_
_
_
_
LA PRECAMPAÑA ELECTORAL
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

'Carodgate'

Enrique Gil Calvo

La casualidad ha querido que cuando se cierra en el Reino Unido el escándalo Kelly estalla en España el Carodgate -Llamazares dixit-, apareciendo enlazados ambos affaires por algo más que la mera afinidad electiva entre Aznar y Blair. En efecto, tanto en un caso como en el otro se dan todos los ingredientes del escándalo político en su variante más grave, que para John Thompson es una batalla mediática provocada por la revelación de abusos de poder relativos a informaciones reservadas o secretos oficiales.

En cuanto al caso Kelly, una vez resuelto habrá que rebautizarlo como caso Hutton, pues tan honorable magistrado no ha sabido honrar la imparcialidad de la judicatura británica, obligada por la common law de tradición whig a limitar al Gobierno controlando sus abusos de poder. Es una gran decepción para cualquier demócrata, pues siempre se ha tenido al liberalismo inglés como modelo de independencia judicial y separación de poderes.

Más información
Montilla subraya la autonomía del PSC frente al PSOE, tras la crisis de Carod

Por eso, a lo largo del último semestre hemos recurrido con tanta profusión al juez Hutton para contrastarlo con la dudosa justicia de países latinos como España, que tiende servilmente a plegarse al poder. Pero, quizá como efecto del tándem Aznar-Blair, lo cierto es que el sistema británico cada vez se está desnaturalizando más, al dejarse contagiar por la nociva influencia del presidencialismo plebiscitario a la española, donde el premier carece de escrúpulos para instrumentar la magistratura al servicio de su estrategia mediática: es lo que ha hecho Blair con el juez Hutton, rebajándolo al nivel de nuestro fiscal Cardenal.

Pero vayamos con el Carodgate: ese torpedo mediático que ha echado a pique la campaña electoral, hundiéndola antes de iniciarse para que continúe manteniéndose a flote la mayoría absoluta del Partido Popular. Tratándose de una película de espías llena de sorpresas e incógnitas, el obligado suspense de la batalla mediática intenta despistar al personal ofreciendo falsos culpables y pistas trucadas. Pero el respetable público, que no es tan tonto como parece, siempre se pregunta con escarmentada tozudez: ¿a quién beneficia (qui prodest)? Y la cosa está clara, pues los beneficiarios de esta carambola a tres bandas son Aznar -o su hombre Rajoy- y Carod Rovira, los dos villanos de esta película, mientras que los pobres socialistas parecen predestinados a comerse el marrón una vez más.

El caso de Aznar es obvio, pues su maniobra de usar espías para hundir al adversario con un segundo escándalo Tamayo poco tiene que envidiar a Nixon. Lo de menos es la fontanería que esté por medio, aunque las sospechas apunten a los hermanos Zarzalejos en respuesta al nepotismo de los hermanos Carod y los hermanos Maragall. Pero la diferencia con el Watergate es que aquí los medios no están contra Nixon, sino contra Carod y Maragall, es decir, contra el pringado Zapatero. Con lo cual Aznar nos viene a demostrar que es tan tramposo como Nixon, pero el doble de listo que éste, pues juega con medios y jueces a favor y además no tiene que rendir cuentas ante sus electores, gozando así de absoluta impunidad.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Pero el caso de Carod podría superar en oportunismo tramposo al de Nixon o Aznar. Se habla de bienintencionados errores ingenuos, pero eso sólo se lo creen sus electores. Si aceptó la entrevista-trampa de ETA fue con la esperanza de dar un pelotazo mediático a espaldas de Maragall, buscando entre otras cosas dividir a éste de Zapatero para entregarle la mayoría absoluta al Partido Popular, que es el mejor seguro de vida política al que podría aspirar. Y en esto, la segunda carambola de Carod le ha salido redonda, pues el espionaje de Aznar le ha brindado la oportunidad de salir del Gobierno tripartito para recurrir al más sucio populismo electoral. Pues Carod se cree Garibaldi, pero sólo se queda en Umberto Bossi. O en un Alejandro Lerroux a la inversa, como si aspirase a ser no ya el emperador del Paralelo, sino el virrey de la nueva Diagonal.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_