_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Fundamentalismo constitucional

La reforma de la Constitución presupone que se tiene un juicio positivo sobre la Constitución que se pretende reformar. En los países democráticamente normalizados no se plantea la reforma porque se considere que la Constitución es mala, sino al contrario, porque se considera que es buena y que, justamente por ello, merece la pena conservarla. La reforma es una operación conservadora o, mejor dicho, protectora de la Constitución. Justamente porque se ha encontrado un orden apropiado para la convivencia es por lo que conviene hacer los ajustes oportunos, a fin de que ese orden perdure de manera indefinida. Así es como han procedido sin excepción todas las democracias indiscutibles que en el mundo han sido. Empezando por la más antigua de todas, los Estados Unidos de América, y siguiendo por todas las europeas.

Quiere decirse, pues, que, en democracia, proponer la conveniencia de reformar la Constitución no supone un ataque o una desautorización de la Constitución, sino todo lo contrario. Porque se considera positivo el modelo de convivencia del que la Constitución es portadora, se sostiene que dicho modelo debe ser actualizado mediante la correspondiente reforma del texto constitucional.

Hay una correspondencia casi unívoca entre democracia y reforma de la Constitución. Las democracias reforman sus constituciones. Y son democracias porque reforman sus constituciones y reforman sus constituciones porque son democracias. Y es así, porque la reforma es la máxima expresión institucionalizada del principio democrático. Es la forma en que se expresa la renovación del contrato social que articula la convivencia. Mediante ella las generaciones que no participaron en el pacto constituyente originario tienen la oportunidad de hacerlo suyo de manera expresa y de corregir o añadir lo que estimen que debe ser corregido o añadido.

Por eso hay que hacer uso de la misma. La reforma no es una opción en un sistema democrático. Es una necesidad. No se puede no hacer uso de la reforma si se quiere conservar la Constitución. No hay Constitución que pueda sobrevivir si la sociedad no es capaz de identificar puntos concretos en los que deberían introducirse cambios y no es capaz de ponerse de acuerdo para introducirlos. Cuando no hay disposición para trabajar en común en la tarea de identificación de tales puntos, primero, y de reforma, después, es que el sistema político tiene un serio problema.

Me temo que algo de esto es lo que nos está pasando. El Gobierno del PP está poniendo en circulación un fundamentalismo constitucional, que sin duda hunde sus raíces en el fundamentalismo democrático, sobre el que acaba de teorizar Juan Luis Cebrián, que se traduce en la calificación de cualquier propuesta de reforma de la Constitución como un ataque a la Constitución, que, como tal, no debe ser siquiera tomado en consideración. La equiparación de reforma con anticonstitucionalidad, sobre la que el Gobierno y el PP insisten de manera reiterada y sobre la que, me temo, van a insistir todavía más antes del 14 de marzo, puede acabar encerrándonos en un callejón de no fácil salida.

Sin lo que el PP representa no se puede hacer ninguna operación de reforma. Sin lo que representaba buena parte de AP se pudo hacer la Constitución. Pero sin lo que representa el PP hoy no se puede hacer reforma alguna. El PP puede quedar preso de su posición antirreformadora, dado el énfasis que está poniendo en su fundamentalismo constitucional. Y a través de él podemos quedar maniatados todos. Y una Constitución que no se reforma es una Constitución que se muere.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_