, presentado como adalid de la anti España.

Heisenberg nos tenía advertidos de que "no conocemos la realidad, sino la realidad sometida a nuestro modo de interrogarla" y el equipo de campaña de Génova 13, sede nacional del PP, quiere saltarse semejante deformación. Han concluido que las preguntas deforman y prefieren que el candidato se convierta en un cuenta cuentos a unos pequeñines privados de la capacidad de interrogar para que las narraciones de Walt Disney dejen de ser interferidas. Los periodistas tendrán su sitio en primera fila como los niños en aquellas representaciones de guiñoles y marionetas que amenizaban las mañanas de los domingos en el parque del Retiro madrileño junto a la antigua Casa de Fieras.

La campaña sin preguntas era una medida que se veía venir porque los periodistas en ejercicio son insaciables, acaban interaccionando con la actualidad y se interesan por reclamar la opinión del candidato respecto de lo que ocurre con lo cual un acto calculado para explicar los proyectos de repoblación forestal puede acabar en la prensa del día siguiente desnaturalizado porque el candidato fue preguntado sobre las imaginarias armas de destrucción masiva de Sadam Husein. Además empezaba por todas partes a cundir la moda de convocar a los informadores para esas declaraciones institucionales donde el figura de turno procede a dar lectura a un texto y se retira sin ofrecer más explicaciones al auditorio. Ahora se avanza un paso más con la osadía propia de quienes leen su ventaja en las encuestas.

Sabemos que todo jefe de campaña se esfuerza en preservar a su patrocinado, elige con cuidado las ganaderías que debe lidiar. Pero al final con toros de carril, sin enfrentar dificultades, es imposible el lucimiento y el triunfo en las plazas de primera categoría. La facilidad es destructiva y debe tenerse en cuenta el principio de que no hay venenos, hay dosis. Los específicos más inocuos en determinadas proporciones pueden ser también letales. Por el camino que parece haber elegido Gabriel Elorriaga nos quedaremos sin saber qué puede dar de sí Mariano Rajoy y se impondrá la idea de que estamos ante una nueva edición de aquel gallego, alto, desgarbado, inteligente, culto, desambientado que tildaban de vago y padeció tanto la sombra de su predecesor.

Recordemos con Juan Antonio Rivera (véase su libro El gobierno de la fortuna de Editorial Crítica) que no es una preferencia que nos guste Bach, pero si lo es que nos guste que nos guste (es decir, que nos veamos como el "tipo de persona" al que gusta Bach; como alguien en cuya identidad moral deseada se incluye, entre otras cosas el disfrutar de la música de Bach). Dice Rodrigo Rato que sólo perderán el voto de quienes estén cansados de prosperar. ¡Mucho cuidado con las prosperidades y los agravios comparativos! Además, el público sabe que la fiesta de la política como la tauromaquia no puede pivotar sobre un solo diestro y está deseando hacer figura del toreo a José Luis Rodríguez Zapatero por el bien del espectáculo y para evitar su estancamiento. ¿Qué pasaría si, ante el anuncio del candidato Rajoy de comparecer sin opción a las preguntas, los periodistas decidieran dejar de hacérselas? Veríamos.

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