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Reportaje:

Tiro al blanco contra la policía iraquí

Desde el final oficial de la guerra han muerto 260 agentes, más que soldados de Estados Unidos, en ataques e incidentes armados

Miguel González

El anuncio de la captura de Sadam Husein eclipsó el 14 de noviembre la noticia del atentado contra la comisaría de policía de Jalidiya, 60 kilómetros al oeste de Bagdad. Aunque los coches bomba se han convertido en un hecho cotidiano en Irak, aquel ataque suicida resultó especialmente sangriento: provocó 20 muertos y 32 heridos.

Desde que Bush dio por concluidos los combates, el pasado 1 de mayo, 200 soldados estadounidenses han perdido la vida a manos de la resistencia. Los policías muertos pasan de 260. A diferencia de las bases estadounidenses, fortalezas inexpugnables a las afueras de las ciudades, hay una comisaría en cada barrio y su protección se limita a algunos sacos terreros y bloques de cemento para impedir el aparcamiento. Sus últimos caídos son tres agentes a quienes soldados estadounidenses mataron el viernes a las afueras de Kirkuk al confundirles con bandoleros.

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"La gente dice que colaboramos con los americanos. Escriba usted que no es cierto", afirma el comisario de Latifiya, la localidad donde fueron detenidos 41 vecinos por la muerte de los siete agentes españoles el 29 de noviembre. "El comisario miente. Sin su ayuda no hubiera podido llevarse a cabo la redada", dice el teniente coronel Pete Johnson, responsable de las tropas de EE UU en la zona. El comisario de Latifiya tiene miedo. Su antecesor fue asesinado el mes pasado y el imam del pueblo clama contra los "traidores" que ayudan a las fuerzas de ocupación.

En la decena de comisarías visitadas por este enviado especial no hay teléfonos, ni ordenadores, ni laboratorios de investigación, sólo una caja fuerte en el despacho del comisario, para guardar el dinero, y algunos walkie-talkies. Los oficiales llevan pistola y los agentes un fusil Kaláshnikov como el que la mayoría de los iraquíes guardan en casa.

Visten un pantalón azul marino, una camisa celeste y un brazalete con las siglas IP (Policía Iraquí). Pero no hay ropa para todos, por lo que muchos van en vaqueros y, en las zonas más conflictivas, se cubren el rostro con pasamontañas para que no les reconozcan sus vecinos.

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Ahmed Ubeies Saalem, de 43 años, comisario del barrio bagdadí de Al Saidia, se lamenta de que la policía tenga "ahora menos autoridad, quizá porque las leyes que debemos aplicar son demasiado blandas". En cambio, Fadei Fareg, de 29 años, asegura que en tiempos de Sadam se veía obligado a cumplir encargos del partido Baaz que no tenían nada que ver con su función de cuidar la seguridad de los ciudadanos.

La policía iraquí, igual que el Ejército, se disolvió tras la caída del régimen, el 9 de abril, pero muchos se reincorporaron en mayo. Sólo los mandos más identificados con el régimen han sido depurados, mientras que a los demás se les cambió de destino, para evitar venganzas, lo que ha provocado una ignorancia notable del terreno que pisan.

Pese a la continua sangría de bajas, a la policía no le faltan voluntarios. Muy pocos jóvenes tienen trabajo y el salario resulta atractivo: 300.000 dinares mensuales (150 dólares) los oficiales y 200.000 los agentes. Casi el doble que los militares y diez veces más de lo que ganaban con Sadam. "Nadie se muere cuando no le toca", contesta resignado Ahmed Ubeies, cuya comisaría está en ruinas por la explosión de un coche bomba.

La mayoría de los 60.000 agentes ya eran policías antes de la guerra y el resto se ha incorporado tras un cursillo de sólo una semana. "Es suficiente", alega Fareg, "porque todos los aspirantes han pasado por el Ejército y saben disparar y obedecer, lo más importante". La policía, como todas las instituciones del país, depende de la Autoridad Provisional de Coalición (CPA), el Gobierno de ocupación dirigido por Paul Bremer. Los detenidos por delitos comunes son conducidos ante un juez local, mientras que los sospechosos de formar parte de la resistencia los entrega a los militares estadounidenses.

Pero el mayor servicio que la policía iraquí presta a EE UU consiste en su propia presencia en la calle, que permite a los soldados recluirse en los cuarteles, reducir el número de patrullas y exponerse menos a los ataques. La resistencia lo sabe y descarga sobre ella los golpes que no alcanzan a las tropas de ocupación.

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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